viernes, 5 de septiembre de 2008

Soldados que se matan

El Pentágono ha admitido hace unas horas que la tasa de soldados estadounidenses que se suicidan luego de asaltar Irak o Afganistán ha alcanzado las cotas más altas. Tan altas como las azoteas que algunos de ellos escogieron como lanzadera.
Estamos hablando, según el coronel Eddie Stephens, subdirector de Recursos Humanos de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos, de diez suicidas cada mes: 62 casos claros y 31 que se están investigando en lo que va del 2008. La cifra de este tipo de víctimas llegó a 121 en el 2007, lo que demuestra que las cifras del 2008 son ominosamente más altas. Un cálculo global hecho por organizaciones independientes sitúa en 577 el número de autoeliminados desde el comienzo de la guerra.
Muchos de estos chicos que se refugian en la milicia para salir de un gueto, de un racismo, de una familia supurada, van a Irak o a Afganistán creyendo que la aventura será como una consola de play station, un matar y reír inagotable, subiendo de nivel por cada diez afganos sin cabeza, por cada 20 iraquíes corregidos con metralla aérea.
Pero lo que creen que va a ser frenesí lúdico y mortal kombat con láseres, de pronto es una niña mártir que vuela por los aires junto a tres invasores, o un artefacto casero y poderoso disimulado bajo el asfalto, o el fuego rencoroso y anónimo, nacional y justo, que viene desde esa azotea no prevista, no marcada en la hoja de ruta.
Y el juego de las muertes enemigas y en racimo se convierte en tanquistas yanquis quemados, infantes de marina desmembrados, ciegos de pólvora, pálidos de muerte. Y el sueño de tener una carrera rápida en esa legión siempre extranjera termina, para muchos, en una convalescencia en Alemania y un adiós de muñón en un andén. O sea que Faulkner y no un patriotero idiota había sido el guionista. O sea que la película de Miramax que iba a ser tan buena es un documental de HBO con ayes y agujeros.
Y no sólo eso. También están las preguntas que los reclutas se deben de hacer después de bombardear un barrio entero. O tras enterarse de lo que gana la empresa Halliburton, del vicepresidente Dick Cheney, sobrevalorando sus servicios en Irak. O a medida que se va aclarando el motivo de la invasión y la veraz razón de la masacre de un país entero, de la Mesopotamia adánica: el petróleo que late como un pulso bajo la arena y el poder de ese cartel que ovó a lo largo de los años, y desde 1870, John Rockefeller y un grupo de pioneros del gansterismo corporativo, el monstruo parido por la Standard Oil: mami de la Chevron, tía de la Amoco, abuela de la Exxon.
Porque delante de un niño iraquí muerto de refilón por “fuego amigo” y metralla equívoca, ante el cadáver de un niño derramado por una ametralladora calibre 50, resulta bien difícil que alguien te hable de la patria en peligro, la democracia en juego y la causa de la libertad.
En los cinco primeros años de “la guerra” en Irak, Estados Unidos ha perdido más de 4,000 efectivos (sin contar los que se fueron por mano propia). Eso en estadística se traduce así: 2,19 militares cada 24 horas. Sería poco si se tratara de una epopeya antifascista. Resulta mucho para una devastación surgida de lo más inmundo de la política imperialista: las petroleras que arroparon al Sha e inseminaron las monarquías alibabosas e hidrocarboníferas del golfo.
De modo que un día, perseguido por un recuerdo ensangrentado, escuchando en sueños la gotera de la sangre ajena que en vano derramaste, quebrado por dentro y asqueado de los políticos que hablan de Irak y Afganistán como si fueran botines y propiedades del juego del Monopolio, un día de esos en los que tu mujer te recuerda lo poco que ha valido todo, un día de esos, una noche de esas, coges la pistola y acabas con la pesadilla. Y te encuentran con un hueco en la sien y la tele encendida en el canal de noticias de la Fox, la madre de todas las batallas.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

A las guerras no suelen ir nunca quienes las declaran. De la misma manera, las guerras jamás acaban en el propio campo de batalla. Las guerras dejan secuelas, huellas indelebles, que se las llevan a casa vencedores y vencidos por igual. Y después queda la siempre enojosa tarea de aprender a vivir con ellas. Pero eso, claro está, para quienes las ordenan cuenta poco, yo diría que nada.
Desde agosto pasado funciona en los Estados Unidos una línea de atención telefónica (línea caliente) dedicada a la prevención del suicidio entre los veteranos de guerra americanos. En este tiempo, la línea ha recibido más de 37.200 llamadas y se han realizado más de 720 rescates, algunos de ellos dramáticos.

La línea en cuestión forma parte del esfuerzo del Departamento de Asuntos de Veteranos por reducir el elevado número de suicidios que se producen entre los veteranos de guerra. Disponen de acceso a los expedientes médicos de los enfermos y de capacidad para combinar la respuesta con las emergencias locales y con servicios de seguimiento.

Según los expertos, se produce un promedio de 18 suicidios al día en una población de 25 millones de veteranos, de los que más de una quinta parte son cometidos por hombres y mujeres sometidos a tratamiento médico por dicho departamento.

La implantación de este servicio ha sido posible después de años de recibir duras críticas sobre el descuidado servicio que se suministraba a miles de heridos evacuados de las zonas de guerra de Irak y Afganistán. Muchos de los veteranos se quejan de las largas esperas a las que se ven sometidos a la hora de recibir sus prestaciones de invalidez y de la forma en que se trata a los soldados en situación de riesgo de suicidio. En concreto, más de 600.000 veteranos esperan un promedio de más de seis meses para cobrar las prestaciones de invalidez.

Según un estudio publicado por RAND Corporation, se estima que aproximadamente uno de cada cinco veteranos de Irak y Afganistán muestran síntomas de trastorno por estrés post traumático, lo que aumenta considerablemente el riesgo de suicidio.

La línea presta servicio 24 horas al día durante los siete días de la semana y supone una inversión de 3 millones de dólares anuales, además de los otros 2,9 millones del centro de investigación de salud mental de Canandaigua.

Casi la mitad de las llamadas recibidas en este período fueron de veteranos de guerra de Vietnam e Irak y alrededor del 30% de las mismas fueron realizadas por mujeres.

Al parecer, no es necesario que te mate en combate un proyectil enemigo, el horror debe ser tan grande que tú mismo te encargarás de ello un poco después.

Anónimo dijo...

Es horrenda la guerra, hasta para los que la ganan, no me acurdo quien dijo: "Lo único más triste que la derrota es la victoria" y es que al recordar la muerte gris, pálida, con sus ojos plomizos pero siempre con lágrimas, te das cuenta que lo más terrible que puede hacer una persona es quitarle la vida al prójimo, y el amor más grande es dar la vida por un amigo. ¿Como vivir con esos recuerdos en donde la moral, el miedo y el odio bailan en la mente de una forma macabra y sin sentido?

Anónimo dijo...

Para el que firma como ALDITO M:

No te da verguenza plagiar? No te da verguenza robarte textos que no son tuyos y ponerlos como opinion? Asi firmes como un anonimo, me parece algo repugnante lo que haces...Ofendes con tus textos robados...Que asco realmente.Y lo haces todo el tiempo.

Para los curiosos, los comentarios sobre la guerra fueron saqueados por ese gusano de este link...



http://www.soitu.es/participacion/2008/04/23/u/jackdaniels_1208902655.html

Anónimo dijo...

Esta es, completa la pagina que expropia ese tarado de Aldito m..


http://www.soitu.es/participacion/2008/04/23/u/jackdaniels_1208902655.html