miércoles, 30 de septiembre de 2009

Estudiando a Keiko

El gran problema para la hija de Fujimori será que en la campaña electoral, inevitablemente, resurgirá el tema de sus estudios en el extranjero.
Como es notorio, Keiko y dos de sus hermanos deben sus estudios universitarios en centros de estudios impagables para cualquier mortal al hecho de que su padre podía saquear recursos del Estado.
Para decirlo con el lenguaje simple que puede llegar a los fujimoristas: si Fujimori no hubiese sido, entre otras cosas, un delincuente profesional inclinado al latrocinio, Keiko Sofía Fujimori Higuchi se hubiese tenido que resignar con estudiar en la Católica o a la UPC. Boston le estuvo a la mano gracias a la mafia que dirigía su papi.
Ahora bien, ¿sabía Keiko Sofía Fujimori Higuchi que su tren de vida en Boston sólo podía explicarlo el dinero negro?
No hay ninguna duda. Cuando Montesinos declaró en el 2001 al respecto, dejó claro que las entregas de efectivo y los váucheres por consumos con el uso de la tarjeta internacional entregada a Keiko eran algo frecuente en las oficinas de Palacio, adonde el segundo de a bordo acudía como un gesto de deferencia hacia la hija del jefe de la banda.
Keiko había sido una esforzada chica de clase media. Había pasado por las pellejerías de la vulcanizadora que en un momento fue uno de los patrimonios de la familia, la construcción de casas y las declaraciones tributarias devaluadas, el sueldo de rector de su padre y los esfuerzos de su madre por ejercer su profesión de ingeniera civil.
El sueldo presidencial de Fujimori era, con gastos de representación y algunos extras oficiales, de unos 2,500 dólares americanos. Y la señora Susana Higuchi, separada malamente de la familia, no era fuente de ningún posible ingreso que pudiera auxiliar a sus hijos.
¿De dónde, entonces, salían los 90,000 dólares anuales que costaban los estudios de los tres muchachos Fujimori? Y esto que en esa suma sólo se considera los precios académicos de Boston. Con los hospedajes, la alimentación, los viajes a Lima o al Japón, los automóviles alquilados (o comprados), las fiestas y los viajes por la Acción de Gracias o el 4 de julio estamos hablando de un millón de dólares que, en cinco años, la mafia que hoy encarna Raffo invirtió en el futuro del clan del capo.
Cuando eso se discuta y surjan nuevas evidencias de la complicidad de Keiko Fujimori en el asalto al Tesoro Público, la campaña se llenará de colorido y de grititos histéricos de parte de quienes quieren que nos olvidemos para que la tragedia y el asco se repitan.
El atajo judicial al que Fujimori acaba de volver a apelar tiene una explicación concreta: que no se toque (ni se roce con el pétalo de un recuerdo) el tema de los estudios de Keiko Fujimori.
Los forajidos que gobernaron el Perú con Fujimori están convencidos de que esa elipsis procesal los librará de la mancha de Boston. Están equivocados. La prensa decente, los peruanos que están moralmente vivos se encargarán de aguarles la fiesta.

martes, 29 de septiembre de 2009

“Irresponsable e idiota”

“Irresponsable e idiota” ha llamado Estados Unidos, a través de su embajador en la OEA, al retorno del presidente Manuel Zelaya a Honduras.
No me extraña para nada que el régimen de Barack Obama haya empleado guantes de seda en contra de los golpistas y puño de hierro, ahora, para intentar descalificar la legítima audacia del presidente depuesto.
¡Qué estupendo resulta lo que hizo Zelaya!
¡Cómo gratifica que un latinoamericano de valor nos recuerde que en este continente también nacieron, junto a millones de gaznápiros y revendidos, hombres corajudos como Bosch, Allende o el monseñor Romero!
Mientras el régimen de facto establece un estado de sitio de 45 días y clausura los dos últimos medios de comunicación que quedaban en Honduras, el Departamento de Estado justifica implícitamente la brutalidad de Micheletti insultando su gesto.
De nada vale que, simultáneamente, Estados Unidos deporte a una hija de Micheletti. Habría sido esa una actitud valiosa si hubiese estado acompañada de un aumento de la presión sobre este ensayo de gorila derechista. Por ahora resulta, sencillamente, una anécdota migratoria.
Micheletti se burla de la OEA, impide el ingreso de una misión mediadora, acosa hasta la provocación al gobierno del Brasil, en cuya embajada está (todavía) protegido el presidente Zelaya, clausura Radio Globo y Canal 36 y suspende hasta la libertad de pensamiento en una Honduras que ahora controlan, ya sin hipocresías, las chusmas uniformadas.
¿De dónde le sale tanta terquedad a un pobre diablo como Micheletti?
Quizá de la convicción de que los Estados Unidos no llevarán la presión hasta extremos. También de la idea de que las elecciones próximas juegan a su favor y de que la agenda derivará a nuevos titulares inexorablemente.
El granuja hondureño también debe recordar, para su alivio, la naturaleza histriónica de la OEA, una institución que jamás ha corregido algún entuerto.
Pero lo que más estimula a Micheletti es, sin lugar a dudas, el saberse hijo predilecto de la tradición latinoamericana.
Si Estados Unidos hizo lo que quiso en Centroamérica –desde la separación de Panamá hasta el golpe mugriento en contra de Arbenz, pasando por los Batistas y Trujillos-, ¿qué autoridad moral tiene para enfrentarse a uno de sus tardovástagos?
¿No fue en Honduras en donde la CIA entrenó a las tropas de la Contra nicaragüense, del mismo modo que fue en Guatemala donde hicieron ensayos los fracasados invasores de Bahía de Cochinos?
Desde su perspectiva de pandillero derechista, Micheletti tiene razón. ¿Quién es Obama para decirle lo que es democracia? ¿Y qué es la OEA, ese conversatorio crónico en donde se aprueba lo que no se cumple y se desaprueba lo que ya no tiene remedio?
Los barros del ayer son el lodo actual de Micheletti.
Y los que dan penita son los comentaristas de la derecha: no saben cómo disimular su beneplácito por “la solución Micheletti”; no pueden ocultar su carencia de principios; no pueden dejar de ser lo que siempre han sido: pancistas que llamarán a los cuarteles cada vez que alguien se salga del libreto.
Porque en esta obra en muchísimos actos que es Latinoamérica lo único que está prohibido es la improvisación y la morcilla.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Monos en Pittsburgh

La reunión de Pittsburgh ha servido para confirmar lo que ya sabíamos: los líderes del mundo no entienden lo que está pasando y son parte del problema, no de la solución.
Ante un sistema de producción y consumo que nos lleva al suicidio planetario, los G-8, convertidos hoy en G-20, ¿qué proponen?
Más ayudas estatales (o sea más dinero ficticio) para el archipodrido sistema financiero internacional.
Es decir que los banqueros, esa mafia que Chicago no llegó a ver, van a seguir recibiendo papel moneda con el que pagar las deudas que sus prácticas de traficantes crearon y engordaron.
“Limitaremos las primas a los funcionarios de la banca”, anunciaron en Pittsburgh.
Pero los banqueros europeos advirtieron que “las regulaciones” al sistema financiero no debían ser “muy rígidas” porque ello podría “frenar las inversiones”.
Si un observador inteligente y cósmico nos viera y nos oyera desde un puesto de observación casi perpendicular a Pittsburgh –es decir, si Dios existiera-, se preguntaría:
-¿Pero es que estos son imbéciles de nacimiento o tuvieron que aprender a ser así?
Claro, porque frente a un mundo que se desvanece envenenado por las perforaciones petroleras y los relaves mineros, ¿qué significa darle un 5% más de representación en el Fondo Monetario Internacional a las economías emergentes?
Significa nada.
Y más que nada es que estos dirigentes del mundo no entiendan el mensaje que claman los glaciares, los polos calentados, Groenlandia en peligro: el sistema actual de producción y consumo tiene que detenerse. La Tierra no lo tolera más. La humanidad no lo tolera más.
Tenemos que cambiar de raíz nuestros paradigmas. Y empezar ahora.
Que sea considerado nefasto, por ejemplo, que el Producto Interno Bruto mundial crezca sin cesar. ¿Qué superstición indigna nos lleva a pensar que producir y consumir, como si no hubiera mañana, es vivir?
Que el crecimiento no consista en la invención de necesidades pueriles. ¿Cuán despreciables nos volvemos cada vez que somos siervos del sistema de comprar y tirar? Cada vez que hacemos eso nosotros mismos somos de usar y tirar.
Que la comunicación no sea una emboscada de la publicidad. Porque de eso se trata: se talan bosques para que millones de toneladas de basura se puedan imprimir con cada vez mejores colores. Y se estupidiza a la gente para que, entre publicidad y publicidad, coma sobras de la farándula global.
Que sea posible una protesta mundial en contra de la corrupción de la política, hoy sirvienta de las corporaciones.
Que el hambre y las enfermedades surgidas de la desnutrición sean considerados un crimen. Porque con la décima parte del gasto mundial en armas todo eso se solucionaría.
La Tierra tiene un hueco en el ozono y a un mono peligroso y anacrónico a cargo de sus políticas.
Ese mono puede apellidarse Calderón, Obama, o Berlusconi. Lo único cierto es que es un mono con una metralleta. Un mono cautivo del hidrocarburo y de la idea del desarrollo infinito con recursos finitos.
Cuando los océanos suban metros y las ciudades ribereñas desaparezcan y las migraciones enloquezcan, ¿a quiénes les vamos a pedir cuentas?
Los monos Cheney y Bush estarán muertos. Macacos emergentes los reemplazarán. Y seguirán diciendo que están preocupados por “la crisis alimentaria” (creada por ellos), “la crisis energética” (impulsada por sus modelos insostenibles), y “el cambio climático” (frente al cual no se atreverán a tomar ninguna medida seria y pronta porque en ello se les va el pellejo).
Tuvimos mala suerte.
Un hombre como Marx debió de nacer en esta época. Un hombre como Mandela no debía ser tan viejo. El ejército verde debió desfilar por una plaza sembrada de abedules.
La única certeza es que tenemos que deshacernos de los monos. Me refiero, claro, a los monos que firman los documentos del G-20.
Frente a esos monos antiambientalistas ser radical no es una opción. Es un deber.

sábado, 26 de septiembre de 2009

Humala y el idioma

El primer problema del comandante Ollanta Humala es el nivel de sus asesores. El segundo es el idioma.
Porque en vez de gritarle “cabrones” a Fujimori y a García hubiera podido apelar, en el caso de Alberto Fujimori para empezar, a una retahíla de justas aproximaciones.
Es cierto que la complejidad criminal de Fujimori no se resigna a caber en un solo término. Pero Humala hubiera podido escoger de un hangar lexical calificativos pálidos como estos:
Traidor, felón, cobarde, criminal, facineroso, asaltante, malhechor, asesino mediato, delincuente, micrococo, ignorante, ruin, roñoso, mezquino, miserable, sórdido, abusivo, machista, laurobózico, raulromérico, mónico-déltico, nicolás-lucárico, álamopérezlunático, artero, malicioso, ladino, pícaro, lagarto, patán, descarriado, odioso, aborrecible, despótico, mendaz, incompetente, ordinario, avezado, canalcuátrico, pepeoláyico, bressánico, sanguijuela, histrión, embustero, falsario, betocúrico, abominado, repugnante, espichánico, blanconélido, atroz, desventurado, perturbado, faisálico, amante de lo ajeno, martachávico...
Y así por el estilo.
Y en cuanto al doctor Alan García, es cierto que sus matices son menos numerosos pero es también indiscutible que el vocabulario del castellano, auxiliado en este caso por neologismos de peruana inspiración, alcanza para aludirlo. He aquí algunos modestos ejemplos:
Judas, ingrato, olvidadizo, mentiroso, incumplido, presumido, demagogo, farsante, fugitivo, irresponsable, huido, maletero, derechista a traición y granminero, chino por adopción, chileno por si acaso, cebado, hueco, anético, búfalo que quiso ser alado, supermercado, atroz, cursi, expendido, conchudo y licitado, prescrito, impune, sobreseído, sustractor, valiente con los pobres, alvacástrico, frontónico, cayárico, accomárquico, luisnávico, prialesco, offchórico, mantíllico, arrendado, altanero, cipriánico, giampiétrico, alexcúrico, embaucador, amaestrado, dionisiaco-romérico, malévolo, dudoso, parisino, declamatorio, hinchado, odriista, fukuyámico, beltranudo, incongruente, historietero, pretérito, negado, recursero, efímero, ámbar y pedigüeño...
Y así por el estilo.
Porque eso de llamar “cabrón” a quien es –duela a quien le duela- presidente de la República es como un andahuaylazo de lengua. Y aparte de ensuciar y de afear la atmósfera, expone al desaforado a que le digan “cachaco mediocre”.
No interesa que quien diga eso de “cachaco mediocre” haya servido a más de un cachaco mediocre y a civiles que actuaban como cachacos no sólo mediocres sino también rateros.
Lo que Humala necesita es un nuevo asesor. Y un diccionario para repasar de vez en cuando. Y un poco de largo plazo. Y más ideas que adjetivos.

Alquilemos ministros

Mientras la inseguridad cunde y los delincuentes matan, asaltan, secuestran y extorsionan a su gusto, al ministro del Interior –que ya había dado variadas señas de debilidad mental- no se le ocurre mejor idea que la de proponer que los carros patrulleros no se compren sino que se alquilen.
“Así ahorraremos en gastos de mantenimiento. Esta es una solución más barata que la compra de automóviles”, ha dicho el general Octavio Salazar.
¿En qué mundo vive este señor?
Bueno, vive en el mundo en donde Francis Allison, que alguna vez fue grabado borracho como una cuba y buscando pleito, resulta ministro de Vivienda después de asegurarle a García que él podía montarle manifestaciones de alabanza con un par de días de preparación.
Y si Allison resulta respaldado por García después de saberse su asociación con la gavilla de Business Track es porque Allison sabe que parte de la información ilegal de Business Track fue usada en la campaña electoral por el propio García.
Porque, como ya se sabe, Business Track tenía interceptados los teléfonos de todo el equipo de campaña del Partido Nacionalista, desde Daniel Abugattás hasta Ollanta Humala, pasando por Nadine, Tapia y el papá de los Humala.
Y esto, que se contará con pelos y señales en el próximo libro de Gustavo Gorriti, es la garantía de que Allison se queda. Porque es íntimo y tiene capacidad de chantaje.
Y si Allison se queda –lo que es una desvergüenza mayúscula-, ¿por qué no habría de quedarse el ministro de Energía y Minas, que hasta hace poco denunciaba las sucias maniobras de la empresa Doe Run y hoy tiene que tragarse el tiranosaurio de los 30 meses de nueva prórroga?
Y si Allison se queda y el pobre hombre encargado de energía y minas también, ¿por qué diablos no va el ministro del Interior a proponer que los patrulleros se alquilen?
Claro que Salazar no aclara por qué diablos, como lo publicó “La Primera”, aparecen las bombas lacrimógenas que se lanzan en Honduras con el sello de la Policía Nacional del Perú. Lo que sí aclara es que la idea de alquilar los coches de patrullaje es brillante porque “de esta manera la propia empresa asumirá el mantenimiento del vehículo”.
¿De qué accidente cerebro-vascular procede el general Salazar?
¿O es que va a poner una cadena de coches de alquiler?
¿O es accionista de Avis o Rent a Car?
¿O es que no quiere repetir el ridículo inmenso de Alva Castro comprando y descomprando patrulleros chinos?
Ya estoy imaginando que alguien llame por una balacera entre maleantes y el comisario del sector responda:
-Disculpe, hoy no tenemos ningún carro alquilado a nuestra disposición. Es que la empresa nos ha quitado el servicio por falta de pago.
Yo propongo que alquilemos a un ministro del Interior. También saldría más barato.
Es más, sugiero humildemente que abramos una licitación internacional para alquilar un gobierno que piense, planifique y que no robe.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Matrimonio

Esa pareja mataba el tiempo haciendo cada uno lo suyo. Uno leía el periódico que repetía a la televisión que la otra veía. Así, cada tarde y, a veces, cada noche. A veces, sin embargo, era al revés: él veía la tele y ella leía el periódico. El reparto de la tele había sido una de las más complicadas negociaciones de esa guerra librada y acabada.
Una comía tostadas a solas y el otro masticaba una manzana a solas. Iban a la cocina y se preparaban algo rápido, lo suficientemente rápido como para no tropezarse con el otro. Eso sí, dejaban todo limpio. Porque si algo no se había desvanecido en esa casa eran las buenas maneras.
A solas pero bajo el mismo techo le hablaban al espejo del baño, que parecía conservar, pero sólo para ellos, la imagen de lo que habían sido: más que un espejo era un reservorio de la memoria, un archivo benévolo que les devolvía el rostro del pasado. Bien por ellos.
Uno por uno le hablaban al espejo, a solas. A solas odiaban, muchas veces, lo que al otro podía hacer feliz y a solas se alegraban por el traspié escuchado en la otra habitación. Porque eso sí: compartían el baño pero tenían dormitorios separados. Separados y juntos.
Uno se rascaba el bigote y la otra, encerrada en el baño, se limaba las uñas. A solas se reían de lo que todavía era risible y a solas se emocionaban (a veces hasta las lágrimas) de aquello que alguna vez había podido emocionarlos.
A solas se recordaban, por separado. Ella recordaba la vez primera en que pensó que su marido era insoportable. Él recordaba las veces que había tomado la indecisión de irse de su lado.
Masticaban a solas y se mataban juntos pero a solas.
Y miraban a solas lo que antes miraron juntos y se juntaban para las bodas, los cumpleaños y los funerales. Iban a solas pero más juntos que nunca. Sólo la muerte los separaría.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Seattle en La Oroya

Dicen que la ecología fue fundada en 1869 por el alemán Ernst Haeckel, autor de “Morfología general del organismo”.
Eso es mentira.
La ecología, que es una rama de la poesía y una hermana de la filosofía, la fundó, sin saberlo, el famoso jefe Seattle, de las etnias Duwamish y Suquamish.
El jefe Seattle le escribió en 1855 una famosa carta al presidente de los Estados Unidos de aquel entonces, Franklin Pierce. En ella reflexionaba sobre el extorsivo ofrecimiento de los blancos depredadores de comprarles las tierras a los indios Duwamish y Suquamish.
Esas tierras estaban al oeste de Washington y, claro, terminaron en manos de quienes estaban dedicados a expandir la frontera de los Estados Unidos y a exterminar a todos aquellos que se opusieran.
El jefe Seattle era bilingüe pero la versión original de su mensaje fue pensada en duwamish, un idioma salido del tronco lingüístico Salishan.
Seattle le escribió a Pierce lo que Pizango, de haber sido brillante, debió de escribirle a Alan García. La diferencia es que Seattle no estaba contaminado por la política sino que impregnado de cielo y tierra. Por eso pudo decirle a quien gobernaba en Washington:
“Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestra manera de pensar. Para él una parte de la Tierra es igual a otra, pues él es un extraño que llega de noche y se apodera en la Tierra de lo que necesita. La Tierra no es su hermana, sino su enemiga, y cuando la ha conquistado, cabalga de nuevo...”
El otrora poderoso Seattle, derrotado por la política genocida disfrazada de colonización, vencido por rifles y telégrafos, da esta vez en el blanco:
“El hombre blanco trata a su madre, la Tierra, y a su hermano, el Cielo, como cosas que se pueden comprar y arrebatar, y que se pueden vender, como ovejas y perlas brillantes. Hambriento, se tragará la Tierra, y no dejará nada, sólo un desierto...”
Profeta amerindio, insigne hijo del agua y de los bosques, Seattle ironiza:
“La vista de vuestras ciudades hace daño a los ojos del Piel Roja. Quizá porque el Piel Roja es un salvaje y no lo comprende. No hay silencio alguno en las ciudades de los blancos, no hay ningún lugar donde se pueda oír crecer las hojas en primavera y el zumbido de los insectos...”
Y añade, en otro párrafo, estas líneas que hoy habrían entusiasmado al mismísimo Al Gore:
“Yo soy un salvaje, y es así como entiendo las cosas. He visto mil bisontes putrefactos, abandonados por el hombre blanco. Los mataron desde un convoy que pasaba...Lo que les suceda a los animales, luego también les sucederá a los hombres. Todas las cosas están estrechamente unidas. Lo que acaece a la Tierra también les acaece a los hijos de la Tierra...”
El mundo optó por Pierce y algunas chusmas irlandesas. Y dejó al jefe Seattle morir de a pocos en el intento de conservar sus tierras.
Hay que entender a Seattle para entender a nuestros selváticos, a los mapuches de Chile, a la indiada de Bolivia, a Chiapas y a Guatemala.
Seattle es nuestro jefe. Frente a él, el nazi-racismo de los imbéciles y el lobismo de las petroleras son muy poca cosa.
Por eso es que la batalla ambientalista sólo puede ser librada desde posiciones contestatarias.
Y mientras tanto, aquí, en Lima, los cabrones de Doe Run siguen pidiendo aplazamientos para cumplir con sus compromisos ambientales. Y una chusma casi irlandesa saca la cara por Doe Run y bloquea carreteras exigiendo que el gobierno vuelva a ceder ante la empresa que los ha comprado.
Seattle tenía razón cuando escribió:
“Sabemos que si no os la vendemos vendrá el hombre blanco y se apoderará de nuestra Tierra”.
La Oroya necesitaba a un Seattle y tiene miles de felipillos. El Perú necesitaba a un socialdemócrata y tuvo, rebrotado, a Alan García. García habría mandado encarcelar a Seattle. Para gloria redundante de Seattle.

martes, 22 de septiembre de 2009

Pobres diablos

El señor Rafael Rey aclara que no es verdad, por Dios, que no es verdad que un destacamento militar peruano se retirara del homenaje que la embajada de Chile le rendía a su libertador Bernardo O’Higgins.
Trepando metafóricamente por el zapato del canciller de Chile, el dúctil y móvil ministro de Defensa peruano señaló:
“Ellos (los chilenos) pidieron una banda (de música), que estuvo de principio a fin. Si hubo un pequeño destacamento militar que se retiró fue de repente por una coordinación inadecuada o por una indicación que dio alguien”.
¿Se abanicaba Rey cuando dijo esto? ¿Bailaba una cueca? ¿Qué leotardos lucía? ¿A qué Dios se encomendó?
El señor Rey es el ministro de Defensa del gobierno de García.
Dignísimo ministro.
Perfecto ministro para un presidente que ayer mismo, casi al mismo tiempo que las declaraciones de Rey, le mandaba saludos a “su gran amiga”, la señora Michelle Bachelet, la misma que permite y alienta los agravios de sus ministros de Defensa y Relaciones Exteriores en contra del Perú.
“Cuándo alcanzaremos la misma onda de la amistad perpetua, de la relación sin amenazas y sin malos entendidos, la misma onda de la fraternidad que es la única que puede hacer el bienestar de nuestros pueblos. Saludo a mis grandes amigos: los presidentes de Chile, Michelle Bachelet; de Argentina, Cristina Fernández; y de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva”, dijo Alan García.
Chile suspira aliviado. El Perú, tras una fugaz tregua, vuelve a ser esa capitanía de los pobres de espíritu, esa república de segunda poblada de ponedoras y cluecas investidas y emplumadas divinas.
Todo ha vuelto a la normalidad: Miguel Grau es la excepción. La norma es el pardismo.
Cuando Grau derrota a Arturo Prat en Iquique y Prat cae heroicamente, el almirante peruano le envía a la viuda del marino chileno una carta memorable y generosa que contiene estas líneas:
“Deplorando sinceramente tan infausto acontecimiento y acompañándola en su duelo, cumplo con el penoso y triste deber de enviarle las para usted inestimables prendas que se encontraron en su poder y que son las que figuran en la lista adjunta. Ellas le servirán indudablemente de algún consuelo en medio de su desgracia y por eso me he anticipado a remitírselas...”
Pero estas son palabras de Miguel Grau, el peruano universal que es lo más próximo a la inmortalidad de toda nuestra historia. En boca de Grau estas palabras suenan a grandeza. Y de la grandeza proceden.
Porque se puede ser luminoso en la victoria. Y Grau lo fue. Y se puede ser dignísimo en la derrota. Y Grau lo fue.
Y cuando le escribe esa carta a doña Carmela Carvajal de Prat es cuando Grau es más grandioso. Porque no imagina quedarse con los efectos personales de Prat como si de un botín se tratara, sino que se los devuelve a su legítima dueña. Y con ello demuestra que aun en una guerra fratricida caben la honra y la decencia.
La viuda de Prat le contesta con una carta fechada en Valparaíso el 1 de agosto de 1879, uno de cuyos párrafos dice esto:
“...tengo la conciencia de que el distinguido jefe...que tiene hoy el valor, cuando aún palpitan los recuerdos de Iquique, de asociarse a mi duelo y de poner muy alto el nombre y la conducta de mi esposo en esa jornada, y que tiene aún el más raro valor de desprenderse de un valioso trofeo poniendo en mis manos una espada que ha cobrado un precio extraordinario por el hecho mismo de no haber sido jamás rendida; un jefe semejante, un corazón tan noble, se habría, estoy cierta, interpuesto, de haberlo podido, entre el matador y su víctima, y habría ahorrado un sacrificio tan estéril para su patria como desastroso para mi corazón...”
Grau, padre moral sin descendientes, podía, desde la gloria, ser magnánimo. Cuando los pobres diablos quieren ser generosos lo que les sale es un alboroto de corral.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Los fantasmas de Chile

La ministra de Gobierno chilena, Carolina Tohá, ha dicho que “espera recibir una explicación” de la cancillería peruana por la ausencia de funcionarios de alto nivel en la recepción de la embajada de Chile en Lima.
Estos chilenos no sé qué se creen. O qué se siguen creyendo.
¿Explicaciones de por qué su fiesta patria no estuvo muy concurrida?
¿Están cojudos?
¿Creen que es 1879? ¿Quieren volver a hablar con el traidor Mariano Ignacio Prado? ¿Van a volver a llamar a los ingleses pidiéndoles ayuda? ¿Desde qué islas guaneras llegan esas voces anacrónicas?
Que le pidan explicaciones a Piérola.
Y que le digan a la señorita Tohá que a su fiesta acudieron el señor Flores Aráoz, que va a cualquier sitio -incluido el ministerio de Defensa-, y el señor Luis Bedoya Reyes, que es como si dijéramos Jorge Alessandri pero mucho más momio y sin haber llegado nunca a la presidencia. O sea que se dé por bien servida.
Sabemos que el embajador del Perú en Santiago de Chile es un pelmazo, pero esperamos que haya recibido órdenes de Torre Tagle para que, en este caso, no nos represente.
Lo que le molesta a la señorita Tohá, que habla en nombre de la señora Bachelet (que habla, en este caso, en nombre de Pinochet), es que en aquella residencia medio vacía, donde sobraban los bocadillos y los mozos no sabían a quién servir el caviar ni a quién el escocés, empezaron a penar.
Penaban los fantasmas chamuscados de Chorrillos, los espectros blanqueados del morro, los repasados de San Juan de Miraflores. Y un vigoroso fantasma en cabalgadura galopó entre las viejas pellejas que hablaban de Piñera y de su próximo triunfo como presidente de Lan y de Chile.
Ese fantasma era el del mariscal Andrés Avelino Cáceres. Y olía agrio y tumbaba las copas y husmeaba en los escotes.
Porque con su histeria armamentista y su ira con pucheros ante La Haya –y la grosería de sus gestos cada vez más próximos a los de los asesinos de Allende- el gobierno de la Concertación (concertación con el pinochetismo sobreviviente) ha resucitado una memoria que no debía volver y un pasado que no termina de morir y unos fantasmas que trepan morros y otros que hunden monitores y otros, aún más indeseables, que entran a Lima y violan muchachas, roban libros y se llevan a Chile las estatuas de mármol que puedan jalar sus mulas.
Eso mientras Saga y Ripley siguen hundiendo a la industria textil peruana vendiendo como europeo lo que compran en China por toneladas. Y cobrando intereses de usura por la razón o por la fuerza.

sábado, 19 de septiembre de 2009

El honor existe

Los delitos en contra del honor no deben despenalizarse.
Eso sería rendirle un homenaje tardío al gordo Augusto Bressani, a Pepe Olaya, al dúo Wolfenson Brothers. Sería también construir un obelisco de bosta para ese argentino inmortal llamado Héctor Faisal, importado por Vladimiro Montesinos para poner su talento rioplatense al servicio de la agencia de noticias Pezuña Press.
Si el honor se vuelve un asunto de cuánto hay, cómo es y qué me toca, entonces el honor es que no existe.
Y lo que pasa –para pesar de algunos de los proponentes y auspiciadores de la medida- es que el honor existe.
Una cosa es que no esté de moda y otra es que el honor no exista. Una cosa es que ya nadie se bata a duelo por él y otra cosa es que el honor sea un asunto de monedas y jueces tarifarios.
Claro, en un país donde el jefazo del Consejo de la Prensa Peruana se apellida Agois y es tan periodista como Kina Malpartida es filósofa, claro, digo, es normal que en un país así se dude de que el honor exista.
En todo caso, la mejor prueba de que el honor existe es que existe el deshonor. Y el deshonor es, hoy por hoy, la cosa más difundida y famosa en la política, las finanzas internacionales, los controles del Estado y los modos y usos de muchos gobernantes.
El putañero Berlusconi, por ejemplo, es un campo de concentración del deshonor. Si no existiera el PAN mexicano, se diría que Berlusconi habría monopolizado el deshonor. De igual modo que si Bush hijo no hubiese existido alguien podría decir que la estupidez del universo se hizo síntesis en Aznar.
“Un hombre deshonrado es peor que un hombre muerto” le hace decir Cervantes al Quijote. Y cuando Francisco I, el rey culto, cayó derrotado en Pavía peleando contra Carlos V, ¿qué dijo?
Pues dijo aquella célebre frase que muchos han repetido sin merecerla: “Todo se ha perdido menos el honor”.
Y cuando Napoleón Bonaparte quiso rendirle un homenaje a Henri La Tour d’Auvergne, el casi inverosímil héroe de la batalla de Salzbach, ¿qué hizo?
Pues ordenó que en cada regimiento su nombre fuera cantado por quien pasara lista y que un recluta respondiera: “¡Murió en el campo del honor!”
Y ahora, ese honor, que la Real Academia define en primera acepción como la “cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo”, pretenden algunos manosearlo al punto de que sea convertible en un fajo de billetes.
Y si el honor tintinea, pues entonces no es honor.
Y si el honor existe –y existe-, pues entonces quien trate de mancharlo a través de una calumnia no puede irse al bazar de las sentencias y comprarse una multa sustituta.
Porque una cosa es el periodismo y otra la mala leche y la industria sin humos de la extorsión y del sicariato impreso o electrónico.
Desde luego que no generalizo. Porque para juzgar asuntos de honor lo primero es determinar si el que ofende es una persona de honor. Los sin honor no pueden arrebatarle el honor a nadie. Por más odio que contengan y más inmundicias que publiquen.
En todo lo demás, el Código Penal debe seguir vigente.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Mi renuncia al 11

El miércoles 16 de septiembre del 2009, a las 6 y 30 de la tarde, recibí un correo electrónico del señor Ricardo Belmont. En él se me daban precisas indicaciones de cómo debía formatearse el programa “Hildebrandt a las 10”.
“Con relación al esquema de tu programa, Rafo te adelantó la síntesis de lo conversado conmigo dos semanas atrás, en la que acordamos empezar con las cinco noticias más importantes (a esto ponerle una gráfica) y dos entrevistas en el programa”, decía, entre otras cosas, la comunicación.
El congresista Belmont recibió ayer jueves, a las 11 de la mañana, la siguiente respuesta:

Sr. Ricardo Belmont

Ricardo:

Uso la vía del correo electrónico -y con los mismos destinatarios- porque es la vía que tú has usado. Para ir al grano: Tenías el compromiso, públicamente aceptado, de respetar la independencia y la autonomía del programa “Hildebrandt a las 10”.
Así lo reafirmaste en la entrevista que te hice hace poco en ese espacio.
Tu carta (o memo, o notificación, no sé cómo llamarla) de ayer es un incumplimiento absoluto de esa promesa pública.
No soy tu empleado y menos tu intérprete y todavía menos tu ujier. Soy un periodista independiente que ha sorteado durante años presiones, intentos de sujeción y propuestas más o menos indecentes.
En el contrato que firmamos no hay ninguna cláusula que establezca que tú dictas el esquema del programa y yo obedezco. Tu carta de ayer parece dirigida a algunos de tus ávidos subordinados. ¿No te habrás equivocado de destinatario?
¿Así que debo poner cinco noticias y dos entrevistas? ¿Y qué es “a esto ponerle una gráfica”? ¿Será una gráfica en 3D, animada, o estática y bidimensional?
¿El próximo paso será que, tal como me lo insinuaste hace dos semanas por teléfono, deba entrevistar a quienes tú “escojas” en el Congreso? ¿O deberé rendirle un homenaje permanente a tu amigo Luis Alva Castro? ¿O tendré que convertir el programa en un anexo de tu proyecto político de hacer de RBC “el canal de los congresistas”?
¿Y quiénes decidirán qué se pone en los cintillos? ¿Se traducirán de Fox News, ese canal que admiras? ¿O provendrán del departamento de prensa que hace meses aboliste?
Estoy estupefacto. Supongo que has supuesto que mi acatamiento sería inmediato. Lo que es inmediato es mi rechazo a tu actitud. Y mi renuncia va, desde luego, con ese rechazo.

Posdata: En relación al rating, tengo que recordarte que mi programa es, a pesar de estar producido por cinco personas, el más visto de tu refundada parrilla (más visto, por supuesto, que el del sacerdote Oviedo). En relación a tu pregunta específica sobre el Canal 5, te diré que no tengo ninguna oferta de trabajo de Canal 5 ni de nadie. Lo que sacó Perú 21 es absolutamente falso. No me voy a otro canal, pues. Me voy a la calle. Pero la calle, siendo dura, es muchísima mejor opción que la que tú pretendes que padezca.
Muchos saludos,

César Hildebrandt Pérez Treviño

jueves, 17 de septiembre de 2009

Defensa de la tristeza

A los idiotas que inventaron la revolución industrial se les ocurrió hace muchos años desprestigiar a la tristeza.
O sea que podías ser proxeneta, mercenario, pirata, esclavista o asesino; lo que no podías ser era ser (a veces) triste.
La gente huía de los tristes porque suponía –y con razón- que la tristeza era una señal de desadaptación.
Nada más calumniado, desde entonces, que la tristeza. Contra ella han librado campañas demoledoras desde hace 300 años, pero ninguna como la que libraron, en las últimas décadas, los jefazos de las corporaciones, los neocon y su corte de violentos fronterizos, el departamento de mercadotecnia de Monsanto, la televisión de los rufianes.
Es que la tristeza no es capitalista. En cambio, si prescindes de toda tristeza Hollywood te parecerá una maravilla y la moda de la casa Versace un arcoiris y hasta Obama te parecerá un profeta disfrazado de rey mago.
Y, sin embargo, a pesar de tantas difamaciones, una cierta tristeza de fondo suele ser hija de la lucidez. Jamás he visto a una persona sabia que no tenga una pincelada de tristeza.
No hablo, claro, de la tristeza cursi y con tundete de jarana. No hablo de la tristeza que paraliza y que inutiliza. Hablo de ese halo fino que procede de la conciencia de la muerte. Y que vuela al lado del águila mayor, que es la idea de lo absurdo.
Para exterminar a la tristeza crearon fábricas argentinas de psicoanalistas (los hay también muy buenos), submarinos de fenobarbital, obleas de serotonina y/o dopamina, y, más radicalmente, una Disneylandia hecha de puro litio fluorescente.
Persiguen a los tristes en este mundo donde Ricky Martin ha sido el logotipo de la vitalidad. Los abalean con píldoras, consejos, fórmulas magistrales, flores de Bach (cuando las únicas flores de Bach son sus suites para viola).
Les temen y les quitan el empleo. Porque los tristes son una pelusa en ese mecanismo que no puede chistar ni chirriar. Son la nube negra en el cielo pintado por los escenógrafos de Mobil Oil.
Son la presa que no se deja cazar, el borbotón de vida que no pudo embotellarse.
Se odia a la tristeza en este mundo donde el Éxtasis entona, la cocaína anima, la marihuana rima y la guerra se prepara en los países que ya la perdieron. Todo se tolera excepto la tristeza. Desacredita la tristeza porque mancha el curriculum vitae y te puede sacar del fiero mercado en el que toda duda es sospechosa y toda pregunta en torno al asesinato que vas a cometer te descalifica.
Por todo eso y por muchas otras razones yo amo la tristeza desensillada y simple, pura y desvergonzada, mundial y necesaria si quieres demostrarte que estás vivo.
Repito: no hablo de una tristeza crónica que te paralice sino aquella ráfaga de tristeza que te recuerde tu humanidad, los hijos que vuelan, el parecido con la gotera que puede tener el tiempo y el paso de los días enroscados.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Vergüenza

En el Congreso de los otorongos la vergüenza escasea.
Por eso es que un grupo multipartidario de congresistas está “trabajando” para que el caso de Nancy Obregón sea visto con gremial benevolencia.
Esa complicidad se empezaría a expresar mañana, cuando, según nuestras fuentes, el Pleno no incorpore a su agenda el asunto de la congresista cocalera que, en abril del 2009, se atrevió a interferir, con lisuras y gestos lumpenescos, en un operativo antidrogas que tenía todos los requisitos de ley (incluyendo la presencia de un fiscal).
Lo primero sería, entonces, dejar que pase el sonrojo. Lo segundo sería proponer que el asunto de la comisión investigadora se postergue hasta las calendas griegas y que el caso de la señora Obregón se termine de olvidar de pura omisión.
La verdad es otra, por supuesto. Hay un buen número de sinvergüenzas que están preocupados por eso del levantamiento del secreto bancario y por el precedente que se puede crear.
“Defender a Nancy Obregón es defender el fuero congresal”, estarían susurrando esos abogados ad hoc, que proceden no sólo del partido de la señora Obregón sino también del fujimorismo (¿recuerdan a “Vaticano” y el “Plan Siberia”?), Unidad Nacional (¿les suena el caso de una compañía aérea de reciente data?), y de esa cortesana dispuesta a todo que ejerce su oficio con el sonoro y explicable nombre de UPP.
Como si el fuero congresal tuviera jurisdicción en las zonas donde la coca “étnica” se hace pasta rentable y cocaína enriquecedora. Como si el kerosene, los 200 kilos de coca y los 75 kilos de cal hallados en la noche de brujas de la señora Obregón no fuesen significativos.
En este Congreso se ha expulsado a congresistas que tuvieron a un empleado fantasma. Me parece muy bien.
¿Se pretende ahora que la señora Obregón, que llama perros a los policías, se enfrenta a representantes del ministerio público y ayuda a que el narco capturado se escape con escopeta y todo, no sea investigada?
¿Con qué cara van a mirar los congresistas metidos en esta mugrienta conspiración a los familiares de los policías, soldados y oficiales que mueran en el Vrae, donde el narcotráfico se ha hecho fuerte y, hasta ahora, inexpugnable?
Hace poco el programa que conduzco todas las noches en Canal 11 difundió el testimonio de un periodista que tuvo que ser traído a Lima por el Instituto Prensa y Sociedad después de ser amenazado de muerte –según sus propias palabras- por la señora Nancy Obregón.
¿Saben los congresistas que quieren blindar a la señora Obregón que ese periodista ha tenido que ser movido fuera de Lima dadas las reiteradas advertencias que algunos allegados de la señora Obregón habrían proferido contra él desde Tocache?
Que le pregunten al Instituto Prensa y Sociedad.
Y que le pregunten a su conciencia si lo que están haciendo no es bochornoso.

martes, 15 de septiembre de 2009

El libro de Guzmán

Hay una conexión profunda entre el mal gusto y el crimen. Se diría que las finezas del espíritu son incompatibles con la vocación por la sangre derramada.
Por ejemplo, cuando Elena Yparraguirre Revoredo escribe el prólogo del libro “De puño y letra”, de su marido y funeral secuaz Abimael Guzmán, demuestra de qué modo están imbricadas su pasión por el hombre, su admiración por la muerte y su regusto por la sintaxis estalinista.
La señora Yparraguirre escribe lo siguiente en relación a su amantísimo consorte:
“En la dirección de la Guerra Popular devino: iniciándola, dirigiéndola y desarrollándola hasta alcanzar el equilibrio estratégico Jefe del Partido y la revolución. Llevó el Partido al mayor prestigio de su historia...” (Penal de Chorrillos, julio del 2009).
No es infame decir que quien puede escribir eso podría dar la orden de reventar con un camión de anfo un edificio de la calle Tarata.
Pero la señora Yparraguirre no se queda satisfecha masacrando también el idioma. Se vuelve una abogada formalista cuando lamenta que los jueces incluyeran en su caso y el de su pareja “el prescrito caso de Lucanamarca”.
¿Prescrito? ¿No es que los crímenes de lesa humanidad no prescriben?
Lo paradójico es que en ese mismo libro se transcribe una sesión del Comité Central senderista de 1985. Y en ella se puede leer lo siguiente:
“El Partido respondió golpeando contundentemente a la mesnada en Lucanamarca; esto sofrenó a las mesnadas...” (Página 22 del documento).
De modo que si cabía una duda, aquí puede despejarse: las más de sesenta víctimas de Lucanamarca, asesinadas con arma blanca por Sendero, fueron “el daño colateral” de una decisión “política”: aterrorizar salvajemente a la población rural que no “se decidiera” por “la guerra popular”. Es decir, puro maoísmo mutante. Pol Pot en los Andes.
La señora Yparraguirre pretende aparecer como una historiadora neutral cuando señala:
“...un hecho político como dirigir una revolución no puede convertirse en un hecho delictivo y necesita resolverse políticamente con una solución política: amnistía general y reconciliación nacional...”
¿Fue político el crimen de María Elena Moyano? ¿Fue político dinamitar su cadáver? ¿O fue un gesto espantosamente territorial?
¿Así que fueron políticas las 215 masacres que, según la Comisión de la Verdad, perpetró Sendero Luminoso?
Sí, fueron políticas. Pero políticas ejecutadas en el marco de una concepción criminal, intrínsecamente homicida, de la lucha de clases, del derecho popular y de la concepción misma del Estado y la justicia.
Sendero no fue una guerrilla popular. No fue la respuesta a una dictadura que hubiese cerrado las vías legales para el debate y la contienda.
Guzmán no fue Túpac Amaru ni Bolívar ni mucho menos Cáceres. Fue una obsesión cuchillera que sólo pudo prosperar en medio del atraso y la desigualdad extrema del Perú. Sendero, al revés que el Movimiento 26 de Julio, mataba al pueblo que quería salvar. Y hablaba de dictadura burguesa cuando lo que quería imponer era el cementerio de Phnom Penh.
He ojeado el libro de Guzmán –lleno de documentos procesales y pesadeces “doctrinarias”- y no he encontrado una palabra de arrepentimiento.
Al contrario, exuda orgullo y amnesia narcisista. Una soberbia patológica late en muchas de sus páginas. No es un libro histórico sino un testimonio psiquiátrico. No se merece la alharaca con la que algunos bobos lo han convertido en best seller.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Nuestro 11 de septiembre

El viernes pasado se recordó el primer 11 de septiembre fatídico de la historia moderna.
Se recordó, con mucho menos respeto del que hubiera sido necesario, el sacrificio de Salvador Allende, un médico que quiso curar el mal de la injusticia y que terminó sitiado por el ultraísmo izquierdista, la conspiración norteamericana, el odio de la derecha fascista de Chile y la traición de los generales institucionalistas, los almirantes hijos de puta, los generales FACH salidos del infierno y los carabineros pobres diablos que se sentían valientísimos a la hora de pegarle a los desarmados.
Fue el 11 de septiembre de 1973. Y se veía venir. Pero lo que vimos esos días, a pesar de lo previsible, fue más de lo podíamos esperar.
En el palacio de La Moneda, roto con misiles aire- tierra, defendido apenas por un puñado de suicidas, el presidente socialista reunió a sus colaboradores y familiares y les exigió que se fueran, que no siguieran allí, entre los humos de las bombas y el zumbido, ya innecesario, de las balas.
El golpe de Estado se había consumado, pero Gustavo Leigh, el chacal de la Fuerza Aérea chilena, seguía cumpliendo las órdenes de Pinochet y sus aviones Hawker Hunter seguían roqueteando lo que quedaba de la sede presidencial.
¡Cuántas veces había yo mirado La Moneda desde el hotel Carrera y había temido esto!
Y adentro, entre aquellos que se negaron a irse, estaba mi amigo, el “Perro” Olivares, el secretario de prensa de don Salvador.
Dos años antes, en 1971, había estado con él y un grupo internacional de periodistas en una noche de Valparaíso.
Buen hombre el “Perro”, que se había ganado el mote por la cara y no por el alma. Nos dijo, en resumen, que Allende estaba entre dos fuerzas que querían la confrontación y que, muchas veces, se sentía tan solo como Juan Manuel Balmaceda, el presidente chileno que, acosado por la oligarquía y el ejército, terminó suicidándose durante la guerra civil de 1891.
Recuerdo que estábamos en una especie de bar enorme y que el “Perro” Olivares nos dijo que él temía que lo peor estaba por venir y que la derecha no iba a tolerar que Allende continuara con las reformas. “Los ricos de este país pudieron con O’Higgins y con Balmaceda. Y están seguros de que podrán con Allende”, sentenció.
Y pudieron. Porque mientras el MIR y el MAPU, y el socialismo del ala Altamirano, provocaban a las Fuerzas Armadas, la derecha, con apoyo de la embajada norteamericana y logística de la CIA (llegaron a fundar una agencia de noticias que servía de tapadera y se llamaba Orbe), tramaba la masacre.
Y la tramó bien. El 11 de septiembre de 1973, seis horas después de que la flota de Valparaíso se hiciera a la mar anunciando lo que se venía, Allende se encerró en una habitación del humeante palacio, se sentó en uno de esos sillones donde había tenido que sentarse en los últimos tres años - un falso Luis XV tapizado en terciopelo cardenalicio-, cogió la ametralladora que le había regalado Fidel Castro -con la que había disparado simbólicamente a los blindados que desmoronaban el ala que daba a la calle Morandé-, se puso el arma entre las rodillas, el cañón apuntando casi la garganta, y disparó.
No, él no saldría vivo de La Moneda. No pediría perdón, ni pondría las manos en la nuca, ni tramitaría su asilo en alguna embajada compasiva. La izquierda, carajo, también, pensaba, debe hacer historia y debe dar ejemplos.
La canalla ultraizquierdista que le hizo la vida imposible empezaba, a esa hora, a ser cazada y exterminada por el fascismo que ella misma ayudó a despertar. El hombre que hizo todo lo posible para que el socialismo tuviera un rostro nuevo se volaba la tapa del cráneo.
El hombre latinoamericano más decente del siglo XX, Salvador Allende, terminaba con honor lo que había empezado con generosidad.
Y nosotros nunca seríamos los mismos.
Y ese es el 11 de septiembre que más nos dolerá.
Porque lo de las torres gemelas fue espantoso pero, al fin y al cabo, fue obra de una secta tanática que dice ser respuesta a las atrocidades que Israel y los Estados Unidos perpetran el Medio Oriente hace cuarenta años.
Lo de Allende y lo que vino después fue, en cambio, obra del Departamento de Estado de los Estados Unidos, de las Fuerzas Armadas de Chile, del Partido Nacional y del Partido Demócrata Cristiano de Chile. Fue, digamos, una masacre oficial.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Recordando a Calvo

A diferencia del Ramón Sijé de Miguel Hernández, que se murió como del rayo, César Calvo se nos murió como de un trueno. Del trueno de la palabra airada y del amor que se grita desde la ventana.
La poesía de Calvo sólo quería oírse. No estaba escrita (o dicha, o garabateada, o despilfarrada en una tertulia) para los críticos sino para la música.
Hay poemas de Calvo que parecen sinfónicos y otros que son como piezas de viola de gamba de Bach: sus referentes son la propia sonoridad, el vasallaje puro de la palabra que no le debe nada a nadie sino a la furia y al ensamble arbitrario.
Era poesía galopando en endecasílabos, poesía en combate de armonías y, como toda verdadera poesía, no abría ninguna puerta ni disimulaba ningún concepto: iba resueltamente a la nada y al viento, que todo se lo lleva menos el recuerdo de lo que nos emociona.
Contra el hábito de la poesía mensajera, contra los traductores inconfesos de Pound, contra el prestigio de las telarañas, Calvo era ibérico sin complejos y sonoro (y hasta vacío) como una múcura. En Calvo había un sonero de alto vuelo y un mujeriego insomne que podía volar a ras del suelo.
Y en su poesía había sexo y toallas, sombras de cacerías y postdatas salobres dichas sin disfuerzo pero con grandeza. Ésta le era natural y por eso no ofendía. Calvo era una fuerza que sólo el Perú pudo, al fin, prematuramente, derrotar.
¿Vivió en el exceso?
Bendito sea. Pero vivió a más no poder. En un país de estatuas y pusilánimes de todas las pieles, el charapa Calvo zurcía sus estrofas sin tener miedo de llamarlas estrofas y buscaba a la mujer en las mujeres con el mismo sentimiento de fracaso con que, al final de sus días, llamó a algunos de sus amigos.
La vida no tiene sentido y eso Calvo lo sabía con la certeza de los iluminados. Y como no tenía sentido había que embriagarse en su misterio, y, en su caso, embriagarse de verdad, sin misterio y con resaca.
Calvo esperaba cada mañana como si fuera la última. Y era la última. Y escribía porque le salía de los cojones, no de la astucia ni de las ganas de posteridad. Escribía no para salvarse sino para consolarse con esa música con la que siempre se iba a otra parte.
Y tuvo la ironía estentórea de morir de septicemia en el Perú de Fujimori. Y morirse sordo en un país donde ya nadie parecía hablar. Calvo no escuchó, entonces, los gruñidos de la década pasada: suerte olímpica de Baco sanmarquino.
Dicen que, enfermo terminal de los oídos, sólo escuchaba sus propios borborigmos y goteos, el atoro de sus fluidos y la marcha lenta de su máquina anegada. A él, prisionero de las músicas, le fue dado oír sólo el idioma visceral de su decadencia. Hasta en eso fue único.
Y ahora los dejo y me voy a leer Ausencias y Retardos, el más leve de sus libros, el que más quiero.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Siglos cretinos

Hace años le escuché decir a Don Hewitt, el creador y productor de “Sesenta minutos” que se acaba de morir, que no se sentía cómodo en el siglo XXI. Lo decía hablando del vértigo, de la impiedad, de la uniformidad y de los excesos de la tecnología.
Era una manera de decir que tampoco se sintió muy bien en los últimos 20 años del siglo XX, preludio analógico de lo que estamos viviendo.
Me sentí plenamente de acuerdo con el viejo Hewitt.
Carezco de Twitter, no frecuento el Facebook, jamás tuve un Blog, desconozco al Blackberry, me libré de los iPod Touch, renuncié a estar de moda, amo los escritorios viejos, creo en los libros, mi reloj sin cronómetro me sigue gustando, uso la computadora como si fuera una máquina de escribir (y aporreo su teclado como si de una Remington se tratara), me he visto obligado a comprar discos compactos, MTV no me emociona, uso el celular con cada vez más renuencia, me aburría soberanamente con las hazañas gravitatorias de los plomazos del transbordador, y en general, tengo ante esta proliferación de prodigios la sensación de que hemos hecho un mundo a la medida de Madonna.
¿Quién diablos nos ha dicho que la rapidez es más importante que el mensaje? ¿Era menos Miguel Strogoff acaso? ¿Cuando el cartero tocaba dos veces la gente no era feliz? ¿Qué hará el Nintendo, a la larga, en el delicado cerebro de los niños?
¿Quién demonios dice que la búsqueda electrónica es más emocionante que la que hundía a Marlowe -y antes a Holmes- en archivos amarillentos? ¿Estamos hechos de píxeles? ¿Quemarán las bibliotecas?
¿Y qué importancia tiene aproximarse a la última partícula de la materia -y aun de la antimateria- si no podemos entender que la materia más preciada, la Tierra en su conjunto, es una madre herida por nuestros desechos?
El siglo XX fue bastante cretino por su maniqueísmo, eso que alguien ha llamado, con razón, una enfermedad de la inteligencia. Pero si el siglo XX fue cretino, detesto igualmente la arrogancia cretina del siglo XXI: sus mares de jóvenes machacados por el mismo ritmo, una misma ideología que niega toda trascendencia, una misma codicia que brutaliza toda relación, una misma resignación que empobrece el espíritu.
Tuve un sueño el otro día: regresaba del trabajo en un Packard pesado y llegaba a una casa con el piso de madera real y encendía una radio de bulbos (Phillips, también de madera) y me ponía a oír radio Selecta.
Un gato gordo me miró a los ojos, reconociéndome.
Miré por la ventana y pude ver el cielo. Hacía frío pero el cielo no era una telaraña de cables telefónicos.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Maldigo las utopías

La utopía cristiana empezó con un hombre excepcional que expulsaba a los mercaderes de los templos y terminó con los golpes de pecho del Opus Dei. El Opus Dei que el Papa de Cracovia convirtió en tridente de la cristiandad.
La utopía comunista empezó con otro judío genial descubriendo el robo del salario y el secreto de la plusvalía y terminó en los juicios de Moscú.
La utopía fidelista empezó en las afueras del Moncada, floreció en la Sierra Maestra, se volvió realidad durante esos años de revolución libertaria pero terminó el día en que condenaron a Hubert Matos y siguió terminando cuando Fidel apoyó la invasión sufrida por los checos en 1968 y terminó de terminar cuando al pobre Heberto Padilla lo obligaron a decir que era no sólo un gran poeta (el mejor de su generación) sino también “un agente de la CIA”.
El demonio está tatuado de utopías. La utopía es un demonio que pretende reclutar ángeles para sus propósitos.
El infierno es la utopía de la ética. El cielo, una utopía póstuma.
El maoísmo utópico de las cuevas de Yenán terminó con las revelaciones del doctor Li, el médico de Mao. Una de esas revelaciones era que al señor Mao le encantaba tirarse a campesinas jovencitas que los comités rurales del Partido Comunista Chino le ofrecían, del mismo modo como otros ofrecen bocaditos a sus invitados. Y Mao Tse Tung estaba convencido de que esas niñas le transfundían vitalidad.
El nacionalismo utópico llegó a encarnarse en Pol Pot, el utópico extremo y el asesino serial más inescrupuloso que el comunismo asiático haya parido.
La utopía de un imperio civilizador terminó en Dien Bien Phu y antes en Bombay. Tanto Francia como Inglaterra lo que hicieron fue saquear lo que pudieron y matar a quienes fuera necesario. Igual que España siglos atrás en las Américas. Tanto como la pequeña Bélgica sañuda.
La utopía de la aristocracia alemana terminó en Hitler y la de Henry Ford y el capitalismo estadounidense terminó en la tercerización y en Bernard Maddoff. El conservadurismo del académico Burke es hoy una maquila textil en Ciudad de Guatemala.
Y la utopía de Rosa Luxemburgo, la dirigente polaca, y Pablo Iglesias, el profético tipógrafo español, terminó, como se ha visto, con el señor Rodríguez Zapatero enviando más tropas a Afganistán.
Dios es la utopía del miedo.
De utopías están hechos los campos de concentración y las limpiezas étnicas.
La utopía de un ustachi era decapitar a un serbio. La utopía chechena consiste en matar rusos. Volaban utópicos los kamikazes. Y de esquirlas utópicas e islámicas están hechos los hombres bomba que matan inocentes. Y la utopía del pueblo elegido de Israel va montada en un misil que estalla en una escuela de infantes en la Gaza mártir.
Soñaba utópico el general MacArthur con arrojar la bomba atómica sobre Corea del Norte.
La utopía de Bush no fue pensar ni acertar y ni siquiera hablar inglés correctamente. La utopía de Bush fue cubrir el cielo norteamericano de un toldo de rayos láser que protegiera la segunda tierra prometida.
Odio las utopías. Odio, cada vez más, las grandes palabras y las enormes mentiras que tras ellas se esconden.
El hombre no es la utopía de la creación. Y ni siquiera, de pronto, su comienzo. De pronto todo esto es sólo un experimento fallido y quizá seamos la utopía de un dios idiota.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Recordar es vivir

Enrique Zileri llamó una vez Rasputín a Montesinos. Había que ser audaz para hacerlo en ese momento, cuando la banda de Fujimori dominaba todo lo imaginable.
Montesinos se molestó mucho. Tanto, que le ordenó a uno de sus jueces ciempiés que fabricara una sentencia “por difamación” en contra de Zileri. ¿Qué pudo molestarlo tanto?
Todo indica que lo que lo sacó de sus casillas fue que lo compararan con un parásito de la corte de los Romanov, un sujeto que tuvo que apelar a la santería tenebrosa para hacerse un hueco en el corazón de la emperatriz, primero, y en el entorno del propio Nicolás II, después. Montesinos quiso decirnos algo con esa reacción. Quiso decirnos que él no era otro que el mismo emperador. O que, en todo caso, el papel de Fujimori no era el de un Romanov.
Los años y los videos lo demostrarían después: Fujimori era el bufón sobreactuado de una corte de los milagros dedicada prioritariamente a robar. Dickens hubiera hecho una novela deliciosa con los Joy Way y los Crousillat y los Genaros.
Dickens, que bajó a los hospicios y al Londres de las uñas negras y los harapos, jamás soñó con un gobierno poblado por sus personajes, un régimen de picabolsos y atracadores que contaran con ejército propio, majestades otorgadas por el voto, generales pulguientos con carros de combate, decretos urgentes para saquear con prontitud, discursos humanistas para engatusar, ministerios en donde hurgar, flotas de barcos dotados de inmunidad, repartos de botín no en una pocilga sino en un palacio con eco de pisadas y guardianes de rojo.
¡Ah, Dickens! ¡Ah, Dostoiewski! Lo que se perdieron por nacer antes de tiempo. ¡Qué fuente de inspiración! ¡Qué personajes!
Recordemos al modesto y genial Dickens disculpándose, en su prefacio de 1867, tres años antes de su muerte, por el paisaje social presente en su obra:
“Parecióme que el sacar a escena a estos asociados en el crimen tal como realmente eran, el pintarlos en toda su deformidad, en toda su maldad, en toda la sórdida miseria de sus vidas, vagando vergonzosamente por los más inmundos senderos de la vida con la gran sombra del patíbulo cerrándoles el horizonte dondequiera que se volviesen; parecióme que el hacer esto sería intentar algo que era preciso hacer y que constituiría un servicio a la sociedad. Y lo hice lo mejor que pude”.
Yvaya que lo hizo. Pero lo que Dickens llamó crímenes hubieran resultado, en el Perú charcoso de Fujimori, faltas administrativas, levedades indignas de comentarse.
Aquel Londres donde siete peniques para la comida de un huérfano se convertían en dos por la avaricia de la señora Mann parece idílico, casi idiota de puro primitivo frente a esa república de francachelas dinerarias que fue el Perú de Fujimori.
Si hubiera un Nobel para el bandidaje, un Guinness del desplume, un Oscar de la cochinada, aquí, aquí estarían. Porque aquí, en este país que a veces parece condenado a repetirse, electrochoqueado y sin memoria, aquí el crimen fue, con Fujimori, creación heroica, pobre Mariátegui. Aquí Pedro Navaja hubiera sido primer ministro. Aquí los muchachos del robo del tren postal inglés hubieran quedado como unos grandes cojudos.

martes, 8 de septiembre de 2009

Fritz Du Bois

“Me hacía lavarle los pies”, dice el titular de Perú 21 aludiendo a la denuncia de la señorita María Elena Medianero en contra de la congresista Rosario Sasieta.
¿Venderá ese titular?
No parece. Porque titulares parecidos ya se han ensayado decenas de veces en ese periódico y Perú 21 sigue siendo, desde que llegó el pesado de Fritz Du Bois a la dirección, el patito feo del grupo “El Comercio”.
Ese es el problema de sacar a un periodista para meter a un entumecido caballero que se hace pasar por economista cuando su verdadera profesión es fujimorista.
Sí, porque el fujimorismo, que es una rama del lobismo y un plano superior del oportunismo, es toda una profesión. Y Du Bois, que fue asesor de Carlitos Bologna (nada menos), lobista de éxito de cuanta empresa le pagara en procura de una canonjía y franelero friedmanita desde su autodenominado Instituto Peruano de Economía (IPE), es, desde esa perspectiva, un doctor y todo un maestro. Y sus hazañas financieras están registradas en notarías y bufetes.
Pero siendo doctor y maestro en fujimorismo contante y sonante, Du Bois, como alguna vez lo demostró Zenón Depaz, es también un divertido analfabeto funcional que confunde las preposiciones, desconoce el significado de algunos verbos, ametralla la sintaxis...¡y todo en un artículo referido a la necesidad de mejorar la educación!
No sólo eso. Du Bois, que se sirvió tanto de la dictadura, conoce las artes de ese mimetismo que, chequera en mano, puebla la política, el periodismo, la farándula y la repostería del Perú. Ahora, por ejemplo, es alanista acérrimo y forma parte del círculo del poder que García convoca cuando recuerda que él no es quien gobierna sino Dionisio y la tribu del billetón que lo bancó.
“Me hacía lavarle los pies” es un titular que parece dictado por Judas Iscariote. Pero sólo lo parece. Lo que es, en realidad, es un intento desesperado de vender un poco más en una calle tan dura y con lectores tan renuentes.
Pero ese periodismo de las declaraciones y las comillas es el que hacen los becarios y los meritorios en las radios más tugurizadas del dial. Es la banalización extrema del periodismo. Es el cromañismo del oficio.
O sea que mañana sale cualquier maruja a decir que Du Bois le cortaba las uñas al Chino al que sirvió y un diario enemigo se sentirá con el derecho de citar esa desmesura como si de una verdad mayúscula se tratara.
El problema de Du Bois, como decíamos, es que sabe de periodismo lo que sabe de economía. Es decir, muy poco, porque él es un abogado que no ejerce y un perito en enjuagues que sí ejerce y un caballero tan conservador que le echaría preservante a las tradiciones (las de Palma y compañía) para que nunca se pudrieran.
Eso sí: nadie puede negarle prontitud para el olfato. Hace unos meses, cuando el general Edwin Donayre parecía un candidato y no un adefesio, dijo poco menos que el tal uniformado era un héroe. No fuera a ser que por allí hubiera un camino a seguir.
Y Álvaro Portales puede dar fe, con sus viñetas censuradas en Perú 21, de la “amplitud de mente” de este Du Bois que no sabe que está allí tan sólo porque Paco Miró Quesada, que no lo aprecia un mango, carece de la fuerza accionaria para darle una patada en el trasero.

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Posdata.- En una columna reciente me atreví a decir que en el Perú se envidia tanto que hasta se envidia lo inferior. A propósito: ¡qué envidiable resulta Beto Ortiz!

domingo, 6 de septiembre de 2009

Lecciones del fútbol

Perdemos cuando tenemos que ganar.
Ganamos cuando ya no tenemos nada que perder.
Me refiero al fútbol, claro está.
¿Pero no es que el fútbol nos encarna y representa?
Chemo del Solar, por ejemplo, es lo que en política se llamaría “carecer de una estrategia”.
La Federación de Fútbol, con su ceguera absoluta, equivale a la inexistencia de la planificación en nuestros asuntos de Estado.
A nuestros jugadores les suele aplastar la responsabilidad, la exigencia del deber. Igual que a la casi totalidad de nuestros políticos.
Ayer, ante Uruguay, ya estábamos muertos en cuanto a aspiraciones. Por eso jugamos con tranquilidad y casi con guapeza.
No era necesario ganar. Por eso ganamos.
Es que el deber es una carga insoportable para el peruano promedio.
¿Por qué somos así?
¿De dónde nos viene esta pobreza de ánimo? ¿De cuál de las derrotas?
Hay otros ejemplos familiares.
Viene una periodista española de tercera, una señorita conocida en la prensa del corazón -que en España puede ser y es también una basura-, y los periódicos se le rinden, las radios se le abren, las televisiones la veneran.
Y esta bella y banal criatura, este chisme viviente, viene y pretende dar lecciones de periodismo, de ética de las comunicaciones.
Y lo que dice es que ella no tiene ningún juicio por difamación pendiente y que por eso nadie puede mirarla mal ni alzarle la voz.
Pero sucede que esta señorita levemente dotada se hizo famosa en un programa que sí tiene juicios por difamación. Y los tiene a puñados, a borbotones.
Y los tiene porque es antología excrementicia de la invasión del dormitorio ajeno, del rumor maligno, de la especulación de burdel, del tablao flamenco con pichi de gato, de los polvos de todas las pantojas que en el mundo han sido.
Yo lo he visto alguna vez y puedo decir que, frente a él, la señora Medina podría postular al premio de la moderación. He visto a machos cabríos contando, por dinero, las intimidades más rasuradas de sus mujeres y he visto a mujeres, drogadas por el cheque, hablando de la flacidez insatisfactoria de sus amantes más recientes.
Y esta señorita, que ha sido panelista de semejante esperpento, viene a Lima y es tratada como si fuera Rosa Chacel, como si fuera Ana María Matute, como si en algo se pareciera a Carmen Laforet.
Porque así somos los peruanos muchas veces.
Nos fascinan las historias que comienzan con una buscona emboscando a un gerente palurdo. Y que terminan con una Maritornes prensada vestida de monja y hablando de la castidad.
Ganamos cuando ya de nada vale. Valoramos lo que, generosamente, podría cotizarse en cinco céntimos.

sábado, 5 de septiembre de 2009

El otro cáncer

Hay varios tipos de cáncer. Del que no se habla es del cáncer al alma.
Se trata de un tumor abstracto que te impide elaborar valores, que bloquea la llamada enzima del prójimo, que envenena la memoria, que te suprime todo pulso de gratitud y que te ciega para mirarte tal como eres.
Es un cangrejo de luz, pero de luz neón. Es un bicho pálido de tiza que te hace acatar la voz del animal que llevas dentro. Al final de su diseminación, el cáncer del alma logrará que el intestino grueso se llene de neuronas, que el lóbulo frontal del cerebro se sumerja en jugo gástrico y que el superyó sea expulsado con la orina.
Las almas con cáncer son como el salón de “Un lugar sin límites”, aquel famoso relato de José Donoso. O sea que hay una luz viciosa, unos hombres que beben sin destino y unas putas que bailan sin gracia.
El cáncer del alma no tiene que ver con la muerte física, que es una verificación que hacen los notarios y, en algunos casos, los médicos forenses. Tiene que ver con el hecho de que el paciente haya extraviado el norte magnético y se haya dejado devorar por lo oscuro.
Un caso de alma cancerada hasta hacer inútil al cobalto es, ejemplarmente, el de Alberto Fujimori.
En efecto, en 1990 Fujimori era la multitudinaria promesa de un gran cambio. Venía de los partidos pero se enfrentaría a ellos, venía de la tradición populista pero afrontaría los desafíos con nuevas miras.
¿Y en qué terminó la epopeya oriental de este nuevo salvador de la patria?
El hombre que clamaba contra la insuficiencia de la democracia de los 80 terminó masacrando la democracia a secas.
El hombre que hablaba de la corrupción como una lacra terminó defendiendo a un corrupto y ocultando, detrás del Estado, su propia corrupción.
El hombre que prometió trabajo produjo el ciclo de destrucción de empleo más largo de los últimos años.
El hombre que se enfrentó a la derecha banquera, que había rodeado a nuestro pesar a Mario Vargas Llosa, terminó perdonando a los Picasso y entregándole 210 millones de dólares al quebrado Banco Latino.
El hombre que denunciaba la conspiración de los medios de comunicación en contra de la verdad, terminó instaurando la imbecilidad moral en la televisión secuestrada y la sífilis de la inteligencia en la prensa escrita que manejó a través del gordo Bressani.
El hombre que se irguió como el mayor enemigo del terrorismo terminó rodeado por los autores intelectuales del peor terrorismo de Estado.
Eso es cáncer. Del alma. En fase terminal.
El hipotético retorno del fujimorismo al poder querría decir que el Perú sigue siendo lo que su extensa hoja clínica insinúa: un país que disfruta del malestar, un mártir insaciable.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Lourdes Flores

Que a Lourdes Flores la salgan a defender la señora Beatriz Merino y el señor Luis Castañeda Lossio es algo que no debería calmarla.
La señora Merino alguna vez se defendió a sí misma después de cometer un hecho que, desde la perspectiva de la administración pública, fue muy impropio.
Y en cuanto al señor Castañeda Lossio, algún día se sabrá de qué tamaños fueron las uñas de su administración, hasta dónde llegó la mano larga de sus incondicionales con BMW a la puerta y a qué cuentas fueron a parar las groseras sobrevaluaciones de su concreto en marcha.
Yo no sé si el señor Cataño es un narco. Lo que sí sé –porque lo entrevisté hace dos días en el 11- es que no tiene ninguna –repito: ninguna- respuesta convincente.
Ni para explicar su fortuna ni para explicar sus cambios de identidad y ni siquiera para decirnos por qué tiene dos nombres (o un nombre y un alias) y por qué demonios se siente absuelto cuando lo absuelven con el nombre que dice que ya no es suyo.
¿Y este puede ser el propietario de una empresa aérea? ¿Alguien que demostró que no sabe sumar ni multiplicar y ni siquiera recordar el monto de los impuestos que pagó o la magnitud de sus ganancias como importador de autos y camiones usados?
Lourdes Flores es una mujer intachable. Hasta ahora.
La pregunta es bien sencilla. Si hay una investigación por lavado de dinero que ha sido archivada en primera instancia, ¿por qué no esperar a que ese archivamiento se confirme tras la apelación que ha formulado la procuradora antidrogas Sonia Medina?
Ya sabemos que Sonia Medina es una funcionaria que puede ser irresponsable y que, además, es adicta a los reflectores públicos y secreta servidora de los muy oscuros intereses de la DEA en el Perú. Y ya sabemos que ha trabajado siempre en pared con un periodista de “El Comercio” metido en más de una porquería.
Pero por eso mismo, ¿qué le cuesta esperar a Lourdes Flores que la limpieza judicial de su cliente y ahora socio se ratifique?
Porque eso de meter las manos al fuego por alguien que no sabe decir ni qué utilidades obtuvo en los últimos años es más que un riesgo: es una temeridad.
Puede ser que el señor Cataño balbucee incoherencias porque es muy tímido o porque tiene la memoria averiada y el carácter roto. Puede ser.
Pero Lourdes Flores Nano es demasiado importante para la política peruana como para estar al lado de alguien que ha dado muestras de tener tantos flancos vulnerables.
Si Cataño sale limpio, mejor para Lourdes. Y mejor para todos. Pero si se le descubre lo que algunos temen que pueda estar escondiendo, ¿cómo quedaremos los que hemos creído siempre –a ojos cerrados- en la decencia personal y política de la presidenta del Partido Popular Cristiano?

Un Rey desnudo

Escuchar a Rafael Rey nos conduce a un dilema dramático: ¿es un bobo con ideas de fascista o es un fascista que habla como un bobo?
¿Es un católico salido de las páginas de Maurras, un hijo de Le Pen, un sobrino de Plas Piñar, un remedo de Luis A. Flores, una reencarnación de Esparza Zañartu?
¿Qué es Rafael Rey, en suma? ¿Un fujimorista vitalicio al servicio del hombre que Fujimori persiguió por varias azoteas de Surco? ¿Un glóbulo blanco siempre atento a las infecciones del progresismo? ¿Un testa de Giampietri?
Es todas esas cosas pero es, sobre todo, un cruzado que ve Jerusalenes donde hay gente que no piensa como él y ve a Saladino cuando el que está hablándole es Yonhy Lescano nomás.
Como su obituario político se ha encargado de hacérnoslo saber, el señor Rey fue un sodálite emergente que daba la vida por Mario Vargas Llosa y por las libertades del neoliberalismo.
Cuando Vargas Llosa perdió y Fujimori fue como la neblina de Lima –cubriéndolo todo y haciendo más espectrales a los peruanos- a Rafael Rey se le presentó una de esas disyuntivas fuertes que deciden la vida: o seguía siendo él mismo y tendría que pasar su desierto y su ostracismo, o se volvía un transformer y pasaba de Volkswagen libertario a Tico fujimorista (con olor a sobaco incluido).
Todos sabemos lo que pasó con este amarillo patito. No sólo fue Tico sino que a ratos mutó a moto de farmacia, a tractor chino, a bulldozer de plástico. Todo con tal de defender al chino mandarín que lo tuvo entre sus juguetes preferidos.
Ahora, en su enésima transformación, es ministro de Defensa del gobierno de García, del mismo García a quien Rey acusó, con su firma de congresista en un dictamen oficial, de ladrón.
Y ayer este señorito se presentó al Congreso donde Mulder hace de girondino y el Apra arrasa. Y habló un montón de minutos sin referirse al tema para el que había sido convocado. Yo me tomé el trabajo de escucharlo y de hacer apuntes. Y lo que escuché me dejó estupefacto. Se resume en las siguientes parrafadas:
a) “Nos matan militares en el Vrae porque los militares están en el Vrae. ¿Quieren que nos retiremos”?;
b) “No seamos derrotistas, no estamos perdiendo esta guerra, aunque debo admitir que, tras el rescate de los heridos que hasta ahora no hemos podido rescatar, tenemos que replantear algunas estrategias”;
c) “¿Por qué nos recuerdan las estadísticas de las muertes? ¿Qué objeto tiene? ¿Y por qué cuando nos matan a algún efectivo los titulares de los medios no levantan la noticia diciendo “Otro atentado terrorista se ha consumado en contra de la sociedad?”;
d) “Las Fuerzas Armadas son la sociedad, el brazo armado legal de todos nosotros. ¿Qué justifica que las ONG que dicen defender los derechos humanos sigan persiguiendo a los militares?”
Y así por el estilo.
Lo que debería hacer Rey después de tan patética exhibición es ir donde Cipriani y confesarse.
Porque ayer ha querido, para agravio de las Fuerzas Armadas, mezclar a asesinos con héroes, a canallas con defensores del país, a Putis con el honor legendario del ejército de Bolognesi. Y todo para no tener que explicar su carácter de usurpador.
Sí, porque haber nombrado a Rey como ministro de Defensa no es un error: es un crimen. Su “patriotismo” histérico, su “militarismo” fanático, su desapego a la ley, lo llevarán, al margen de las intenciones que pueda tener, a cometer error tras error.
El problema es que esos errores ya no son los del Ministerio de la Producción. Esos errores cuestan vidas.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Hitler hoy

El siglo XX empezó con una gran guerra, siguió con una peste, continuó con una segunda gran guerra y terminó con un imperio jugando solitario con el mundo.
No fue un gran siglo el XX. Fue una matanza sucesiva, un frenesí de la abyección.
Ayer recordamos el comienzo de la aventura de uno de los criminales más claros de la historia: Adolfo Hitler. Pero hablando de él se ocultan muchas cosas.
Lo que no dice “El Comercio”, por citar un ejemplo doméstico, es que algunos de sus columnistas y directivos –empezando por don Carlos Miró Quesada Laos- simpatizaron con el fascismo italiano, con el falangismo hispano y con el nazismo alemán. Es que eran universales los muchachos.
Y lo que nadie dice, empezando por la señora Ángela Merkel, es que a Hitler lo apoyaron desde la Bayer, en Munich, hasta la IBM, en Armonk, pasando por toda la aristocracia industrial europea y todos los conservadores del mundo.
Gracias a que Hitler fue, además de asesino, una perfecta mula en términos estratégicos es que no tuvimos un mundo a su medida: una Europa nazi y un Japón imperial dominando la mitad del mundo y una América adecuada siguiéndoles el compás.
Ahora la Europa que autoriza bombardeos en masa y el secuestro de países enteros (Irak, Afganistán), mientras silba mirando el techo cuando de Gaza se trata, pretende distanciarse de Hitler todo lo que puede.
Puede poco. Para recordarnos que hay un Hitler latente detrás de muchos europeos están la derecha austriaca, el franquismo intacto del PP español, la Liga del Norte en aquel Milán que vio nacer a Mussolini. Y ya van a ver ustedes: apenas aprieten las cosas y apenas quemen las papas las “soluciones radicales” se vomitarán en las plazas donde hoy se habla de la democracia como de un valor eterno.
Salimos de la segunda guerra mundial como los mamíferos territoriales que nos gusta ser: sin aprender nada.
No habían terminado de recogerse los escombros en aquel Berlín hecho pedazos cuando estadounidenses y soviéticos estuvieron a punto de empezar la tercera gran guerra.
Y así vivimos, en la cornisa del terror, hasta que el muro de Berlín fue derribado.
Estados Unidos no entendió el mensaje. Que cayera el muro no significaba que se le diera un cheque en blanco.
Pero Estados Unidos actuaba como si se le diera un cheque en blanco. Y en el Medio Oriente armó, avaló y compartió una política israelí que sólo podía convocar a la venganza más extrema.
Y la venganza más extrema y repugnante produjo el triunfo del conservadurismo más hirsuto. Y ya no fueron la cara de Lincoln o de Jefferson las que se asomaron sino la de Dick Cheney y Bush junior. Un canalla y un idiota eran el emblema del país que nos había salvado de Hitler y sus hordas.
¿Nos había salvado?
¿No hubiera Hitler avalado el exterminio de ciudades y civiles?
¿No habría Hitler admirado la mentira de las armas de destrucción que no existían, el rapto y asesinato de sospechosos encerrados en cárceles clandestinas, el campo de concentración de Guantánamo, la alianza del Estado y el capital ante la crisis del sistema?
¿Qué es Hitler hoy? ¿Una pesadilla o un tácito secuaz?

martes, 1 de septiembre de 2009

La soga al cuello

La corbata es lengua larga y muerta que nos ata, invento de tontos, numerito ante el espejo, soga del ahorcado.
Algún día quise librarme de ella y fracasé. No me lo permitieron. El almidón me lo impidió. Ganaron el dogal, el lazo, lo políticamente correcto.
Pero sólo la uso para salir en la tele, que es el reino de los muertos vivientes y de los convictos uniformados. De modo que durante una hora me disfrazo de muerto viviente y de convicto uniformado. Y no lo hago mal, para mi mal. Es como si la corbata fuera parte de la escenografía.
En resumen, que odio la corbata y será por eso que tengo tantas. Porque tengo muchas cosas que odio y que compré sólo para distraerme o de puro masoquista. O de puro idiota, que es un papel que me gusta y donde puedo lucirme.
Pero vinculo la corbata con lo peor. Con corbata de lazos despanzurraba Jack el Destripador y el nudo de Hitler jamás dio que hablar y el nudo Windsor de Videla era impecable.
Creo que no hay crimen del siglo pasado que no se haya vestido de corbata. Landrú demostró que en los extramuros de la locura una corbata pajarita puede volar como una mariposa y posarse en el cuello de la víctima.
Cuando uno se quita la corbata es como si la manzana de Adán se liberara. Como si la sangre de la carótida fluyera de otra manera.
En corbata triste obligan a ir a los cajeros de los bancos. Y en las ferreterías de Utah los almaceneros llevan corbata mientras sueñan con otra vida. Tienes que ir con corbata a las bodas y casi es un deber elegir la corbata de tu entierro.
Lo que pasa es que la corbata no es sólo corbata: es un decreto real, un úcase, una bula de tela, un mandamiento que te aprieta el gaznate y que, de paso, atrapa la mirada de las mujeres cuando ya no queda otra cosa que mirar en un hombre.
Muchas mujeres sospechan de los hombres sin corbata. Y tienen razón: el descorbatamiento puede suponer una voluntad que esté más allá del sistema, del orden establecido. Porque la corbata es también un signo de acatamiento social. Y quien no acata quizá no sea buen padre o buen marido. Y el ritual del apareamiento exige también el ritual de la apariencia.
La corbata no es una prenda, como te dicen en los bazares: es la sociedad misma hecha nudo y pretendiendo hacerse pasar por lo que no es.
La corbata es el uniforme de la asfixia, el nudo gordiano pendiente, la derrota de los libertarios.
Si yo fuera consejero de mujeres –que no lo soy, que ya me jubilé- les daría algunos consejos: si la corbata del pretendiente es de marca y de seda natural, piensa en serio en lo que haces porque de ese señor no te vas a salvar fácilmente.
Si la corbata tiene animalitos, cuídate: no hay delicadezas más convincentes que las falsas. Si es verde veneno, es alarido de solitario. Si es dorada, duplica tus candados. Si parece de lana, escucharás citas de Pound. Si es a rayas en diagonal, ¡no te cases!
Porque las corbatas delatan a quienes se ocultan detrás de ellas. Igual que las barbas y los mostachos. Igual que los pelos teñidos del aprismo teñido en lo de Gisela.