domingo, 28 de febrero de 2010

Si vas para Chile

Como si la naturaleza hubiese querido darle un mensaje brutal al nuevo presidente de Chile, esta es la hora de la solidaridad y de la tregua política en un país que se preparaba para asistir al festín de la derecha pinochetista y a la privatización de todo lo que quedara de rentable, comestible y vendible.
Es la hora también de la solidaridad continental y mundial con el pueblo Chileno.
Proféticamente, el viernes pasado, Heidi Grossmann, una reportera del programa “Día D”, me dijo, entrevistándome para un reportaje que quizá salga en dicho espacio, que alguna gente pensaba que yo odiaba a Chile.
“Gente ignorante tiene que ser”, le respondí. Y añadí (y está allí la grabación para corroborarlo):
“Admiro a Chile. Amo a Chile. Leía a Neruda, a Nicanor Parra, a Enrique Lihn, a Vicente Huidobro, a Enrique Teillier y aun a Gabriela Mistral, cuando no estaba de moda en mi generación leerlos. Chile es un país que ha hecho sus tareas básicas y tiene una identidad de la que no se avergüenza...”
Dije algunas cosas más y terminé así:
“La clase dominante peruana despilfarró al Perú. La clase dominante Chilena creó un país. Yo no estoy contra Chile. Estoy intensamente en contra de quienes, en el Perú, permitirían que se repitiera lo de 1879. Mi pelea ha sido para que el militarismo Chileno no vuelva a imponernos sus condiciones...”
Pensaba en esas cosas cuando veía las imágenes de la destrucción en la región del Bío Bío y en Santiago.
Mi primer viaje al extranjero –recordé- fue a Santiago de Chile, en plena época de Allende. Me fascinó la fuerza de ese pueblo, su dignidad a flor de piel, la reciedumbre de sus convicciones.
Pinochet, más tarde, fue la encarnación viciosa y depravada de esa fuerza Chilena. Pinochet le recordó al Perú que Diego Portales era un patriarca, el Perú una presa y la tradición prusiana del paso de ganso una amenaza para sus vecinos. Pero fue Pinochet, no el pueblo Chileno. El pueblo Chileno fue, más bien, la ensangrentada víctima de esa hiena.
De modo que está claro: el militarismo Chileno, y los partidos derechistas que lo alientan, son el escollo que el Perú tiene para intentar el olvido y la reconciliación con Chile. Olvido y reconciliación que no sólo son posibles sino que resultan, a la luz de estos tiempos, más necesarios que nunca. Fatalmente, ni olvido ni reconciliación dependen únicamente del Perú.
Esta es la hora, sin embargo, de demostrar al mundo cuánto podemos ayudar a un pueblo próximo y afín en tantos sentidos.
La ironía es que la mitad de Pisco sigue, tres años y medio después del terremoto, en el suelo, de modo que tampoco esperemos que Chile nos solicite un auxilio masivo.
Sobre todo si todo esto ocurre a las pocas horas de un accidente aéreo criminal, causado por una nave de 30 años de antigüedad autorizada a volar por el archicorrompido ministerio de Transportes y Comunicaciones del Perú y en la que han muerto, junto a cuatro peruanos, tres turistas Chilenos que se atrevieron a sobrevolar nuestras líneas de Nazca.
Chile es un país serio y aun en el dolor resulta un ejemplo de organización y eficacia. Dos horas después del terremoto, la señora Bachelet empezaba un recorrido por las zonas afectadas de Santiago y desplegaba a sus ministros en diferentes tareas coordinadas por un Comité de Emergencia reunido en pocos minutos.
Es imposible determinar, a la hora en que escribo estas líneas, cuánto del PBI Chileno se llevará la reconstrucción.
Lo que es cierto es que la arrogancia de Piñera y de su equipo friedmanita tendrá que esperar un poco.
Levantar el sur costará mucho dinero. Pero, sobre todo, creará una atmósfera de compasión y empatía que resulta veneno puro para los planes de la derecha Chilena; planes que pasan, como casi siempre, por hacer del “sálvese quien pueda” un himno darwiniano y un lema nacional.
El egoísmo esgrimido como extrema virtud –que esa es, en realidad, la idea-fuerza de todas las derechas- tendrá que esperar. El banquete de la desregulación se ha suspendido, casi al mismo tiempo que el festival de Viña del Mar. La embestida en contra de los trabajadores del Estado, a los que les esperaban despidos que “El Mercurio” llamaría “imprescindibles para la modernización”, también se ha cancelado por ahora.
Un terremoto de visos cataclísmicos ha parado, por un tiempo, el tsunami indonesio que la derecha Chilena venía preparando.

sábado, 27 de febrero de 2010

El gran dinero

Mientras los políticos discuten sobre cosas menores, el señor García sigue empeñado en saquear al país cobrando comisiones por cada gran proyecto (cosa que se probará cuando algunas de sus víctimas decidan, en el próximo gobierno, hablar a cambio de inmunidad; de allí la imperiosa necesidad, para el doctor García Pérez, de que sean Castañeda o Keiko quienes lo sucedan).
Para mejor vender enormes extensiones de bosques y parajes, de humedales y colinas, García ha enviado al Congreso, donde gobierna el novio platónico de Fabiola de la Cuba, un proyecto de ley con su firma.
En ese texto García le pide al señor Alva Castro, o sea a su fiel y seguro servidor, que por favor le dé importancia debida al proyecto en cuestión, que tiene un título de aspecto inocente: “Ley que modifica el artículo 8 de la Ley 28223, Ley sobre los Desplazamientos Internos...”
El asunto de fondo tiene que ver con Bagua y sus consecuencias: la irreductible oposición, ambientalista y política, a los proyectos contaminadores y desfigurantes de la gran minería y de las empresas de exploración y explotación petrolera.
García, que no puede cobrar comisiones si no brinda una contraprestación, está desesperado: el gobierno empieza a terminársele y todavía hay mastodónticos proyectos a la espera de que el gobierno “facilite las cosas a la inversión”, que es lo que exige el lobismo corporativo.
¿Qué hacer, entonces? ¿Qué hacer para seguir cobrando?
Pues presentar proyectos como el que en estas líneas comentamos.
La modificación propuesta reza así:
“Si el desplazamiento se produjese a causa de proyectos de desarrollo en gran escala justificados por un interés público superior o primordial, la autoridad competente para
autorizar dicho desplazamiento será el Titular del ministerio de la Mujer y Desarrollo-MIM-DES...”
O sea que García aparta al ministerio del Ambiente de un manotazo y le entrega al ministerio de la Mujer (¿? ) la potestad de “autorizar” la expulsión de sus tierras nativas de quienes, por diferentes razones que van de la posesión inocente a la oposición activa, pueden llegar a ser un obstáculo para la inversión foránea.
¿“Proyectos de desarrollo en gran escala justificados por un interés público superior o primodial”?
¿Y quién determinará cuándo el interés público es superior o primordial?
¿No son los derechos de los peruanos que viven en la sierra y selva parte de un interés público superior? ¿No es primordial defender el medio ambiente de la voracidad tóxica de la gran minería o de la invasión geológica de los grandes faenones?
García, aconsejado por sus Piñeras, quiere optar por la solución Chilena: crear las condiciones que hagan posible declarar ilegales a quienes defienden sus tierras ancestrales y los viejos derechos de la naturaleza.
Creo haber dicho en alguna parte que aquel día de la entrevista de seis horas a Haya de la Torre lo que más me impresionó fue la frugalidad de su vida, la sobriedad de esa casa llena de libros y tesoros culturales, esa casa donde lo único que brillaba eran los años de sabiduría acumulados y algunos objetos que decían mucho de esa vejez amenazada por la pobreza: un piano de cola desafinado, una caja de laca comprada en Kyoto, un busto romano donado por una familia millonaria. Y afuera, en el jardín apenas cuidado y lleno de calvas, unos perros chuscos y hermosos que Haya quería más que a nadie.
A pesar de la difamación crónica de la que era víctima, Haya fue un hombre de clase media al que nunca le interesó hacer fortuna. Sabía que venimos de la fugacidad y que hacia ella vamos y que sólo un espíritu malogrado por la codicia podía dejarse seducir por lo material.
García, que pretendió ser su discípulo pero que de Haya sólo tiene la locuacidad, siempre pensó que Haya fue un tonto y que, al final de su vida, se expuso a las pellejerías de la escasez cuando hubo de ser examinado en Texas y fue necesario hacer una colecta entre amigos del partido para que ese viaje inútil se produjera.
Para curarse en salud y prevenirse de miserias García se ha vuelto rico, espléndidamente rico, podridamente rico, sin haber jamás trabajado. Todos sabemos cómo es que ha construido su fortuna.
Pero al presidente de la república le sucede lo que a muchos ricos les pasa: nada le es suficiente, nada calma su miedo al futuro.
Por eso, entre otras muchas cosas, presenta este proyecto de ley que hace más fácil la erradicación y el desalojo de tribus nativas o comunidades centenarias cuando la gran minería y el gran petróleo –y el gran dinero- estén de por medio. Porque de eso se trata, como en la novela de Dos Passos: del gran dinero.

viernes, 26 de febrero de 2010

¡Viva Zapata!

No sé qué dirán ahora los idólatras de los Castro, los incondicionales de la satrapía habanera, los tuertos de la mirada crítica, los que afirman, con razón, que Pinochet fue un criminal y, sin razón, que Fidel es un patriarca revolucionario.
Este modesto columnista sí dirá que la muerte del albañil y gasfitero Orlando Zapata Tamayo, muerte causada por una huelga de hambre de 85 días, es una vergüenza más para el estalinismo con palmeras que se instaló en Cuba a partir de los años 70.
Orlando Zapata Tamayo, de 42 años y miembro de la organización disidente Alternativa republicana –que plantea, entre otras cosas, la difusión del democratizante Proyecto Varela-, ha sido enterrado ayer a las 7 y 30 de la mañana en Banes, provincia de Holguín, a unos 800 kilómetros al este de La Habana.
Hasta allí llegó la policía castrista con el cadáver de Zapata, un afrocubano que mantuvo su promesa de morir por la causa de la libertad desde que lo detuvieron, en el 2002 y en pleno Parque Central, haciendo un ayuno público en contra del régimen.
No es que Zapata se haya suicidado, como dicen ahora los súbditos del castrismo. Zapata exigía ser tratado como un ser humano y denunció, más de una vez, las palizas de las que fue víctima por parte de los esbirros de la cárcel de Holguín.
Ha muerto convertido en puro hueso y pellejo después de una huelga de hambre que sólo al final, cuando ya era demasiado tarde, mereció atención médica en el hospital habanero Hermanos Almeijeiras. “Estuvo en los mejores hospitales, se hizo lo que se pudo”, llegó a decir Raúl Castro.
Este hombre valiente y martirizado sacó de quicio a los Castro –al fantasma que oficia de presidente y al caudillo tenaz que gobierna de verdad en las sombras- exigiendo dos cosas: 1) una cocina donde pudiera prepararse los alimentos –lo que lo eximiría de comer la bazofia que se reparte entre los acusados de delitos políticos-; y 2) la aceptación oficial de que se trataba –como de veras se trataba- de “un preso político”.
La cocina podían haberla negociado. Lo que el ministerio del Interior jamás habría aceptado negociar era la naturaleza de su detención. Hoy, la canalla estalinista dice que Zapata también quería “un teléfono celular” (como si no supiéramos que en Cuba tener un celular es algo casi imposible aun para los que no están encarcelados).
No, Zapata no quería un celular. Lo que exigió fue lo mismo que plantearon, en su tiempo, el comandante camagüeyano Hubert Matos y el guerrillero Eloy Gutiérrez Menoyo, compañeros de la revolución antes de que ésta fuera secuestrada por los comunistas prosiberianos: ser tratados como lo que eran: disidentes en prisión, opositores activos que pagaban con la cárcel el mero hecho de discrepar.
Amnistía Internacional, que tanto ha hecho por denunciar a las dictaduras latinoamericanas de derecha, consideraba a Zapata Tamayo como “prisionero de conciencia”, algo que irritaba hasta la histeria a la Cuba de los Castro.
Pero Zapata era, sin duda, un prisionero de conciencia desde que, en el 2003 y en el marco de una represión brutal, fue por segunda vez detenido y condenado a tres años de prisión por oponerse abiertamente a la dictadura (la acusación formal implicó tres cargos: desacato, desorden público, desobediencia a la autoridad).
Lo que sucedió después pinta de cuerpo entero la barbarie castrista. Rebelde y harto, dispuesto a todos los desafíos, Zapata se fue ganando, desde diversas cárceles, nuevas y más severas condenas, las que llegaron a sumar 25 años y 6 meses de prisión.
De la cárcel de máxima seguridad de Guanajay, en La Habana, fue trasladado a uno de los más severos penales del régimen: la prisión de Taco Taco, en Pinar del Río. Fue allí donde empezó una de sus jornadas “irlandesas” de abstinencia alimentaria (es curioso que la cruel señora Thatcher se jactara, con la misma cara dura del castrismo, de jamás ceder “ante el chantaje”).
Tras la última de esas condenas, basadas en un Código Penal ideado por policías de la seguridad del Estado, Zapata empezó la que sería su última temeridad. “Estaba desesperado, dispuesto a todo”, ha dicho uno de sus familiares. En plena huelga de hambre, debilitado al extremo, fue golpeado por la policía de la prisión, tal como lo denunció a comienzos de enero del 2010, desde la televisión madrileña, el famoso desafecto Oswaldo Payá.
Banes, el pueblito donde nació y donde ha sido enterrado, ha estado tomado por la policía política de Castro desde hace 48 horas. Ha habido unas 30 detenciones previas, según ha denunciado el presidente de la Comisión de derechos humanos y Reconciliación Nacional Elizardo Sánchez, y los corresponsales extranjeros fueron advertidos por el gobierno de que “mejor desistieran de viajar a Banes”, tal como apunta el representante del diario “El País” en la isla, Mauricio Vicent.
Tan grande ha sido el miedo del régimen cubano a la difusión de esta noticia que ni la agencia “Prensa latina” ni el matutino oficial “Granma” han escrito una línea sobre la existencia, peripecia y muerte de Orlando Zapata. “Ni siquiera se han atrevido a calumniarlo, como hacen normalmente cuando de un contrarrevolucionario se trata”, se lee en una crónica despachada desde La Habana.
Zapata ha muerto mientras en la isla se paseaba y firmaba acuerdos el presidente brasileño Luis Ignacio Lula da Silva.
Lula ha alcanzado a lamentar la muerte de Zapata. Raúl Castro, que estaba a su costado, ha llegado a lo más hondo de su propia miseria moral y ha afirmado lo siguiente:
“Lamentablemente, en esta confrontación que tenemos con Estados Unidos hemos perdido a miles de cubanos. El día que los Estados Unidos decidan convivir en paz con nosotros se van a acabar todos esos problemas...”
Antes de dejar el cuerpo de su hijo en el cementerio de La Güira, la señora Reina Luisa Tamayo Danger ha llegado a decir, fuera de sí y arriesgando futuras represalias:
“No le admito a Raúl Castro mensajes para esta madre porque ellos asesinaron premeditadamente a Orlando Zapata Tamayo...Mi hijo lleva impregnado en su cuerpo los golpes, las torturas, las tonfas y lo negro de la golpiza efectuada en Holguín... Esta madre dice: Raúl, Fidel: no me digan nada. Quisiera hablar de frente con ellos para decirles: cínicos, descarados, me mataron a mi hijo...”
La Cuba de Batista era un casino sórdido financiado por los Estados Unidos.
La Cuba de los Castro ya no es el lagarto verde con ojos de piedra y agua de Nicolás Guillén: es una gran prisión.
La Cuba de Martí era una Cuba libre.
Me quedo con la Cuba de Martí. Seguiré luchando por ella.

jueves, 25 de febrero de 2010

Cata y catita

Una de las industrias más rentables y a veces pintorescas inventadas en las últimas décadas es la de la cata de vinos.
Se supone siempre que el catador es un hombre de paladar sensible y de nariz inteligente, de lengua viva y de buen vivir, con mucho conocimiento sobre vides e historia y con una enorme información en relación a la siempre dinámica geografía del buen vino: la aparición de nuevas mixturas, la irrupción de países o regiones que se suman al mercado vitivinícola, la mejoría en la calidad de vinos antiguos, como el portugués, o de vinos recientes, como el sudafricano.
Todos recordamos el terremoto de 1976, el año en que, en una cata ciega organizada en París por la revista “Wine Spectator”, los vinos californianos del Valle del Napa derrotaron a los vinos franceses.
Como se sabe, esa nueva invasión de Normandía en clave espirituosa trajo consigo una guerra en la que estadounidenses y franceses se han dicho de todo y han empleado armas de todo calibre.
Hace unos años, por ejemplo, un equipo de televisión francés produjo un excelente reportaje sobre Robert Parker, gurú de la cata y director de la revista “Wine Advocate”, temida por sus calificaciones, “descubrimientos” y arbitrariedades.
Los franceses se vengaron de Parker, gran amigo de los vinos de la Ribera del Duero, mostrándolo en chancletas en su casa de California, grabando a su feo perro tirándose pedos y moviendo la cámara hacia piezas del mobiliario que no brillaban por su belleza. Como que querían demostrar que la cierta chusquedad privada de Parker lo descalificaba como árbitro de la exquisitez.
Como quizá alguna vez he dicho, para mí un buen vino es, junto al amor, lo más parecido a eso que algunos llamarían felicidad.
Y si vino y amor se juntan tendremos la certeza de que seremos envidiados por aquellos que beben cualquier cosa y aman lo que tuvieron a la mano.
Pero este catador aficionado, este bebedor ocasional de vinos sabe que hay muchas trampas en esto de las catas y, en nuestro caso, de las catitas (sí, porque aquí hay damitas que dicen que un buen borgoña de Surco te hará olvidar, cuando la verdad es que te producirá amnesia tóxica).
He conocido catadores de respeto, pero también he visto a supuestos conocedores del vino cuya vulgaridad de gustos y cuya manera tabernuda de vestir y de hablar hacen poco creíble su sapiencia como consejeros y degustadores.
En una industria que mueve cientos de miles de millones de dólares al año está claro que hay paladares a destajo que dirán que tal vino es excelente, cuando apenas es regular, y que tal otro es histórico, cuando apenas alcanza a ser bueno.
Porque en esto de los gustos, por supuesto, la suprema objetividad es una patraña y las mejores revistas sobre el vino han sido acusadas, alguna vez, de favorecer intereses comerciales o recibir estímulos para “entusiasmarse” con determinada cosecha.
No es casualidad que Robert Parker haya puesto en el primer lugar de la lista de los cien mejores vinos del 2009 a uno producido por su amigo Peter Sisseck, un enólogo danés afincado a orillas del Duero.
Y tampoco creo que sea casualidad pura que “Wine Spectator”, una revista que tiene un tiraje de dos millones de ejemplares, coloque en el top de su última lista a un vino estadounidense del valle de Columbia (estado de Washington).
Pero lo que está llegando a niveles sencillamente espectaculares de ilusionismo y “literaturalidad” es la prosa enológica, esa jerga de supuestos especialistas –los que dan vueltas a la copa y hacen buches repulsivos con el vino- que descubren lo que nadie puede compartir porque ocurre que no existe, los que ven canela donde hay ácido y saborean moras donde sólo hay un dejo de fermentos.
Cuídense entonces de textos publicitarios como este:
“Muy suave y aterciopelado, de largo final en boca con tonos frutados a moras, grosellas y pimienta verde...”
No lo dude: si un vino le recuerda a la pimienta verde, ¡escúpalo o llame a un policía!
La bodega argentina Humberto Canale, por ejemplo, debe de haber contratado a un escritor de tangos asesorado por el marqués de Valero de Palma para presentar a su íntimo Malbec con estas palabras:
“Vino rojo violáceo, con frutos rojos, notas especiadas, vainilla, coco y aguaribay (pimienta rosa). Boca de buena armonía y balances”.
Si a mí me sirvieran un vino que me recordara, aunque fuese con extrema sutileza, a un coco y a especias no definidas y a esa pimienta invasiva y, en este caso, rosa, pues lo que haría sería no pagarlo después de devolverlo. O irme a Indecopi a hacer una denuncia.
Eso de los “vinos aterciopelados” abunda. Por supuesto que no hay vinos aterciopelados. Como no los hay “amplios” ni “elegantes” ni “armoniosos”. Los buenos vinos son tautológicos: saben a sí mismos. Y nadie que sepa de vinos tendrá la insensatez de describir, ni siquiera aproximadamente, a qué nos remiten.
Esa jerigonza de expertos se ha extendido por todo el mundo y tiene cumbres de la cursilería.
Otro vino varietal de fama –este es otro ojemplo- es presentado así por sus apologistas de bolsillo:
“Vino rojo rubí de muy buena intensidad, con nariz compleja y elegante de frutos rojos, notas de vainilla y tabaco. Largo final en boca”.
Digamos que la última frase parece una felación con fines depravados. ¿Pero notas de vainilla y tabaco? ¿A quién se le han subido los humos del canabis? ¿Y eso de nariz compleja y elegante es una alusión a Barbra Streisand?
En resumen, que escribir sobre vinos es difícil y que mentir comercialmente respecto de ellos es muy fácil.
Escribir sobre vinos es, en todo caso, tan difícil como escribir sobre cocina.
Y en ambos casos la presión comercial es enorme. Y en ambos casos el poder económico de los Estados Unidos pretende dictar las normas y encumbrar sus intereses.
Una demostración especialmente zafia de esos intentos es el señor Anthony Bourdain, aquel que los tontos de capirote llaman aquí “célebre chef norteamericano” y que se pasea por todos los tugurios grasientos de Asia alabando, con la boca llena, la camisa sudada y las uñas sospechosamente grises, todo lo que se embute y todo lo que pica, agrede y muerde las entrañas.
Como si los estadounidenses nos fueran a enseñar a comer, cuando ellos son hijos palatinos de los ingleses, esos bárbaros cuyo único placer es despojar a otros de islas y peñones.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Domingo de teta y sustos

Hace unos días hice lo que había aplazado durante largos meses: ver “La teta asustada”, la película peruana más exitosa y reconocida de todos los tiempos, una obra que, sin ninguna duda, debe tener méritos y excelencias que este columnista, por alguna razón entre las que no se encuentra la cicatería, no pudo (o no supo) encontrar.
Como alguna vez he confesado, soy un viejo cinéfilo que ha pasado grandes momentos de su vida viendo películas de todos los estilos, todos los géneros, todos los directores y todas las calañas.
Me había resistido a ver “La teta asustada” porque temía que no me gustara (“Madeinusa” me había parecido un buen intento fallido) y porque, si así sucedía, tendría que escribirlo y no callarme como hacen tantos a la hora de mirar la dirección de los vientos.
Y al no callarme –pensé- tendría que enfrentar el callejón oscuro de los adocenados y los nacionalistas del culo que están viendo “antipatriotas” hasta en la sopa (en la sopa de Acurio por ejemplo, que es, como se sabe, sagrada).
De modo, que compré “La teta asustada” en una versión formal –soy de los que jamás compra piratería: no soy un “peruano cabal”- y la vi. Quiero decir, la vimos.
Cuando aparecieron los créditos finales no sabía a qué espectáculo había asistido: ¿era sólo una mala película o era el resumen más brioso de la huachafería vagamente progre y de exportación, esa que PromPerú podría auspiciar junto a algunas ruinas sobreestimadas?
Vamos a ver. Los actores de “La teta asustada” no son buenos y al no ser buenos no sostienen una historia hiperbólica que hubiera requerido un registro realista que compensara tanto exceso. ¡Y es que el realismo incluye también lo actoral y eso es algo que el cine sudamericano, con algunas excepciones, no logra entender!
La fotografía de “La teta asustada” combina las postales distantes, los planos abiertos de un observador frío, con algunos primeros planos voluntaristamente dramáticos y sin sentido y con encuadres gaudianos, retorcidos y amputadores. ¿Fue un aporte al cubismo que hubiese brazos cortados, contraplanos a media caña, manitas sin antebrazos, codos sueltos?
La película es un tour para catalanes y berlineses perversones en torno a un país trágico que Claudia Llosa se ha empeñado en hacer cómico (y, claro, así, en clave de humor negro y de sal gruesa, elude rozar siquiera el origen de todo: la raíz social no de la papa sino de la injusticia y la escisión social).
Como comedia varias veces involuntaria, “La teta asustada” es prodigiosa. Que un ginecólogo le diga al tío que recomendará “otro anticonceptivo” a la niña que tiene una papa en la vagina –dando por hecho que el tubérculo cumple esa función- es como para sonreír.
Que una ricachona tenga su palacete junto a un mercado del Perú profundo –realidades encarnizadamente enemigas separadas apenas por una puerta eléctrica-, ¿es una manera de ahorrar platós, agudizar las contradicciones o hacer una caricatura abreviada y en pocos metros cuadrados del Perú?
Que esa misma señora le diga a la protagonista que tome asiento cuando ésta ya está sentada, no es una distracción de vieja pituca: es la enésima tontería de un dialoguista empeñado en construir personajes oligofrénicos.
La señorita Llosa es una militante del realismo mágico, pero tiene un problema: no es García Márquez; es, más bien, la secretaria visual de Isabel Allende.
De allí, de ese almacén ingenuo de realismo mágico en versión “Coquito” salen, en desfile continuo, el barco que va a cruzar un túnel más estrecho que su diámetro y su altura, la poda con tijerita de uñas de la papa intravaginal, la venta de ataúdes con escudos futbolísticos para hinchas del más allá, el hecho de que la señorita Solier se desmaye y sea intervenida en un quirófano mientras mantiene en una mano crispada un puñado de perlas, los matrimonios masivos sin alcalde, la santa conservación inodora de un cadáver de varios días, el rostro aceradamente inmóvil y casi enyesado de la señorita Solier en su papel de víctima de la teta, la transformación repentina e inconvincente de la señora pianista luego de su concierto.
Todo folclórico y apretado, todo hecho para arrancar exclamaciones de risas, horror y condescendencia entre europeos culposos, oenegistas con mucho millaje y amantes del exotismo.
Y casi todos los personajes de la película exhiben una estupidez cacasena -¿de origen viral, hereditario, antropológico?-, como aquella novia que, teniendo un vestido con una cola de varios metros, está descontenta porque quiere más tela para más cola y que termina, como idiota mayúscula, subiendo al podio inverosímil que Claudia Llosa le ha puesto, no por los peldaños “majestuosos” de aquel armatoste de cartón sino por una escalera de albañil desde la que está a punto de caer.
“La teta asustada” no es una mala película porque retrate con saña de turista pronazi las miserias y pellejerías de la pobreza urbana de Lima ni aluda, con enorme timidez, a las fechorías que sufrieron nuestros campesinos de manos de terroristas y militares. Es mala porque cinematográficamente es un desastre.
La historia no te la crees –no porque sea irreal sino porque está mal contada-, los actores recitan muchas veces frases sin sentido, la señorita Solier canta cuando no debe –es decir, admitámoslo: casi siempre- y hay empalmes que no se explican, lentitudes que nada aportan, destellos visuales –la señorita Solier con una flor en la boca, el despegue de un artilugio impulsado por helio- que terminan por desbaratar la poca lógica interna que le quedaba a la ficción.
El Perú cambió el mundo con el aporte de la papa ancestral. Esta papa intravaginal y casi hidropónica, física y simbólicamente inmunda, no cambiará la historia del cine.
Sé a lo que me expongo con estas líneas. La verdad es que importa un ardite. Peor hubiese sido sumarme al coro extasiado y patriótico de los que creen que el honor nacional está en juego en la ceremonia del Oscar.
Ni conozco ni envidio ni siento nada por la señorita Llosa. Es más, espero que gane el Oscar y que lo disfrute. Pero eso no me impide decir lo que pienso. Tampoco le temo a sus primos fulminantes ni a sus tíos mitológicos ni a sus vínculos especiales con el agitprop ibérico.
Me alegra que haya tenido la suerte de contar con tantas anuencias internacionales y con tantos píos silencios domésticos. Pero de allí a decir que “La teta asustada” es una “gran película”, como la tetudez colectiva ha impuesto aquí y con letras de neón, hay tanta distancia como la que va de la alfombra roja del teatro Kodak a la posteridad de veras bien ganada.

martes, 23 de febrero de 2010

Torero o matarife

Nadie debe haberse sentido más feliz viendo a Jaime Bayly despeñarse que el propio Baruch Ivcher.
Bayly quizá calculó que su pregrabación iba a ser vetada por la ira de Ivcher. De ese modo el misterio lo absolvería, la censura lo engrandecería y la victimización acompañaría la marcha de su candidatura.
Pero todo fue un mal cálculo. Aconsejado por sus mejores diablos azules, Ivcher le dio paso a una larga diatriba –a ratos divertida, a ratos vulgar, muchas veces lumpen- dirigida al propietario del circo en cuestión y, para usar las palabras de Bayly, a “los monos que le sirven y que se cagan en donde pueden” (o sea Beto Ortiz y un tal Miyashiro).
Y cuando Bayly insultaba, Ivcher –esa gran impostura- renacía. Y cuando Bayly volvía a insultar, desde una histeria maníaca y quejumbrosa, Ivcher se llenaba de vida y de esperanza y marchaba con el tranco resuelto de los muertos vivientes.
¿Quién era el demócrata, entonces? ¿Era Bayly, el insultador; o era Ivcher, el presidente del directorio permisivo y, en este caso, mucho más suizo que israelí?
El demócrata aquella noche fatal no fue Bayly. Bayly fue el lúcido tardío que, después de varios años, se daba cuenta de que Ivcher era un tal por cual (y justo cuando, desde el miércoles pasado, tiene en su bolsillo una oferta de Canal 4 para hacer allí “El francotirador”).
Ivcher no lo censuró y quedó, aunque a algunos nos duela, como un ejemplo de tolerancia.
Fue una noche fatal porque asistimos a un suicidio que se veía venir pero que superó todo lo imaginable en relación a ese arte equívoco de la autodestrucción.
No soy de quienes odian a Bayly. Siempre le guardé aprecio y casi siempre me enternecieron sus primeras locuras y sus apariciones fulgurantes en la tele.
Me dio lástima, eso sí, verlo agusanado en Miami y uribizado en Colombia. Y, antes, en los tiempos de la persecución y el SIN, me dio rabia que su antiFujimorismo fuera mudo y sus silencios explícitos.
No soy lector de sus libros pero sería rácano negar que es un escritor de enorme éxito internacional y un personaje continental de la comunicación.
Dicho esto, tengo que añadir que lo que vi hace dos días ha sido un show sombrío y crepuscular de alguien que, con el nombre de Jaime Bayly, imita al escritor, desfigura al conductor, desacredita al personaje y envilece la propia memoria.
Ese Bayly que vimos carraspeando groserías, inyectadamente temerario, contradiciéndose cada diez minutos, no es el Bayly que una vez apareció en “La Prensa” y en Canal 5 y se convirtió en líder de opinión.
El Bayly que vimos hace días derrapa en la procacidad y es un eco malo de los buenos tiempos.
Pero, sobre todo, es un Bayly que parece no tener ninguna reputación que preservar.
Su capacidad de ser grosero, que llega a tener tintes patológicos, lo que demuestra es un narcisismo con sueños de omnipotencia. Bayly no candidatea a la presidencia: candidatea a ser Dios, un Dios cruel e impune que azota y/o quema a los herejes.
Cuando insultaba a Ivcher de un modo tan rastrero, tan racista, tan xenófobo y tan primario, yo pensaba:
-Este Jaime no sabe hasta dónde ha metido la pata. Cree que es un desplante lo que es una fechoría.
Y el hecho de que Bayly siguiera fingiendo que todo su enojo (divino) se debía a que Beto Ortiz y el tal Miyashiro “habían saqueado la propiedad intelectual” de su amigueta (primero novia, luego íntima, más tarde amiga), me causó la viva impresión de que ese programa estaba siendo transmitido desde una casa de salud y que, en cualquier momento, aparecerían batas blancas, jeringas goteando pócimas sedantes, enfermeros musculosos y dispuestos a dominar al paciente.
¿Alguien puede creer que Jaime se enojó porque dos aviesos colegas de pantalla leyeron párrafos de una novela inédita?
El problema no era ese. Si Jaime recordase, a estas alturas, que es posible decir la verdad diría que lo que de verdad lo molestó no fue la incursión bucanera del dúo Ortiz-Miyashiro sino la espantosa calidad de lo leído, la indigencia literaria del manuscrito en cuestión, el final del juego de un libro que a él se le había ocurrido recomendar antes de que saliera a la venta. Es que Jaime no sólo es Dios: también es Midas –el rey que todo lo que tocaba lo hacía de oro- y la niñata en cuestión era oro en polvo.
Y si Jaime siguiera empeñado en ser honesto –una virtud que tuvo hasta que la televisión lo volvió un monstruo- diría también que todo ese arrebato histriónico, esa furia teatral, eran una manera de darle a su ego –convertido en peleador de sumo- la sobrealimentación de notoriedad y de escándalo que cada día reclama.
A todo esto hay que sumar el asunto de la candidatura, algo que la personalidad escindida de Bayly proclama una noche por la boca y rechaza al día siguiente por la imprenta, algo que ha terminado de perturbar a este personaje complejo que cree que escribir es vomitar y que hace tiempo ya no lucha con sus demonios sino que los obedece.
Ivcher se dio el gusto de propalar en su canal la transmisión radiográfica de Jaime Bayly, la autobiografía hablada de un escritor talentosísimo y de un ser humano ayer entrañable convertido en esa fábrica de agravios, en ese géiser del mal gusto y la incontinencia.
A tanto llegó Bayly que Ortiz y el tal Miyashiro parecieron, por contraste, unos caballeritos vestidos en Gamarra, pundonorosos, subordinados y con el bozal en su sitio.
A tanto llegó que Ivcher, el hombre del cheque discreto de 20 millones de soles entregados por Toledo, pareció víctima de un Hugo Chávez que le hubiese expropiado el canal y lo mandase insultar desde sus propios estudios.
Lo curioso es que Bayly cedió en el único asunto que a Ivcher de veras le importaba: el del dinero.
Porque cuando Bayly se retractó de lo dicho en relación a la deuda tributaria de Ivcher, le dio en la yema del gusto al dueño de la silla en la que estaba sentado.
Y esa indebida concesión –indebida porque la deuda de 54 millones de soles de Ivcher es un asunto que la Sunat mantiene vivo- es la que, al final, quizá explique por qué el propietario de Frecuencia latina propaló lo que Lúcar le había aconsejado no propalar. Total, si el dinero es lo que importa, ¿qué importan algunos adjetivos que el viento y Youtube se llevarán?
El hombre-bomba que explosionó ante nuestros ojos hace unos días era lo que quedaba de Jaime Bayly después de varios años de coquetear con la locura.
Tengo la sensación de que Bayly comenzó su vida pública temiendo que descubrieran su bisexualidad. Cuando la confesó y la vendió como mercancía y la registró como marca, dejó de tener un gran secreto que cuidar. Fue un alivio.
Pero Bayly necesitaba más. Las parejas que hizo desfilar en sus columnas, las infidencias de cama y de camastro que describió con placer, el confeso odio a su padre, el desprecio a buena parte de su familia, sus furias anecdóticas de infancia contra curas y militares, el estilo de autoabominarse para inspirar respeto y compasión, la coprolalia creciente que parece empobrecer su lenguaje y afear su interior, todo eso constituye un cuadro clínico tan evidente y desgarrador que sólo una sociedad enferma como la nuestra pudo pasar por alto y, más bien, aplaudir y fomentar.
Jaime se sintió un torero hace unos días. Pero el mandil ensagrentado, la sierra de motor, los anteojos de mica salpicados de sanguaza, la mirada turbulenta, la decisión gozosa de cortar y trocear, no engañaban. Sus peores enemigos gozaban como cerdos: Bayly había sido –por fin- un matarife más en el viejo camal de Baruch Ivcher.
Y cuando, en su mensaje final, dijo que, en realidad, lo que quería “era quedarse en Canal 2 y reconciliarse con Ivcher” este columnista creyó ver en pantalla un remedo de esos psicópatas que, en las películas B, terminan diciendo que no recuerdan nada y preguntando qué es lo que hicieron y por qué tienen las manos manchadas de sangre.

domingo, 21 de febrero de 2010

García se burla

Alan García se burla de los militares y policías peruanos.
Un bono excepcional e irrepetible de mil soles y un aumento de 100 soles dividido en dos armadas de cincuenta es todo lo que ha podido dar el señor presidente de la república al personal militar y policial que, de comandantes para abajo, esperaba otra cosa.
Si yo fuera el jefe de la Inteligencia Chilena, estaría feliz. No hay nada mejor que un potencial adversario con las tropas maltratadas y desmoralizadas.
Claro que los traidorzuelos a sueldo de diversas embajadas van a salir a decir que lo hecho está bien, que no se puede más, que para qué más.
Y claro que el candidato Bayly aplaudirá la medida de García.
Pero el 5 de abril se viene una gran jornada de protesta y de lucha de los policías.
Y en las Fuerzas Armadas, por más que se pretenda negarlo, el descontento crece como una levadura puesta al horno.
García ha dado esta limosna indigna y ha pateado el tema del reajuste global de remuneraciones para el personal de las fuerzas de seguridad a la cancha del próximo gobierno. De eso se trata el consabido “nombramiento de una comisión...”
No sólo eso: el bono de mil soles y el escuálido aumento saldrán del presupuesto de Defensa, con lo que tendremos menos comisarías, menos cobertura policial, menos equipamiento operativo, menos capacidad disuasiva –aérea, marítima y terrestre- frente a un vecino agresor y rapaz que, cada semana, nos amenaza y nos muestra los bíceps tatuados del matón crónico.
Más todavía: la exclusión del personal retirado es una provocación que movilizará a cientos de miles de exasperados. Que no diga después el gobierno de García que no fue advertido.
García se opuso al bono propuesto por el Congreso. Ahora lo da en versión envilecida y a un costo admitido de 150 millones de soles. Esto demuestra dos cosas: que el Congreso tenía razón cuando planteó un bono de mayor cuantía y que la ministra Aráoz es una analfabeta en matemáticas al señalar que las implicancias presupuestarias en juego bordeaban los cinco mil millones de soles.
Si mil soles de bonificación suponen 150 millones de gasto, pues un bono de dos mil habría llegado a los 300 millones de soles.
¿Por qué no se ha dado un paso tan elemental en estos tiempos de prosperidades y despegues?
Recursos hay, pero al señor García no le da la gana de usarlos “en populismo”. No le da la gana a García ni le da la gana a su entorno empresarial asesor, que ahora vive tranquilo pero que volvería a tocar la puerta de los militares si alguna vez las papas quemaran otra vez y las explosiones sucedieran a las hoces y los martillos brillando en los cerros de Lima.
Se quiere maltratar también a la Fuerza Armada porque García, en el fondo, no ha abandonado el discurso subconsciente del APRA primordial: el heroismo de Arévalo, la intrepidez de Barreto, los sucesos del cuartel O’Donovan, la masacre de Chan Chan, la epopeya popular de Cucho Haya.
Y se la quiere maltratar en materia de equipamiento y modernización porque más de uno, empezando por el presidente de la república, está atento “a no molestar a nuestros hermanos Chilenos”.
Soy de quienes ha luchado durante años para que criminales como el “Comandante Camión” o tenientes como Telmo Hurtado paguen por las atrocidades que cometieron. De mí nadie podrá decir que me corrí a la hora de enfrentar a esa gente y a sus jefes directos -Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos- y don Ricardo Uceda, a pesar de lo que hoy pueda farfullar, puede dar testimonio de cómo un reportaje suyo en torno al paradero de “Comandante Camión” me costó, por decisión de Ivcher y los Winter, la desaparición de la pantalla de “Frecuencia latina”.
De modo que a mí los pobres diablos, salidos de una Costa Rica imaginaria, no me van a decir que las Fuerzas Armadas deben desaparecer.
Ni me van a hacer creer que la derrota de Sendero fue sólo obra del GEIN y la inteligencia policial.
El Perú le debe a las Fuerzas Armadas la devolución de su dignidad salarial y la certidumbre de un auténtico equipamiento (no la farsa siniestra del núcleo básico de defensa).
Gente que sirve al gobierno de Israel –un régimen que desenfunda asesinos por todo el mundo y está militarizado hasta el tuétano- se ha cansado de decirnos que un aumento de los fondos en Defensa “acarreará inevitablemente más corrupción”.
Pues allá ellos. Ellos deben ser expertos en corrupción porque sirvieron, como ministros, a un régimen encabezado por alguien que se caía de borracho en el “Chifa Real” y se caía de patético cuando hacía sus componendas para ver si se quedaba con América Televisión.
No todo es corrupción. Que alguien quiera comprar portatropas sobrevaluadas no significa que le paguemos doscientos dólares a un policía que está expuesto a jugarse el pellejo en cualquier esquina. Ni que tengamos a los militares, de comandantes para abajo, con sueldos de sobrevivencia y hospitales en crisis.
Peores que un eventual intento de cutra en una compra de ministerio del Interior eran los tiempos en que PPK hacía negocios con Kiko siendo primer ministro.
Lo cierto es que la Fuerza Armada no está equipada ni para defendernos elementalmente de un conato de agresión (ya no hablo de una guerra).
Y lo cierto también es que, aunque nos duela, aunque no sea “correcto”, aunque cueste decirlo, Luis Giampietri ha tenido la razón de su parte en todo este episodio.
“Que los que tenemos algo mejoremos la vida de los que nada tienen”, dijo un García modestísimo (modestísimo con el cálculo de sus bienes no bien habidos, o sea todos) refiriéndose a la necesidad de mantener “un alto presupuesto social”.
¿Y la seguridad interna? ¿Y la defensa de nuestra integridad territorial? ¿Qué puestos ocupan esos dos rubros en las escogencias presupuestales del presidente de la república?
Que las Fuerzas Armadas y policiales sepan que una inmensa mayoría está con ellas.
Nadie quiere privilegios ni castas cuartelarias. Lo que cualquier peruano de buena fe desea es una plena reconciliación de la sociedad con sus uniformados. Y para eso no basta un “Lugar de la memoria”. Para eso también es necesario encarar el presente.

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Posdata: la lucha que algunos libramos en contra del llamado “proyecto Collique” ha tenido un primer resultado. El gobierno ha tenido que dar marcha atrás y, para mantener las formas, ha debido apelar a una serie de enredados argumentos jurídicos. Pero esta batalla ganada no quiere decir que la guerra haya terminado. Lo que ahora se teme es que, dentro de algún tiempo, García vuelva a las andadas y le entregue a Graña y Montero y Odebrecht, sus íntimos colaboradores, la megaconstrucción de cien mil viviendas en esa misma zona. Algo de eso parece estar, entre líneas, en el raro comunicado de “Proinversión”. Habrá que estar vigilantes.

sábado, 20 de febrero de 2010

Patricia y Augusto

No sé qué tendrá que pasar en RPP para que Patricia del Río y Augusto Álvarez Rodrich presenten su renuncia o digan algo (o susurren alguito, o se incomoden un poco).
Y es que lo que está haciendo Raúl Vargas con esa emisra es sencillamente indigno de llamarse prensa.
Como las encuestas señalan que la popularidad de Alan García está -a nivel nacional- por los suelos, Vargas ha decidido servir de pulidor del régimen.
¿Que el modelo no llega a todos?
Pues allí está Vargas para preguntarle al director del programa Juntos las preguntas que sólo le harían en el “Melody” y las repreguntas que sólo le haría su santa abuelita.
-¿Vamos bien, pero podemos ir mejor? –pregunta Vargas.
-Hemos aprendido y claro que vamos a mejorar –le responde el burócrata locuaz.
¿Que en Essalud matan y rebanan y sierran y no pasa nada?
Pues allí está Vargas, en su papel de Jabba the Hutt del palacio de Pizarro, haciéndole “al ingeniero Fernando Barrios”, el director de Essalud y el que paga la publicidad y abona muertos y heridos por cada servicio prestado, la entrevista más horizontal que uno pueda imaginar “con ocasión de inaugurarse este gran hospital de Chiclayo-Oeste, el Luis Heysen Incháustegui”.
¿Que Luis Alva Castro es un monigote con el pelo teñido por Miss Clairol cuyas dos últimas hazañas son haberse enredado con un patrocinio de quince mil dólares a Fabiola de la Cuba y con un aumento de connotaciones delictivas a sus secretarias?
Pues allí va Vargas, en su papel de Chino de la Esquina, diciendo a los millones de oyentes de RPP que él conoce a Alva Castro “por sus preocupaciones filosóficas” y por “su vocación editorial y literaria” (cuando Alva Castro es a la literatura lo que Chemo del Solar al éxito y a la filosofía lo que los ácaros al finado gliptodonte).
Y va enseguida una entrevista que podría ser más útil que un dedo en la garganta a la hora de librarse de un contenido estomacal incómodo.
O sea que Nava, Mirtha y el jefe de todos los capos deben haberse sentado con Vargas y deben haberle dicho que la estabilidad del gobierno y la legitimidad del sistema dependen de RPP y de esta nueva campaña de planchado y pintura.
Y Vargas ha llegado a un arreglo conveniente. Total, si estuvo a punto de viajar a México como embajador de Alan García –y no lo hizo porque Manuel Delgado Parker se lo pidió y le aumentó el sueldo-, ¿por qué no va a oficiar de cataplasma de este contuso gobierno?
Da vergüenza ajena escuchar la agonía de este Vargas. Porque no sólo es un asunto de contenido.
La voz de Vargas era grave y muchas veces noticiosa. Ahora se ha hecho meliflua, zalamera, coqueta bajo cuerda.
Antes sus bajos continuos respaldaban una melodía que iba al son del día y tenía el eco vibrante del directo en directo. Hoy la voz de Vargas parece la de Pedro (también Vargas) cuando cantaba boleros para señoras en un cabaré.
Vargas fue nuestro Wálter Cronkite radial. Hoy es una melopea de Radio Nacional tomada por la Apdayc.
Si Radio Incahuasi –la que Haya usaba para mandar a insultar a sus enemigos- estuviese en el dial, la sacarían del aire por hacerle competencia desleal a la RPP de Vargas.
Pero, bien, el problema ya no es Vargas, que ha decidido ser, como en el viejo icono de la RCA Victor, la voz del amo y jugar a la cocinita con su amigo Alan García.
El problema para mí, lo que me pone tenso y confundido como oyente y colega es no tener una respuesta para la siguiente pregunta: ¿por qué Augusto y Patricia no se ponen en sus trece, pierden el miedo escénico y hacen, sin miedo, las preguntas que (estoy seguro) quieren hacer?
Está muy bien que don Raúl Vargas quiera terminar sus días de radio como lo está haciendo –si Macera bailó con Fujimori, ¡imagínense!-, pero está mal que lo haga en compañía de dos periodistas respetables.
Patricia, Augusto: ¿pueden ustedes hacer algo? Los estamos viendo y escuchando.

viernes, 19 de febrero de 2010

Jueces apristas

El juez Raúl Rosales Mora –el de la carátula de “Caretas”- ha dado en el blanco: es la imagen perfecta de la judicatura peruana.
Con un añadido: es la imagen perfecta de la judicatura fraguada en Alfonso Ugarte 1012, el domicilio del APRA.
Hay un antiguo entendimiento, casi venéreo, apasionado siempre, entre el APRA y el poder judicial.
Como desde finales de los años 50 del siglo pasado el APRA no pudo tener novelistas ni poetas –toda su “inteligencia” se fue a la izquierda-, entonces el viejo partido de Haya se dedicó a fabricar jueces. Fabricando jueces, como es sabido, se tiene una clave del poder.
Los hizo en la horma de algunas tradicionales Universidades del norte y, más tarde, según el modelo de la Universidad del Centro, fundada por el APRA de Huancayo y apadrinada desde siempre por don Ramiro Prialé.
Años después, esa Universidad central tuvo un vástago limeño que se llamó “Federico Villarreal”.
Yo deambulé alguna vez por esas aulas y me pasaba el día conversando de poesía y musarañas, mirando a una chica maravillosa que cojeaba y hablando con un español sabio -de los más sabios que conocí- llamado Fermín Valverde, un especialista en sintaxis que había sido cura franquista y que había dejado el Vaticano por una Boliviana que bien valía todas las sotanas del mundo y con quien se casó y fue feliz.
En la Villarreal había una maquinaria que no paraba nunca y esa era la de la Facultad de Derecho, que no cesaba de fabricar abogados dispuestos a todo. Dispuestos a ser jueces, para empezar. A ser jueces en un tiempo en el que ningún abogado de éxito quería ser juez (dada la paga formal que se ofrecía).
Hasta de noche funcionaba “Derecho”, con aulas repletas de angurrientos y profesores de calvas aceitosas y grandes voces que reverberaban con la megafonía.
Eran los tiempos en que el Búfalo Pacheco, embajador plenipotenciario del APRA, reinaba a hebillazo limpio en los patios del “claustro”. Y fue la época en que el decano de Educación, Eugenio Chang, protagonizó un incidente extravagante en la puerta de la facultad.
Sucedió que su esposa lo conminó, a la intemperie, a que tomara una decisión. Y lo hizo no sólo en público sino en presencia de la manzana de la discordia, una señorita que daba la impresión de haber ganado la batalla antes de librarla.
Bueno, de esas usinas villarrealinas del derecho (y de otras con el mismo sello partidario) salieron los jueces como Raúl Rosales Mora: disciplinados, lóbregos, impropios.
Se les veía felices en el palacio de justicia –esa mole afrancesada, ese puterío con citas en latín-,
en su tinta junto a sus secretarios, en su hábitat frente a miles de expedientes cosidos. Parecían haber nacido allí.
Y, desde luego, eran parte de la maquinaria de poder del APRA. Eran parte del otrosí aprista: si votas por mí, no olvides que podrás contar con la benevolencia institucional de nuestros jueces.
Una de las pocas cosas buenas que ocurrió a principios de los 90 fue que se barriera con parte de esa red. Claro, en ese momento nadie imaginó que Fujimori era el gánster que llegaría a ser y que la judicatura aprista sería reemplazada, a la larga, por el Chino Rodríguez Medrano y su banda.
Lo cierto es que en el año 2001, cuando los Rosales Mora fueron restituidos por la transición democrática, pocos repararon en el hecho de que esa reivindicación suponía también el regreso masivo del APRA al poder judicial. Retorno triunfal que hoy conoce su más vicioso resplandor.
De toda esa historia vienen estos gatillos, estos revólveres cargados, estas caras que merecen un prontuario, estas “valentías” de mafioso alanista.
Limpiar el poder judicial: otro punto de la agenda para el 2011.

jueves, 18 de febrero de 2010

Prohibido fumar

Ahora quieren poner la foto espantosa de un paciente de Cáncer en las cajetillas de los cigarrillos.
Así acatan a Fernando Vivas y compañía, esos jacobinos del buen aire y los pulmones olímpicos que se creen la personificación de la salud.
No entiendo bien.
Para esta sociedad, para este sistema de valores, está muy mal fumar.
Pero para esta sociedad y este sistema de valores sí parece estar bien (o por lo menos “no está mal”) beber como un cosaco ese trago que fabrica por piscinas la Backus –o como se llame ese latifundio de cebada- y que es responsable de la mitad de los crímenes violentos. Sí, me refiero a esa bebida que, en nuestra cultura, es sinónimo de machos al ataque y de hembras que esperan en la playa moviendo la cintura.
Está muy mal fumar –dicen los Vallejos-, pero está bien (o da igual) convertir la pantalla de la tele en un vertedero de maricas histéricas a la hora en que los niños ven televisión (y a la hora en que los niños ya no ven televisión). Como si ser heterosexual tuviera que dar vergüenza y gustar del otro sexo ofendiese a la madre natura.
Hay que sentirse culpable hasta la depresión si uno contrae un Cáncer pulmonar de origen nicotínico. Pero si uno tiene sida, en cambio, sabrá que se habrá infectado de una enfermedad amistosa, socialmente aceptable, políticamente correcta, siempre merecedora de compasión y generosidad.
No entiendo muy bien.
¿Cáncer no, sida sí? ¿Tabaco no, alcohol sí?
Deberían de poner fotos de enfermos terminales de sida en las puertas de los hostales pulguientos que han proliferado en todo Lima, en los baños de las discotecas de ambiente y no de ambiente, en las oficinas públicas (sobre todo en los baños privados de sus jefes), en los camerinos de las piscinas, en las antesalas de los gimnasios, en los urinarios de las peñas criollas.
¿Fotos de enfermos terminales de sida o de víctimas del herpes genital, el chancro blando, la sífilis de tercer grado?
¿Y qué ponemos en las puertas de las grandes fiestas, sean estas polladas o reuniones sociales dignas de salir en “El Comercio”?
¿Ponemos fotos de accidentes de tráfico? ¿Ponemos la foto del carro de nuestro colega Álvaro Ugaz después de la tragedia?
¿No? ¿Sería demasiado fuerte?
Y en las fiestas campales, con el Grupo Cinco alacraneando, ¿qué foto ponemos? ¿La de un tabique nasal colapsado por la coca y reemplazado (foto 2 de la secuencia) por uno de platino? ¿O la de alguien mirándonos fijamente, con los ojos indescifrables del que ha fundido cerebro por el uso del éxtasis?
Fumar es un derecho soberano. Impedir que el humo del tabaco ardiendo llegue a los no fumadores es una obligación de las autoridades. Pero de allí a avalar el terrorismo gráfico y las campañas del fascismo médico, hay una gran distancia.
O sea que en esta sociedad está mal fumar, pero está bien ser una basura y está requetebién mentir, robar, incumplir, chantajear, matar y volver a la presidencia de lo que sea (incluida la república).
¿O es que el asunto es ser una basura con los pulmones limpios?

miércoles, 17 de febrero de 2010

Un tema prohibido

En buena parte del mundo los partidos políticos están basados en ideas matrices. En el Perú los partidos políticos tienen apellido, DNI, cuentas bancarias, apetitos de entrecasa.
En buena parte del mundo los partidos políticos son personas jurídicas. En el Perú los partidos políticos son personas naturales.
Alejandro Toledo acaba de proponer “un gran frente de centro en un marco de libertad y respeto a las instituciones democráticas”.
Eso supone que hay un centro político que salvaguarda la libertad cimentando las instituciones democráticas.
Pero cuando Toledo se ve obligado a aterrizar en nombres concretos tiene que mencionar, al lado de Lourdes Flores, a Luis Castañeda Lossio y al ciudadano estadounidense PPK.
Lo de Lourdes Flores está bien. Ella es, sin ninguna duda, de centro.
Pero ni Castañeda ni PPK son de centro.
Ambos representan a la derecha analfa que no quiere hacer historia (porque jamás la leyó) sino dinero (porque siempre contarlo y exportarlo fue el mayor de sus placeres).
Ambos encarnan una variante de la enfermedad más perniciosa de la política peruana: la carencia de ideas, la estupidez audaz, la falta de delicadeza en las bóvedas de los fondos públicos y el mini-caudillismo en su vertiente tragicómica.
Uno (Castañeda) está en la cima de las encuestas, a pesar del asalto a los presupuestos y de la mugre municipal que lo tizna. El otro (PPK) está en 1 por ciento de intención de voto, a pesar de lo ya invertido en apariciones y sobonerías contratadas.
Pero tanto el uno como el otro encarnan el fracaso de los partidos políticos peruanos.
¿Por qué es imposible que en el Perú suceda lo que cuajó en Colombia, lo que pasó en Chile, lo que sigue sucediendo en Brasil o en México?
Un común denominador de esos países es la existencia protagónica de una burguesía nacional consciente de los límites de la internacionalización y decidida a mantener metas soberanas vinculadas a su desarrollo.
Quizá otra característica sea que en esos países el nivel de la Educación pública jamás llegó, a pesar de las crisis que la golpearon, a las cotas de miseria que se dieron en el Perú.
Tal vez una tercera razón pudiera ser que en esos países lo que suele llamarse “la inteligencia” nunca huyó del todo de la partidocracia. El hecho de que en el Perú el arte y la producción intelectual se mudaran tan lejos de los partidos resultó también un factor decisivo para el deterioro de nuestra política.
Lo que Toledo propone no es viable como aventura honesta. Será posible –tan posible como su partido- tan sólo si uno se lo imagina como una enésima y marginal jugada de la derecha.
La derecha, es decir la apuesta por el inmovilismo, tiene planes más específicos.

Duda de Castañeda, no está segura de Toledo, ha desahuciado el temprano cadáver de PPK, sabe que a Lourdes la persigue una maldición.
Pero el problema de la derecha no es el candidato. El problema es la agenda.
Y de lo que se trata es de buscar seudónimos, diablillos, pobres diablos, cualquier cosa con tal de que todos nos distraigamos con los temas posmodernos: el matrimonio gay, los homosexuales en las Fuerzas Armadas, el Concordato con el Vaticano, la laicidad del Estado, la legalización de la cocaína y –por qué no- las nuevas leyes tributarias para el fútbol asociado.
Todo con tal de que no se hable de aquello que aterra en Eisha y en los corrompidos pasillos del palacio de Gobierno: el modelo económico.
La frase que está permitida es esta: “tenemos que hacer más incluyente al modelo”.
Pero allí se quedan los que quieren que todo siga igual porque les ha ido de lo mejor.
¿Qué será eso de “inclusión”?
No les pidas detalles.
No les preguntes en cuánto subirán el salario mínimo vital o el impuesto a los ingresos excepcionales de la gran minería (inmovilizados desde los tiempos de Fujimori).
Ni les preguntes por qué hay tratados de libre comercio que no pasan por el Congreso ni si es que han hecho un cálculo de cuántos puestos de trabajo nos va a costar el disparatado TLC con China.
No, no les preguntes nada. No tienen ninguna respuesta que darte. En el mejor de los casos, gritarán:
-Bayly, sigue dándonos una mano.
O invocarán:
-Alan, dale una mano a Bayly.
El gran problema de la derecha es la agenda.
Lo de la candidatura ya lo tienen resuelto. Su candidata es Keiko, que no debe decir nada por ahora, pero que hará el galope largo del último tramo.
El triunfo de Keiko no sólo hará feliz a la derecha. La reivindicará en cursiva, la limpiará entre comillas, le quitará vergüenzas en negrita y le cerrará viejas fístulas. Recordar la salita del SIN no le dará pesadillas. El viaje circular se habrá completado. Como siempre.
LA PRIMERA fase de esta cirugía reconstructiva es la elección de Alex Kouri como alcalde de Lima.
Pero el asunto de fondo, el tema prohibido, es el manejo de la agenda. Si Clinton viviese entre nosotros ya habría gritado:
¡La agenda, estúpido, la agenda!

martes, 16 de febrero de 2010

Matar a la madre

“El amor es bueno, pero el dinero es mejor”, ha dicho Elizabeth Espino Vásquez, asesina de su madre, Elizabeth Vásquez Marín.
No sólo se trataba del seguro de vida por 100,000 dólares, que la esperaba a la vuelta del crimen, sino del disfrute de un patrimonio creciente que ella había decidido rematar apenas pudiera.
Hipócritas, algunos fabricantes de editoriales llaman “horror” al crimen de la Espino, “espantosas” a las circunstancias que lo rodearon, “escalofriante” a la confesión de la matricida.
Pero hace muchos años que la señorita Espino construyó, para ella y para sus coetáneos de generación, un paradigma perverso de sociedad y de mundo: aquel en el que la ética está desterrada, la generosidad resulta aburrida, la decencia es una incomodidad y el amor puede ser una frase bien dicha “un 14 de febrero”.
Tuvimos a Sendero, la guerrilla más salvaje y radical de América latina. La tuvimos porque la merecíamos y porque a un país anacrónico tenía que infectarlo una guerrilla anacrónica.
Para combatir a Sendero, entonces, construimos a Fujimori, cabecilla de uno de los regímenes más infames del continente. Es decir, combatimos el crimen con el crimen, el maoísmo mutante con los Colina.
De todo eso bebió la señorita Espino. Pero eso no sería lo peor.
Lo peor sería la impunidad, esa nube de asbesto que nos corrompe por dentro.
¿Un ladrón evidente podía regresar a la presidencia? Sí, podía. Tanto podía que hasta llegaría a trabajar junto a Mario Vargas Llosa en un proyecto altruista.
¿Un Fujimori reciclado podía obtener la amnesia de muchos y el voto de no pocos en las elecciones? Sí, podía.
¿Un alcalde y presidente regional ladrón y fascista podía evitar la cárcel y ampliar, al infinito, sus aspiraciones? Sí, podía. Podía y puede.
¿Y podía jurarse “por Dios y por la plata” y seguir asistiendo al Congreso? Claro que se podía.
¿Y podía, desde el municipio de Lima, robarse caudales públicos en sobrevaloraciones cuantiosas y seguir ostentando un índice de popularidad y aprobación estratosférico? Desde luego que sí.
¿Y podía un lobista con pasaporte americano hacer dinero negro desde el cargo de primer ministro al lado de un presidente que se había ido de putas e inhalado cocaína según un documento policial? Definitivamente, se podía.
¿No abundaba la dignidad en el Perú? No, no abundaba.
Y si todo se podía, ¿también se podía ser como Robinson González y no morir (civilmente) en el intento? Sin duda.
¿Y se podía ser como los Wolfenson, como los Winter, como el señor Crousillat, el que se moría del corazón y ahora se va a Buenos Aires a pegarse los tiros del crepúsculo? Se podía.
Y los que trabajaron con Umberto Jara en “Hora 20”, el inodoro del tardoFujimorismo, ¿podían luego reciclarse y aparecer en Canal 2 haciéndose los posmodernos y los machos cabríos sin memoria? Hombre, ponga usted Canal 2 a las 11 de la noche y ya verá.
¿Y se podía ser Lúcar y volver como líder de opinión? Sin lugar a dudas.
Y mientras eso sucedía, la televisión, que se había vuelto pupila de “Las Cucardas” y cobraba la felación a destajo, sólo sacaba cadáveres violentos, huérfanos de incendios, violaditas de arenal, desbarrancamientos multitudinarios.
De modo que la señorita Espino creció viendo la sangre de la Musiris, primero, y la sangre de la Fefer, después, y, en medio, la sangre de la mamá de la Llamoja, la sangre que los marcas dejaban en cada hazaña, para no hablar de la sangre memoriosa de Tarata, de las fosas comunes llenas de inocentes acribillados, del niño de 8 años asesinado en Barrios Altos.
Como marco de toda esa lección, como pedagogía general, digamos, vino después el “sálvese quien pueda” del liberalismo en dosis de truhán, el “vale todo” de la vieja cultura combi, el “arriba las manos” de los que “la hacen” rematando el país a quien pueda pagarlo (aboliendo todo concepto de Estado, de estrategia nacional, de industrialismo propio).
Y ahora vienen a decirnos qué horrible, oiga usted, alguien que mata a su madre por dinero.
No, hombre, nada de qué horrible. La señorita Espino hizo lo que el sistema de valores aconseja. Que su madre estuviera de por medio resulta una incómoda anécdota, es cierto, pero aquí el asunto es que vivimos en un país persuasivamente anético.
El Congreso, el Poder judicial, el Tribunal Constitucional, los partidos políticos: todo en el Perú parece estar pudriéndose y ser parte del problema.
El matricidio es, al final de cuentas, un hecho personal y diminuto frente al crimen de haber matado al Perú como identidad posible de todos.

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Posdata: ¿Creerá el señor Martín Tanaka que su ideología es invisible, sus adhesiones discretas y sus sesgos sutiles? Pobre señor Tanaka: hace tiempo que, contra lo que él cree, aparece con todo al aire en su papel de fan del sistema “realmente existente”. El señor Tanaka cree que las ciencias sociales son un búnker de concreto que lo protege del escrutinio público. El señor Tanaka cree que ser ambiguo y sibilino es ser aristotélico. No, señor Tanaka: haga usted lo que, con todo derecho, hicieron alguna vez Bernard Henri-Lévy o André Glucksman (siguiendo la tradición de Aron o Maurras): muestre la camiseta por la que juega y sufre. Nadie se lo va a reprochar. Lo que es patético es que se vista de negro y pretenda ser árbitro.

domingo, 14 de febrero de 2010

Miota y la huachafería

El peruano Jorge Miota fue quien, según diversos testimonios, acuñó y difundió la palabra “huachafo” como sinónimo aproximado de cursi o de mal gusto.
El otro día, en busca de un libro perdido, encontré aquel que escribió Willy Pinto Gamboa, colaborador cercano de Luis Alberto Sánchez, sobre Miota y la huachafería.
Pinto lo tituló “Lo huachafo: trama y perfil” y añadió este paréntesis: “(Jorge Miota: vida y obra)”.
El ejemplar que encontré me está dedicado y sólo mi distraída ingratitud pudo ponerlo en el estante del tercer piso, donde están los libros aparentemente menos necesarios.
Willy Pinto Gamboa fue una de las mejores personas con las que me he tropezado.
Era bastante mayor que este cronista, había estudiado en España, amaba la poesía de Pedro Salinas, era catedrático universitario y se había casado con una hermosa española que adoraba y con quien vivía en la urbanización Palomino.
Pinto me visitaba en “Caretas” cada semana y charlábamos de aquello que hoy escasea tanto: lecturas, autores, fobias y filias literarias. Era ameno, divertido y muchas veces certero y coincidíamos en nuestra adicción por el siglo de oro español.
Hace algunos años –lo supe estando lejos, como casi siempre: lejos- a este escritor, crítico e investigador se le murió la mujer, que sufría de un mal crónico del corazón.
Me contaron que, poco tiempo después, a Pinto lo mató una tristeza disfrazada de algún tipo de Cáncer. Porque, como ustedes saben, el Cáncer es muchas veces un seudónimo de la depresión.
Recordando a este hombre ejemplar que pasaba por mi oficina para hablar de literatura, he leído recién, de cabo a rabo, este libro sobre Miota publicado en 1981 (uno de los mejores trabajos de Pinto, a pesar de los innumerables descuidos del corrector).
Miota es uno de esos personajes que a Pinto le encantaba resucitar. Porque Pinto escarbaba en el olvido y de allí sacaba a los marginados, los preteridos, los pequeños malditos que a nadie entusiasmaban.
Miota fue el primero en usar la palabra “huachafo” y eso sucedió alrededor de 1908 en la revista “Actualidades”.
Todo indica que se trata de un préstamo creativo tomado del Colombianismo “guachafa”, que describe el bullicio, la bronca y el desorden y que, en algún momento no demasiado precisable, significó también algo así como fiesta ruidosa.
Y el origen de todo esto, según lo que le contó Estuardo Núñez a Martha Hildebrandt, tiene barrio y sede limeños.
Sucede que a comienzos de 1890 se afincó en Lima, cerca del cuartel Santa Catalina, una familia Colombiana de clase media más o menos arruinada.
Sucedió también que las muchachas casaderas de esa familia numerosa organizaban fiestas, entre estruendosas y desmedidas, que llamaban “guachafas”. Mucho más temprano que tarde “guachafas” ya no eran las veladas sino quienes las planeaban.
De modo que los solteros próximos al solar eran asiduos de estas “guachafas” deseosas de prosperar o establecerse por su cuenta.
De cualquier modo, pocos son los que le niegan a Miota el mérito de suavizar el diptongo original con una “h” y de oficializar el término “huachafo” para describir, fundamentalmente, aquello que imita sin éxito, que exhibe sin rubor, que pretende ser lo que no es (ni puede ser: de allí el carácter violento y condenatorio del término).
Jamás pensó Miota que la palabra adquiriría tal autoridad e involucraría a universos tan amplios y diversos.
Porque, como alguna vez reconoció el mismísimo Mario Vargas Llosa en un magistral artículo, es imposible, para cualquier peruano, librarse por completo de la huachafería, entendida como ese modo histriónico de aparentar.
Cuando Vargas Llosa escribió ese artículo –agosto de 1983-, Lima no tenía a “Eisha” como “capital del verano” –qué frase más huachafa-, ni a “Tongo” como emblema de la Telefónica –una de las empresas más huachafientas en cuanto a su publicidad-, ni a los hermanitos Yaipén como símbolos, ni a Bayly como expresión liberal.
Hoy Vargas Llosa tendría que reeditar y ampliar su Atlas de la huachafería. Hoy el Perú es tan huachafo, tan repulsivamente huachafo a veces, que el buen gusto parece una melancolía.
En 1983 hasta la pretensión de no ser huachafo pasaba por huachafería. Hoy los huachafos han salido del armario y han tomado el poder. Nadie huye hoy de la huachafería. Al contrario: se la ha adoptado porque se ha impuesto y porque es rentable. La prensa “no huachafa”, por ejemplo, parece condenada a la miseria. La TV “no huachafa” ha dejado, sencillamente, de existir.
¿Qué no es huachafo en el Perú? Nada. Hasta Dios es huachafo en el Perú del siglo XXI. Y basta con encender uno de esos programas religiosos perpetrados por sectas cristianas para entender que el cielo también ha sido tomado por asalto.
Pero volviendo a Miota, ese desconocido, habría que decir algunas cosas.
Miota González nació en Apurímac en 1870. Su padre fue militar y murió, con el grado de teniente coronel, en la heroica resistencia de San Juan y Miraflores de enero de 1881.
Miota, de ascendentes vascos, escribió numerosos artículos de tono modernista en “Actualidades”, “El Comercio”, “Prisma” y “Monos y monadas”.
Fue coetáneo y amigo de los hermanos García Calderón, de Enrique Carrillo (“Cabotín”), de José de la Riva Agüero, de Leonidas Yerovi y, entre otros, de Clemente Palma.
Fue Palma, precisamente, quien en 1913 escribió un artículo titulado “El caso del escritor señor Miota”.
La solemnidad del título tenía más de compasión que de avaricia. Porque se trataba de ventilar, por primera vez en público, la locura irremediable que había terminado por minar a Miota.
Dos años antes, en 1911, Miota se había presentado ante la embajada peruana en París y le había pedido a su amigo Francisco García Calderón, segundo secretario, una carta de recomendación para Rubén Darío. García Calderón, benévolo y distante, le dio gusto.
En su mensaje, Miota le pedía a Darío el pago de una mensualidad inverosímilmente “prometida” por el nicaragüense.
En enero de 1913, en Lima, Miota tocó la puerta de la legación diplomática de Francia y solicitó la nacionalidad francesa.
Cuando el representante del gobierno francés le preguntó en qué basaba su solicitud, Miota le contó que “en París, tiempo atrás, había sido víctima de un encantamiento” y que, por lo tanto, “merecía alguna compensación”.
Cuando Clemente Palma trató el tema ya Miota había Estado internado en un manicomio y su caso había derivado al terreno judicial porque el escritor había acusado a su madre y a un par de doctores “de secuestro”.
Nadie sabe cómo hizo Miota para convencer a su doliente madre de que debían viajar a Buenos Aires. Eso fue en 1916 y a partir de allí su rastro se pierde por completo.
Hasta la fecha de su muerte resulta incierta –unos la sitúan en 1925 y otros al año siguiente-, aunque no parece haber duda de que jamás se recuperó y que debió pasar muchas penurias. Tantas, en todo caso, como las que le amargaron la infancia a raíz de la muerte de su padre.
En el libro de Pinto hay una especie de homenaje final, entre irónico y sombrío, al acuñador del concepto “huachafo”.
Como no se sabe si Miota murió en un hospital general o en una casa de salud mental de Buenos Aires, Pinto plantea la duda citando palabras sacadas del propio paciente:
“...aunque es muy posible –escribe Pinto- que su vida se haya extinguido ‘entre negras rejas, delante de las cuales Hipócrates y Galeno marmorizados hacen su perpetua guardia’,... o ‘entre las paredes de una casa de insania, que regula a extraños autómatas’...”
Frases tan decoradas y chirriantes pertenecen a un artículo de Miota escrito para “El Comercio” 25 años antes de su muerte. El tema central de ese artículo era el manicomio estatal de Lima.
Profecía huachafa y trágica a la vez.

sábado, 13 de febrero de 2010

García y Bachelet

El diario-emblema de la familia Agois ha publicado una encuesta de dimensiones nacionales.
Aunque está hecha por CPI, una empresa muy próxima al Fujimorismo dada la posición de su director Manuel Saavedra, la investigación, realizada en 36 distritos de Lima y 24 ciudades importantes del interior, revela otros aspectos distintos al asunto electoral, tan prematura y maliciosamente tratado en estas últimas semanas.
Uno de esos aspectos es el desastre de Alan García.
Sólo el 27 por ciento de los encuEstados por CPI, a despecho de la voluntad del propio diario “Correo”, aprueba la gestión de Alan García, un presidente que, en los últimos meses, ha invertido miles de millones de soles de los dineros públicos en hacerse propaganda.
García no ha tenido escrúpulo alguno en inaugurar hospitales fantasmagóricos, abusar de los discursos televisados, convertir el Canal 7 en un fundo propio, mandarse alabar en RPP y ocupar, para desgracia de sus desaparecidos ministros, todos los espacios públicos sectoriales y el centro de todas las ceremonias oficiales.
Y no ha tenido escrúpulos en ordenar la inversión publicitaria más grande de los últimos tiempos con una campaña que, en televisión y radio, en prensa diaria y en revistas, da cuenta de “los incontables éxitos”, “las promesas siempre cumplidas” y “las insuperables cifras económicas” de su gobierno.
Para sorpresa de más de un gaznápiro, sin embargo, la cosa (“la cosa tremebunda”, como decía Vallejo) es que esa inmensa maquinaria de culto personal y alabanza del señor no ha funcionado: 27 por ciento aprueba su gestión, 61 por ciento la desaprueba (61,7% para ser exactos).
Este fracaso no es sólo de Alan García Pérez. Es el fracaso de la cofradía, de LA PRIMERA división de la merme, de la segunda de los alfredos, de la tercera del lobismo con vista al mar y de la división sub-40 de menores del cuánto hay y a quién calumniamos y qué conviene que digamos.
Es el fracaso, en general, de un gobierno cuya podredumbre empieza a olerse tanto en San Bartolo como en salud&sa=Buscar" title="buscar información sobre Essalud">Essalud, pasando por la fortuna acrecida de García y las recaudaciones de Cornejo, y de una prensa chuchumecona que creía que podía tapar el sol con un dedo (el del medio).
¡Cuánto dinero para llegar a una aprobación del 27 por ciento!
¡Y cuánto dinero despilfarrado en “asesinar” mediáticamente a quienes, según lo admiten CPI y “Correo” casi a regañadientes, están vivitos y coleando!
Ollanta Humala, por ejemplo, –alguien que según “Correo” tendría que estar en la fosa común de las pretensiones fallidas- tiene en esa encuesta un 10,6 de intención de voto. Nada mal para quien es blanco de una campaña permanente de demolición de esa prensa que ha secuestrado la información y cree tener al Perú como rehén.
Y Alejandro Toledo, alguien a quien Alan García profesa un odio delivery y a quien le ha llovido mierda judicial por orden palaciega desde el 2006, tiene un 9,6 por ciento de intención de voto sin haber movido un dedo para hacer campaña.
¿Humala todavía respira? –se preguntan en “Correo”.
-“Son los serranos de Abancay” –se responden a sí mismos. “No se sienten parte del proceso”, añaden de lo más sociológicos.
-¿Y PPK sólo tiene 1%? –se preguntan desesperados.
-“Son los serranos de todo el Perú” –se responden a sí mismos mientras distraen a sus lectores con el 3,2% que ostenta el candidato de los hermanos Oviedo, o sea ese chiste llamado Jaimito.
No importa lo que digan. Lo que es cierto es que García tiene 27 por ciento de aprobación, contra 82 por ciento de la señora Bachelet en Chile.
La gran diferencia entre el señor García y la señora Bachelet es que la señora Bachelet ha defendido los intereses de Chile con enorme eficacia.
Lo ha hecho aun a costa de enfrentarse a los líderes mapuches, que siempre estuvieron próximos al socialismo y que tienen razón en muchas de sus aprehensiones sobre “la expansión forestal”, y a costa de contradecir la tradición civilista de la izquierda Chilena.
Y es que los intereses de Chile imponían ese cambio de rumbo.
García, en cambio, ha sido el menos peruano de los presidentes peruanos (no incluyo en esta lista al presidente binacional Alberto Fujimori, que no fue traidor sino ferviente patriota japonés).
García ha sido también, desde la vigente perspectiva de la socialdemocracia, el menos aprista de los apristas. Como estadista, ha sido un gran vendedor. Como albacea de la herencia moral de Haya de la Torre, ha sido (desde 1985) una cuantiosa decepción y allí están sus dineros mal habidos para atestiguarlo.
Bachelet se va del gobierno con 82 por ciento de aprobación. García está en el 27 por ciento.
Bachelet no habría dicho jamás, ante la posibilidad de ejercer su invicto Chilenismo:
“¿Y si los peruanos se molestan?”
No, ella no habla así. A la hora de hablar y de actuar en nombre de Chile la señora Bachelet habla con faldas y a lo macho. Esa es la diferencia.
No es que hagamos apología de la rudeza chauvinista de Chile. Lo que queremos subrayar es la abismal diferencia entre ese discurso de Estado de nuestro vecino –discurso pétreo desde los tiempos de Portales- y las debilidades de fustán roto de algunos de nuestros políticos.

viernes, 12 de febrero de 2010

El fraude de Paracas

Una cierta prensa, conquistada por el lobismo huachafiento, pretende convencernos de que Paracas es un nuevo paraíso costero lleno de posibilidades hoteleras y mares amables.
Así que hasta Paracas nos fuimos hace poco, al hotel “Double Tree-Hilton”, de la franquicia Hilton, con precios dignos de esa cadena que la señorita Paris Hilton se ha empeñado en desacreditar a ver si la convierten en perpetua (a la cadena, digo).
El hotel no está nada mal en apariencia. Al contrario, es de las mejores instalaciones que pueden verse en el litoral próximo a Lima.
Claro que las apariencias engañan. Y una cosa es el cemento y la obra y otra el manejo y la gestión.
Tú llegas y te pueden pasar las siguientes cosas:
a) que la cortina que te impide ser visto desde “la playa privada del hotel” no funcione; entonces vendrá “Mantenimiento” y estará un buen rato haciendo manipulaciones diversas hasta que reconocerá que “no se puede hacer nada hasta mañana porque hace falta un repuesto”;
b) a la mañana siguiente, dos operarias de “Mantenimiento” se pondrán a hacer lo suyo durante más de una hora, hasta que te dirán: “esta cortina no tiene arreglo; tenemos que cambiarla”. El cambio demorará otra hora;
c) querrás bañarte –idiota tú- en “la playa privada del hotel”, pero una señorita, amabilísima, te advertirá: “No se lo aconsejo: hay pastelitos”. Cuando usted pregunte: “¿Y qué son pastelitos?”, la respuesta será: “Unos bichos que le pueden clavar un aguijón muy doloroso; no es una picada tóxica, pero sí muy dolorosa”. Entonces usted preguntará, entre falsamente heroico y patéticamente obstinado: “¿Y si me pongo zapatillas?” La respuesta será digna de una película B de terror: “No se lo aconsejo: las atraviesa”. Entonces usted mirará ese mar quieto, oscuro, ancestral y repleto de algas y malaguas como lo que es en realidad: un decorado más bien sombrío, un mar muerto y de adorno para bañistas desavisados, un cuento chino de peruanos;
d) descubrirás una mañana que el agua del inodoro de tu habitación ha sido cortada; irás a Recepción donde el gerente, que intentará hacerse el hombre invisible porque sabe a qué vienes, y le preguntarás qué está pasando. Te dirá: “Se nos ha roto una tubería”. Tú le dirás: “¿Pero qué hotel es este?”. Te dirá: “Tenemos problemas, señor Hildebrandt”. Dirás: “Más problemas van a tener en Indecopi”.
e) aprenderás muy rápidamente que en este hotel, de cinco o más estrellas, el jefe de cocina, que ofrece sus exquisiteces en un comedor donde el aire acondicionado te cae en la cabeza como una estalactita de 14 grados, no sabe cocinar: sus espaguetis al ajo saben a nada, sus pizzas están semicrudas, sus cebiches podrían provocar el suicidio de Gastón Acurio;
f) otra mañana no podrás entrar a tu habitación porque tu llave electrónica habrá sido cancelada sin ninguna razón; te darán otras dos pero no te ofrecerán disculpa alguna.
En fin, te divertirás todo lo que puedas y lo harás, sobre todo, lejos del hotel: en las siempre fascinantes islas Ballestas, adonde llegarás después de ser parte de un tumulto sudoroso que espera turno en el embarcadero; o en la bahía de aguas oscuras, a bordo de un catamarán impulsado por el buen viento y un buen timonel y mojándote con el oleaje excitado por la embarcación; es en ese momento que, a lo lejos, el hotel parece apenas una silueta inofensiva y te sientes feliz lejos de su mala vibra.
Para que todo termine como empezó, la noche previa a la despedida se desata un temporal de arena, un viento loco y perverso que viene del mar y llena de arena ojos, oídos, cavidades varias. Y a la hora de la partida, una tormenta a todo meter, una “paraca” de naturaleza criminal que convierte el hotel, mal diseñado para estas furias, en un cuartel de la Legión Extranjera.
Sólo un empleado maletero pone las maletas en su sitio mientras la arena nos acribilla y Rebeca, con un pañuelo de seda sobre la cabeza, se bate contra los remolinos de arena sucia y parece la más bella de las guerreras saharawis.
Toda una experiencia.
Como para que la cadena Hilton lo piense otra vez antes de darle tan costosa franquicia a cualquiera.

jueves, 11 de febrero de 2010

“Cambio” ha muerto

En Colombia existía, desde 1994, una revista importantísima llamada “Cambio”.
La publicación pertenecía al grupo editorial “El Tiempo”, cuyo accionista mayoritario es, desde el año 2007, el potente grupo español Planeta, fundado en 1949 en Barcelona y dueño de “Antena 3”, pionera en TV basura, la radio “Onda Cero”, cachorra del PP, el diario gratuito “ADN”, y la única publicación que está a la derecha del “ABC”, o sea “La Razón”.
Planeta, que tiene intereses en 25 países, tiene el 55 por ciento de las acciones de la llamada “Casa Editorial El Tiempo” y el 40 por ciento del canal televisivo bogotano “City TV”, que es parte del mismo paquete.
La legendaria familia Santos tiene el resto de las acciones. Entre esos Santos están el vicepresidente de la república Francisco Santos y el ex ministro Juan Manuel Santos.
“Cambio” se distinguió en los últimos tiempos por descubrir una serie de enjuagues y hediondeces del gobierno de Álvaro Uribe. Su gran virtud fue la cantidad de datos que aportaba, lo riguroso de sus investigaciones, la seriedad y el pluralismo de sus búsquedas.
Entre otros temas, “Cambio” destapó el asunto de los subsidios enormes a agricultores ricos –en Santa Marta una suma multimillonaria en ayuda gubernamental fue a parar a manos de cuatro familias-, la farsa detrás de los cambios en el sector salud, la ilegitimidad de la segunda reelección uribista, el feo asunto de la “parapolítica” –la alianza de los paramilitares derechistas y un sector del gobierno-, o el grandioso asunto de la corrupción generalizada, un fenómeno que la revista, en octubre pasado, calculó en unos 2,024 millones de dólares anuales de pérdida para el erario nacional (cuatro billones de pesos Colombianos al cambio actual): una mancha de caciquismo maloliente que cubre los 32 departamentos del país y que incluye a jueces, diputados, miembros del Ejecutivo, directivos de los organismos públicos.
En fin, que “Cambio” hacía la tarea que no hacía “El Tiempo”, su casa matriz -considerado el diario más importante de Colombia- y que habían dejado de hacer la mayoría de los medios de comunicación de este país, que la derecha peruana pone siempre como ejemplo, desde sus iletradas columnas, de libertad y sentido común.
Pues bien, el “Grupo Planeta” y la familia Santos han decidido cerrar la revista “Cambio”.
Y esto que “Cambio” tenía una circulación, oficialmente anunciada, de 133,684 ejemplares y una “lecturabilidad”, como se dice tan horriblemente en Colombia, de 233,600 lectores.
Aun así, el muy fariseo señor Luis Fernando Santos, presidente del grupo “El Tiempo”, ha anunciado que el cierre de “Cambio” se debe a un supuesto fracaso comercial.
“A partir de ahora, la revista dejará de salir semanalmente, será un mensuario que se ocupará de temas más livianos”, dijo este Santos sin aureola pero con muchísimo poder.
Lo que no dijo es que la mayor presión vino del grupo “Planeta”, deseoso de hacerse con una nueva frecuencia de televisión que entrará en subasta en los próximos días, y de los círculos oligárquicos más próximos al uribismo duro. La mezcla de siempre: negocios a cambio de cabezas de periodistas.
Al promediar la semana pasada se dijo que “Cambio” saldría hasta fines de febrero, pero este lunes pasado tanto el director, Rodrigo Pardo, como la editora general, María Elvira Samper, fueron obligados a dejar sus oficinas y a echar a la basura el material que ya habían preparado.
La BBC de Londres escribió una larga y emotiva crónica, que contenía estas palabras:
“Ante el anuncio, Pardo y Samper fueron despedidos en medio de una salva de aplausos por decenas de periodistas y empleados de la Casa editorial El Tiempo, que improvisaron una calle de honor...Hubo besos, abrazos y lágrimas, le dijo una periodista del diario El Tiempo a BBC Mundo. Y añadió: Estamos muy tristes por el mensaje que significa el cierre de la revista para el periodismo Colombiano”.
La familia Santos tiene mucha influencia en la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP). ¿Dirá algo la SIP sobre este atentado? ¿O volverá a decir, entre líneas, que las empresas pueden hacer lo que les dé la gana y que los periodistas son plumíferos que se contratan en la calle?
Y aquí, ¿protestarán por esta medida vergonzosa los que hablan y se desgañitan y se sueltan los moños sólo por lo que sucede en Venezuela?
La libertad de prensa ha sufrido un severo golpe con el cierre de “Cambio”. Colombia ya no será la misma sin ese semanario.
El liberalismo asustado aplica ahora en tierras Colombianas la fórmula aplicada con éxito en el Perú: a la televisión se la administra por el chantaje político, a la prensa radial se la manipula por la extorsión publicitaria, a la prensa escrita o se la controla o se la asusta o se la estrangula (y esto que en nuestro medio “Cambio” no tiene parecido manifiesto con ninguna publicación).
La fórmula funcionará hasta que la gente, asqueada, encuentre otros cauces para informarse y otras maneras para oponerse. Y hasta que los periodistas de esta región lo permitamos.

miércoles, 10 de febrero de 2010

La muerte

Siempre es bueno saber.
Inclusive querer saber lo que nadie puede saber.
Yo, por ejemplo, siempre me pregunto cómo será ese asunto de la muerte, ese muy complicado asunto de morir.
¿Será una luz la que te derribe o será un puñetazo de sombra?
¿O será que te recuestas y ya no más? ¿Cómo se apagarán las luces de bengala del cerebro?
¿Habrá un pito parecido al de los monitores de “Dr. House” cuando el cerebro deje de transmitir y vuelva a ser la masa grasienta, apretada por redecillas negruzcas, que siempre fue en el fondo?
¿Será una señal electroquímica, un morse proteínico los que le digan a tu hígado que pare, al bazo que no insista, a tus venas que dejen de esforzarse, al corazón que firme sobre las líneas punteadas?
¿Será un apagón, será un incendio, será helado? ¿Será un tubo de escape o un agujero negro? ¿Una disolvencia a la pantalla oscura?
¿O vendrá, como todos los días, una tibieza a visitarte, una tibieza que esta vez, sin embargo, sacará una daga de la manga y te la clavará en plena barriga?
¿Será que vuelas por un túnel de luz blanca, que ves el resumen de tu vida en un segundo, tal como dicen los que dicen haber regresado?
¿O será, más bien, que te resbalas y caes interminablemente mientras todo latido huye de tus miserias como si de una estampida se tratara?
¿Será una huelga general de neurotransmisores? ¿Un relevo ordenado? ¿Será un golpe de Estado del cansancio? ¿Una huelga general de orín y plasma?
¿Será un golpe preciso o un callejón oscuro?
¿Será un párrafo o una palabra? ¿Un segundo o una secuencia sin tiempo, lenta como las pesadillas, inexorable como el miedo? ¿Será dolor o será alivio? ¿Y para cuándo será?
Será, sencillamente. Y será sin cielo y sin infierno, sin atenuantes, sin apelación y sin recodos. Será, sin duda, el episodio más importante de la vida.

martes, 9 de febrero de 2010

El Veco

El Veco ha muerto de un ataque de su mejor amigo: el corazón.
Sí, porque El Veco era un sentimental.
Y con esto no quiero ofenderlo sino situarlo.
El Veco estaba convencido, desde el corazón, que el fútbol peruano existía, que sus clubes valían la pena hasta dedicarles una vida, que sus dirigentes no se merecían otra cosa que no fuera una cierta anuencia.
Por eso quizá El Veco no usaba su inteligencia para juzgar el deporte agonizante que glosaba sino para armar sus secuencias y hacer atractivo su programa.
Porque El Veco era un hombre cultivado, tal como se exige en la prensa deportiva del río de la Plata. Cultivado y con la labia a flor de piel.
Y su prosa profesional, aunque un tanto rebuscada, es pieza maestra frente a las burradas que en el Perú pasan por columnismo deportivo.
Por eso es que al Veco no le costó mucho instalarse a todo meter en este país donde los periodistas deportivos suelen dar más vergüenza que la selección peruana de fútbol.
Es cierto: El Veco no entró jamás en la mermelada que a tantos endulza la vida, pero tampoco se metió a criticar lo criticable.
Muchos hubieran esperado de él una guía para navegantes perdidos, pero El Veco se sumergió en las honduras de la neutralidad, se sintió demasiado extranjero para decirle sinvergüenza a quien lo era y le puso a su último programa “El show de El Veco”, con lo que ya todo estaba dicho: el show era él.
Nunca nos enteramos en “El show de El Veco” por qué el Perú se desdichaba en el fútbol, por qué sus clubes históricos hacían el ridículo en la Copa Toyota o en la Libertadores, por qué sus dirigentes eran parásitos endémicos –como los de la Federación-, o bobos endeudados –como los Pinasco en la “U” y sus homólogos en Alianza-.
No, El Veco no nos enteraba de nada de eso. Nos hacía creer, gracias a su dicción enfática y a su tono de noticiario recién horneado, que el clásico a jugarse era “el partido del año”. O que hasta el “Alianza Atlético” merecía ciertas venias y guardaba secretos ofensivos (cuando todos sabíamos que el “Alianza Atlético” daba y dará pena).
¿Se acomodó El Veco a la resignación peruana, a la neblina, al cuento de la promesa eterna? ¿O nos quiso hacer el favor de no sacarnos del estado hipnótico, de ese sonambulismo que nos empuja a ver el fútbol peruano como si tuviera todo el futuro por delante y ningún pasado vergonzante pesando como una losa?
Nunca se sabrá. Lo que es cierto es que el éxito de El Veco consistía en ser cauto con los dirigentes, amable con los jugadores, irreprochable con las altas autoridades y, felizmente, siempre diverso y universal: por su show sí desfilaban los magos de la Fórmula 1, los reyes del tenis, los amos de las motos de 250 centímetros cúbicos.
Sobradamente alfabeto, uruguayo hasta la orilla del frente, poeta a su manera, correcto siempre, El Veco se ha ido dejando la radio huérfana de toda orfandad. Los que quedan, en su emisora y en las que por allí gritan, no alcanzarían ni para ser sus asistentes.
Hasta la vista, Emilio.

domingo, 7 de febrero de 2010

Las vacas y el liberalismo

Matanza de vacas. Las miro subidas al camión que las lleva a la muerte. Me conmuevo. ¿Por qué los animales me tocan tan de cerca?
Fui un niño sin límites que podía ser cruel con los animales. Fui un adulto lo suficientemente preocupado por mí mismo como para no entender nada que fuera de veras importante.
Pero si en algún sentido mejoré, si en algún sentido adquirí algunos valores que me permitieron avanzar, fue aprendiendo a amar a los animales.
Ni “los éxitos logrados” ni los “reconocimientos” que me dieron, ni el cariño inexplicable de mucha gente, ni los artículos o libros que pude publicar, ni el pantallazo de la tele y su notoriedad de cartón y espejismo, nada, digo, fue más importante que mi educación sentimental respecto de los animales.
Amo a los animales, entre otras cosas, por su desamparo. Los amo más por su indefensión que por su belleza. Y es que también hay mucho de bello en esa vulnerabilidad, en esa dependencia que, a veces, llega a ser trágica.
Los animales son vida concentrada y sin remilgos, fuerza que no hace preguntas, lealtad que no duda. Son la vida que no piensa en la muerte. Su tiempo eterno es el presente, su fe consiste en durar, su plenitud es latir.
Y para mí, en la gradación de mis querencias, detrás de los perros están las vacas. Amo a las vacas porque las condenamos como a muchos hombres: siendo inocentes.
No hay en las vacas una sola malicia. Son lentas y enormes y te miran con bondad y te lamen sin cálculo y, cuando han parido o van a parir, la tetamancia les cuelga como una bolsa suiza de lactancia.
No son territoriales sino masivas, comen como en un internado y tienen la mansedumbre de la hierba santa y la paciencia de algunas jubiladas.
Mirándonos con sus ojos agradecidos -como si nos debieran algo-, las vacas no saben lo que es prisa y aprueban lo que les toca emitiendo un tono de tuba.
La preñez, como se sabe, las hace más hermosas y aún más plácidas y pronuncia las venas de sus vientres como si fueran aquellas matronas y señoras que Federico Fellini ponía en las casas del pecado.
Y así están las señoras vacas pastando en el desayuno, almorzando forraje, siendo leche, las vacas y sus mandíbulas siempre en movimiento, las vacas que un día desaparecen y son llevadas en camiones al matadero.
Así estaban las vacas, predispuestas sin saberlo a la hamburguesa, hasta que unos canallas decidieron subirles la ración de liberalismo y de mercado.
Esa dieta, que aceleraba la tasa de retorno y hacía más suculenta la ganadería, fue la famosa harina cárnica, es decir polvo de cementerio, bovino molido, escarcha de cadáver.
Y las vacas no sabían que comían vacas, residuos cadavéricos de abuelos y amistades.
Entonces apareció el prión de la encefalitis espongiforme y pasó a la cadena alimenticia. Y de allí al hombre. Y cuando Bruselas prohibió el consumo de esos forrajes esqueléticos, Gran Bretaña, la cuna de la enfermedad, los exportó. Porque así es Gran Bretaña muchas veces, pregúntenle a Ghandi.
Y cuando cundió el pánico, entonces Bruselas decidió que debían morir cientos de miles de vacas, millones de vacas infectadas de avaricia humana.
Empezaron a matarlas como el hombre mata a las vacas: en serie y con denuedo.
Y allí se las podía ver a las señoras vacas mirando por la rendija del camión que las llevaría a la muerte. Mirando con sus ojos marrones claros, tratando de mirar por entre la nube negra que dejaba el camión petrolero. Ajenas a la inmundicia de los hombres, servidoras públicas jamás reconocidas, más puras que nunca.
Como decía, nada cambió más intensamente mi vida que amar, sin condición alguna, a los animales. Que acercarme un poco a su grandeza. Que compartir su luz.
Sé que muchos miserables -empezando por Hitler- pudieron y pueden querer intensamente a sus perros, gatos, peces o caballos.
Pero si es cierto que hubo y hay infames que podrían desacreditar el amor por los animales, tampoco tengo dudas de que nadie debería emparejarse con alguien que es capaz de patear a un perro, aplaudir a un torero, cazar por deporte, ponerse una chinchilla alrededor del cuello y, en fin, suponer -como suponen todos los imbéciles- que el hombre es el rey de la creación.

sábado, 6 de febrero de 2010

Recordando a una bestia

Al bruto de George Bush le hicieron, cuando candidateaba en nombre de lo peor del Pentágono a la presidencia de los Estados Unidos, una pasada memorable. Un humorista canadiense, que podría haber pasado por socio del argentino Tinelli, fue hasta Michigan –donde Bush pastaba en plena campaña junto a Cheney- y, a boca de jarro, le hizo la más perversa de las preguntas.
Le preguntó qué opinaba respecto del “apoyo expresado a su candidatura nada menos que por el primer ministro canadiense Jean Poutine”.
El primer ministro canadiense, en aquel año 2000, se llamaba Jean Chrétien (no Poutine) y era un liberal nacido en Quebec que, además, se había hecho famoso por una carrera política construida sobre la base de una tremenda desventaja: de niño había sufrido una enfermedad que le paralizó para siempre el lado izquierdo de la cara, hándicap que Chrétien había sublimado con este slogan: “Un político que sólo puede tener una cara”.
En fin, lo que quiero decir es que Chrétien era una figura mundialmente relevante.
Preguntado Bush sobre el supuesto apoyo de “Jean Poutine”, el citado solípedo contestó textualmente lo siguiente (está en los registros de la época):
“Aprecio esa vigorosa declaración. Él (Poutine) comprende que yo creo en el libre comercio”.
Hasta allí todo era espantoso, pero Bush tenía el propósito no sólo de derrapar sino de estrellarse y morir en el ridículo. Porque después de la respuesta que hemos citado, el aspirante al cargo más poderoso del mundo, cargo que llegaría a través del fraude de La Florida y la idiotez de los demócratas, añadió:
“Él (o sea de nuevo el inexistente e inverosímil “Jean Poutine”) entiende que deseo asegurarme de que nuestras relaciones con nuestro vecino norteño más importante, los canadienses, sean fuertes y trabajaremos en estrecha unión”.
Dios mío, más bestia no se podía ser.
El que entonces era, para vergüenza de los descendientes de El Álamo, gobernador de Texas, no sólo creía que un primer ministro de Canadá podía inclinarse por un candidato a la presidencia de los Estados Unidos –jamás Canadá se ha metido en asuntos tan delicados- sino que encima llamó a Canadá “el vecino norteño más importante”, cuando, como todos sabemos, se trata del único vecino que tiene Estados Unidos en su frontera norte.
A no ser que el herrado cuadrúpedo, ensillado y dopado por las corporaciones, haya pensado que Alaska es una república sobreviviente de la guerra fría (más bien helada) o que el Océano Glacial Ártico es la monarquía de “Iceman”.
Por si acaso, lo que estoy recordando en este febrero del 2010 sucedió hace diez años y fue obra maestra de Rick Mercer, periodista, productor y humorista de la televisión canadiense.
Y el jumento patriótico que respondió dándole las gracias a “Jean Poutine” era el mismo que hacía poco tiempo no había podido identificar a algunos dirigentes mundiales y el mismo cuyos gentilicios fueron el chiste recurrente de la prensa humorística norteamericana.
Como se recordará, Bush decía que los griegos eran “grecianos”, los kosovares “kosovianos” y estaba convencido –así quedó acreditado también en una conferencia de prensa- de que Eslovaquia era lo mismo que Eslovenia.
Dios mío. Y este héroe de Animal Planet tuvo en sus manos, durante ocho años, el maletín nuclear del que dependía que la Tierra siguiera existiendo.
Y cuando invadió Afganistán, quemó Irak y avaló todo lo del fascismo israelí en Palestina, supimos que era mucho más “kosoviano” que “greciano”.
En fin, que la ignorancia resulta casi siempre de naturaleza criminal.