lunes, 30 de junio de 2008

Fujimori y Montesinos

¿Cómo conoció Fujimori a Montesinos?
La anécdota la ha contado divertidamente el sociólogo Francisco Loayza, el hombre que los presentó.
Sucede que a Fujimori este columnista le había sacado a la luz una lista de 34 transacciones inmobiliarias en las que el candidato había incurrido en sendas subvaluaciones con el fin de no pagar los impuestos correspondientes.
El asunto había salido en el programa de televisión que por aquel entonces yo mantenía en Canal 4 y, por diversas fuentes, se sabía que había exasperado al hombre del lema “Honradez, tecnología y trabajo”.
-Esto hay que pararlo ahora mismo –le habían dicho sus consejeros.
Fujimori le preguntó al sociólogo Francisco Loayza, su principal asesor en aquel entonces, qué diablos podía hacer.
Loayza le preguntó si la información era cierta.
Fujimori, taimado desde que nació, le contestó que no podía recordar qué había pasado con esos papeles, que no había sido él sino un contador el que se había encargado de esas declaraciones tributarias y que podía jurar que nunca había tenido voluntad de eludir algún compromiso fiscal.
Loayza, que ya empezaba a conocerlo, le dijo que él vería el asunto de inmediato. Fue entonces que le pidió los papeles a la mujer de Fujimori, Susana Higuchi, socia de la pequeña empresa que construía casas y luego las vendía a precios “oficiales” muy por debajo de la realidad.
Cuando Loayza ojeó los primeros expedientes, se dio cuenta de que la subvaluación iba a ser evidente ante cualquier autoridad tributaria. Entonces pensó en su viejo amigo Vladimiro Montesinos, un abogado que había sido capitán del ejército y ayudante del general Edgardo Mercado Jarrín y que había sido expulsado sin honor de su institución por haberle entregado a la CIA secretos militares sobre la compra de armamento soviético en la época de Velasco Alvarado. Esta era la joyita que podía dar una mano decisiva.
-¿Quién es este tipo? ¿Es de confianza? –preguntó Fujimori.
Loayza le dijo que Montesinos no era un angelito pero que, dada la situación, no había tiempo para melindres. Añadió que Montesinos, que había sido capaz de traicionar a su socio de bufete y de robarle la oficina y la esposa, podía “entrar a matar” para dejar las cosas en claro.
Fujimori le dijo que lo que él necesitaba era alguien que demostrara el carácter calumnioso de la imputación periodística. Era un cambio de matiz que rectificaba sus dudas iniciales.
Loayza le siguió la corriente.
-De eso se trata -dijo Loayza-. Pero necesitamos a alguien avezado que pueda vencer la maquinaria de Vargas Llosa y sus socios.
Años después Loayza me diría que cuando le contó a Fujimori lo de Montesinos y el socio traicionado percibió en el candidato una mirada que no supo descifrar en ese momento.
-Parecía de asombro, pero ahora creo que fue una mirada de admiración –me dijo Loayza.
Y es que la historia de Montesinos y del socio era dantesca a su manera. Tras su expulsión del ejército, Montesinos había encontrado en este señor, que además era su primo hermano, ayuda financiera, refugio abogadil y casos para trabajar. Gracias a él es que había podido levantar cabeza otra vez.
Montesinos “pagó” esa generosidad con una viciosa triquiñuela que le permitió quedarse con el estudio que lo había acogido y convertido en socio. No contento con eso, sedujo con éxito a la pareja norteamericana del primo y le entabló a la cornuda víctima un juicio patrimonial tan enrevesadamente canalla que a punto estuvo de poner en la cárcel a quien le había tirado un salvavidas en la peor de las tormentas.
El hecho es que Loayza convenció a Fujimori de que Montesinos era el hombre que la circunstancia requería.
-En tres semanas limpió todo sin dejar huellas y sin cobrar ni un solo centavo –contaría Loayza.
De evasor de impuestos Fujimori pasó a ser contribuyente ejemplar. Claro que en ese lavado y planchado tributarios tuvo toda la ayuda del gobierno aprista, empeñado en contribuir con la causa de Fujimori con lo que estuviese a su alcance.
Fujimori quedó fascinado no sólo por la eficacia sino por la discreción y la gremial inteligencia de Montesinos.
-Cuando tuvo todo resuelto sólo dijo: “Todo está aclarado, ingeniero. El Fredemo va a tener que inventar otras cosas para pararlo” –contaría Loayza.
Y claro que Montesinos sabía que esas acusaciones habían sido veraces.
-Fue la primera cochinada que Montesinos le supo. Él construyó su poder sabiendo cochinadas de los demás y ocultando las propias –diría Loayza mucho tiempo después.
Cuando Loayza recordaba ese episodio ya hacía mucho tiempo que había sido expulsado del paraíso mafioso de Fujimori. Por supuesto que quien lo traicionó fue Montesinos.
-Se demoró ocho meses en crear tales intrigas en contra mía que Fujimori ya no me contestaba el teléfono –evocaría Loayza.
Fujimori ya estaba en la presidencia. Montesinos ya estaba montando la maquinaria siciliana que su Presidente exigía. Loayza era un escrúpulo menos, un testigo menos en la edificación de esa covacha de la que saldrían los Hermoza Ríos y los Martin Rivas, los ladrones uniformados y los asesinos de civil, la inmundicia más pundonorosa que haya visto la historia de la política peruana.
-¿Quién era, en realidad, Montesinos? –le pregunté alguna vez a Loayza, uno de cuyos libros prologué gustosamente.
-El mejor retrato de Vladimiro Montesinos es este: –me contestó-. Una vez, con algún trago demás en el buche, me habló de Arequipa, de las pellejerías de su familia, de su padre comunistón. Cuando llegó a este punto me habló de lo que todo el mundo sabía, por supuesto. Es decir, me habló del suicidio de su padre. Pero lo que me dejó sin habla fue que, al final del relato, Vladimiro exclamó: “¡Y encima de todo lo que estaba pasando, este hijo de puta termina suicidándose!”. Yo no podía creerlo.
-¿Llamó hijo de puta a su padre suicida? –pregunté desde mi propio asombro.
-Sí, imagínate qué tiene en el alma este hombre –reflexionó Loayza.
Hoy se verán las caras Montesinos y Fujimori. Lo más probable es que Montesinos no incrimine a Fujimori. Es entendible. Siguen siendo la misma sólida entidad, la misma moneda dando tumbos, el anverso y el reverso de la misma historia.
Traidor intrínseco, infame de profesión, Montesinos sólo reconoce a un superior. No frente sino junto a él estará esta mañana.

domingo, 29 de junio de 2008

Apellidos extranjeros

Un dibujante que suele ensuciar páginas y que quizás funcione a control remoto desde alguna guarida en el extranjero, se ha permitido ayer incluir el apellido Hildebrandt en la lista de unos supuestos “deportables” que “sobran” en el Perú.
¿Habrá sido respuesta de emergencia a mi columna sobre el sudaquismo y sus piltrafas intelectuales?
No lo sé. Tampoco voy a perder el tiempo averiguándolo.
Lo que sí voy a hacer es responderle a quien encarna la voz del castrismo terminal, ese que tanto influye en algunas esferas “académicas”, ese que no invita al debate sino al duelo de Carita y Tirifilo.
En primer lugar, sorprende que la intolerancia profesional utilice gente de este nivel. Digamos que antes se cuidaba más. Digamos también que hoy hay menos sicarios que se ofrezcan para esa tarea que los colombianos hacen en moto y aprovechando la luz roja del semáforo.
En segundo lugar, no deja de ser divertido que el matón de tintero en cuestión tenga la libertad de insultar el apellido de un columnista que escribe en este diario. ¡Es el anarcosindicalismo en vivo y en directo!
Porque estoy convencido de que Arturo y Martín Belaunde, los propietarios de este periódico, nada tienen que ver con este modo de interpretar la libertad de prensa. Sobre todo cuando quienes permiten el insulto, en nombre de la libertad de expresión, son los que hubieran dirigido el “Granma” desde el Ministerio del Interior cubano. Y porque supongo que cuando alguno de los accionistas de este diario no quiera más esta columna me lo dirá a la cara y sin ningún problema y no me lo mandará a decir a través de un pandillero rápido-gráfico.
El artista en cuestión habla “de los que sobran” y de “la calaña” de los Lanatta Piaggio, los Cerruti, los Lossio...y añade: “hasta podríamos agregarles un Lauer, una Hildebrandt, un Cipriani...”
Y elige esos apellidos porque expresa al sudaquismo hirsuto en todo su vocerío y apunta a que esa supuesta legión extranjera debería de regresar –como represalia a la nueva ley de inmigración de la UE– a la Europa de donde vinieron sus ancestros.
Tamaña barbarie no se veía desde hacía mucho tiempo. La catadura de ese odio, el racismo de este comisario pretendidamente indigenista, sólo pueden provenir del mal humor.
Todos mis lectores saben cuánto y de qué modo discrepo con Martha Hildebrandt, mi media hermana. Pero Martha Hildebrandt no es criticable por apellidarse así ni por proceder de un honrado artesano alemán que llegó al Perú a fines del XIX. Lo es por su conducta política.
Del mismo modo que Kuczynski no es un parásito del lobismo por llevar ese apellido, que es del ilustre padre que se lo dio y que tanto hizo por la investigación médica en el Perú, sino por militar en la orilla de los Chicago Boys.
¿Y Lauer merece alguna objeción genealógica o es que sus columnas son a veces demasiado alanistas, como las del muy telúrico César Campos? ¿Y Cipriani resulta incómodo por tener apellido italiano o por su actitud frente a los derechos humanos?
Hablar de “sobrantes” y de “calaña” para referirse a adversarios que tienen apellidos extranjeros es algo indigno de un humorista con buena educación. Es, más bien, lo que se espera de un bufón del castrismo entubado.
A mí me ha alcanzado la vergüenza ajena viendo ese rincón de “La Primera” de ayer. Y creo que muchos lectores de este diario cada vez más necesario deben haber experimentado la misma náusea.
Con la lógica de este humorista, habríamos tenido que devolver a Europa al Bolognesi del morro, al Raimondi de las puyas y hasta al Caracciolo que explica en parte a don Delfín Lévano Caracciolo, patriarca de las luchas obreras.
Y hubiéramos tenido que deportar al Humboldt de la corriente, al Adolph de “Mañana las ratas”, al Faucett de los aviones, a la Reiche del desierto, al Giesecke de la educación (y a la Giesecke de la historia), a la Gorriti de las veladas, a la Chiappe que se casó con Mariátegui, a la monja Paget (que convenció al almirante Bergasse Du Petit Thouars para que salvara a Lima en 1881), a los Unger de la ingeniería, al Billinghurst de la democracia y al Westphalen de la poesía (sólo para citar unos cuantos ejemplos de extranjería inolvidable).
¿Sabrá este indigenista patronímico –que insulta en español y no en quechua– que el apellido Belaunde es, según su xenofobia de Coquito, de indeseable cepa vasca?

sábado, 28 de junio de 2008

Sudaquismo en pie de guerra

El doctor Alan García dice ahora que no es justo lo que Europa se propone hacer con la inmigración.
“Yo pienso que la globalización debería incluir el libre tránsito de las personas”, ha dicho en sus segundas nupcias con el tema.
¿Pero no había dicho lo opuesto días atrás? ¿Y no es que se trató el asunto migratorio en la Cumbre ALC-UE?
Sí, pero tangencialmente. Lo suficientemente de costado como para que los europeos lanzaran hace dos semanas, sin sentimiento de culpa alguno, la mayor ofensiva en contra de quienes permanecen, sin permiso de residencia, en su territorio.
¿Es que el doctor García pensaba que la globalización incluía la circulación sudaca, la diáspora africana, la trashumancia este-europea y la avalancha plurinacional del islamismo?
No lo creo. El doctor García es todo menos ingenuo. Lo que pasa es que para las tribunas un presidente debe aparentar haber sido sorprendido cuando sucede algo como lo que acaba de pasarle a Latinoamérica.
Quizás el primer García de esta historia fue el mejor. El otro parece haber salido de su incoherencia habitual y de los consejos de los encuestólogos.
En todo caso, al margen del doctor García, este columnista piensa, modestamente, que en el caso de la inmigración ilegal el sudaquismo mental y el marcopolismo de patera en el estrecho deberían de buscar mejores argumentos. O sea que eso de pintarnos como víctimas sin remedio nos tiene a algunos hasta la coronilla.
Y me importa poco si lo que voy a decir no es popular ni engríe a la progresía de Pavlov.
Vamos a ver, ¿qué es esa grosería de decir que la inmigración ilegal es buena cuando procede de nuestros aeropuertos?
¿Es ilegal o no? Y si es ilegal, ¿en nombre de qué “principio” el sudaquismo la defiende con uñas, dientes y abogados de Azángaro? ¿O es que entre nosotros lo legal y lo ilegal ya han llegado a ser términos vaciados de contenido, intercambiables cuando conviene? ¿O es que como en esta región la ilegalidad es un hábito de masas nos indigna que en Europa se pretenda perseguirla? ¿Queremos exportar a Europa nuestro intenso amor por el legicidio?
¿Sabe el sudaquismo editorial cuántas mafias especializadas en trata de migrantes están instaladas en Europa? Habrá que decirlo: son miles. Y desplazan mano de obra clandestina, en unos casos, y legiones de casi seguros desempleados (cuando no de potenciales delincuentes), en otros.
Al sudaquismo le gusta recordar la conquista hispánica como fuente de reflexiones jurídicas y reciprocidades migratorias. Es extraña la manera de pensar del sudaquismo: ¿cómo es que un expolio de tintes genocidas, perpetrado antes de que se fundara cualquier asomo de derecho internacional, puede ser fuente de juridicidad? Con esa lógica, el nordeste brasileño debería invadir y asfixiar hasta la muerte a Lisboa y, como compensación a las anexiones decapitadoras de Gengis Kan, la pobreza de Afganistán debería saciar sus hambres en las estepas de Mongolia.
Si no queremos perder autoridad moral para seguir exigiendo un orden internacional distinto, no podemos defender “lo ilegal” de un modo tan esperpéntico. Si empleamos la misma pasión argumental para reclamar la justicia que para exigir la impunidad frente a “nuestros ilegales”, lo único que logramos es ser patéticos –característica que muchas veces el sudaquismo obtiene sin demasiado esfuerzo-.
También se nos dice que aquí recibimos, ya en el siglo XIX, a muchos migrantes europeos. Bueno, la verdad es que en el Perú recibimos a pocos europeos porque estuvimos muy ocupados en seguir esclavizando a la población negra que empezó a llegar con el comienzo de la Conquista y, más tarde, en recibir a esclavos chinos “contratados” en Macao o Cantón. Y cuando, tras el desastre de la guerra con Chile, los culíes se quedaron con los derechos que el invasor les había otorgado en pago por su entusiasta colaboracionismo, los latifundistas peruanos se acordaron del indio altoandino y lo convirtieron en siervo.
Y aquí el racismo era de tal naturaleza que el peruanista Watt Stewart recuerda en “La servidumbre china en el Perú” que hasta Manuel González Prada incluyó en el primer programa de la Unión Nacional “el rechazo a la inmigración china”. Lo que más se temía era el crecimiento de esa “subraza” llamada, despreciativamente, “la de los injertos”.
Aquí la inmigración europea no tuvo el significado que tuvo en otros países. Y no llegó sino cuando el gobierno la buscó y la estimuló con premios y exenciones. Pero cuando, en 1849, el Perú solicitó a nuestras legaciones en Inglaterra y Bélgica que inscribieran la mayor cantidad de viajeros que quisieran poblar el Perú, la respuesta fue nula a pesar de que se prometía tierras productivas a título de donación, exoneración de tributos por diez años y trato especial para que ninguno cumpliera el servicio militar.
Y aunque Juan Gallagher había traído un puñado de irlandeses para sus propiedades agrícolas en el Callao, lo cierto es que los primeros alemanes que llegaron al Callao fueron tan maltratados y desatendidos, que el 4 de enero de 1853 el cónsul alemán formuló una queja formal ante el Intendente de Policía de Lima.
Y la mala fama del Perú como país receptor de inmigrantes se acrecentaría con el abandono de la que fue víctima, por parte del Estado, la colonia alemana del Pozuzo, descrita así en junio de 1860: “...en estado de desnudez por la incomunicación en que habían permanecido más de seis meses por haberse obstruido los caminos con las muchas lluvias...” (Oficio del prefecto de Junín, citado por Juan de Arona en “La inmigración en el Perú”, 1891).
Y cuando Lázaro Cárdenas tendió un puente marítimo entre el exilio español y las costas de México se trató de una convocatoria libertaria que el régimen azteca aprovecharía al máximo desde el punto de vista cultural. Como que en Buenos Aires no habría habido Editorial Losada sin parte de esa cuota de viajero dolor republicano.
Lo que quiero decir, con pruebas, es que en ningún caso del siglo XIX o XX la inmigración europea fue ilegal y a despecho de las voluntades oficiales. Al contrario, si el flujo europeo hacia Latinoamérica no alcanzó las cotas que muchos gobernantes “europoblacionistas” soñaron fue porque la mayor parte de europeos pobres prefirió Nueva York o San Francisco antes que Lima o Buenos Aires.
De modo que cuando el sudaquismo académico nos quiere embarcar en la apología del delito y en el grito “Pendejada o muerte, venceremos”, hay que ser “políticamente incorrecto” para decir lo que pensamos. Que la Unión Europea invoque una ley votada en un parlamento puede ser materia de mil debates y cien mil cuestionamientos. Pero que en esta parte del mundo volvamos a gimotear en nombre de lo ilegal es algo que dice mucho de nuestra costumbre de mirar al costado y culpar siempre a otro cuando algún problema nos sacude.
Porque el sudaquismo omite tocar un tema esencial: esos millones de emprendedores que hemos perdido, ¿por qué se fueron?
¿No es que se fueron porque aquí fuimos incapaces de retenerlos con trabajos dignos, meritocracia vigente, igualdad de oportunidades, educación pública de calidad?
¿Se fueron o los expulsamos con nuestro fracaso económico y social y nuestra incurable corrupción?
Profesamos en Latinoamérica una admiración sin límites por la ilegalidad. No amamos el anarquismo como versión extrema de la libertad y asesinato filosófico del Estado. Lo que amamos es la anarquía, que es su versión policiaca. No hemos entendido que, como se ha dicho mil veces, para ser libres tenemos que ser esclavos de la ley.

viernes, 27 de junio de 2008

SE CAE EL CIELO (SOBRE LA CABEZA DEL SEÑOR GARCÍA)

La encuestadora Mexicana Mitofsky, ha publicado, recientemente, su recopilación de encuestas latinoamericanas, permitiéndonos así, conocer quiénes son los presidentes con mayor aprobación en nuestro continente.
Normalmente, esta recopilación –que cubre a todos los países sudamericanos– califica a 10 mandatarios. Pero, en esta oportunidad, califica a 13 gobernantes. Pues 3 de ellos empatan con el 55% de respaldo de cada uno de sus respectivos países. Se trata de Antonio Saca de El Salvador, Evo Morales de Bolivia y Luís Ignacio Lula de Brasil.
Sobre todos ellos y a la cabeza, destaca el presidente de Colombia, Álvaro Uribe, quien posee un destacable 88% de aprobación.
La otra cara de la moneda, es nuestro presidente, el señor García. Que en la recopilación anterior, ocupaba el noveno lugar. Ahora ya ni siquiera está en el cuadro. Sin embargo, y utilizando la información brindada recientemente por la encuestadora Apoyo, lo eh agregado y ocupa un triste y deprimente último lugar –las consecuencias de “pensar en grande”–.
Veamos los números:


cuadro-presidentes.jpg



Las cifras no han sido manipuladas y son perfectamente revisables en la web de Mitofsky y de “El Comercio”, diario que publicó la encuesta de Ipsos Apoyo.
Por supuesto. Estas cifras no serán publicadas por el diario antes mencionado ni por ninguno de los diarios a los que está vinculado. Y, seguramente, RPP, CPN –que se acaba de enrolar a las filas gubernamentales– y los canales de señal abierta, harán como si esta encuesta, nunca hubiese aparecido. La mayoría de los blogs, claro está, se unieran a la causa; proteger al presidente. Porque te puedes meter con el ministro tal o el premier fulano de tal, pero “al presidente no me lo toques, que él está gobernando para la CONFIEP, es decir, para los anunciantes; los que te pagan el sueldo”.

Publicado ayer por “Matices de Opinión

Los Ángeles de Charlie

La única conquista que no deja penas ni muertos en algún campo de batalla es la conquista de la sabiduría. La frase se le ha atribuido a Napoleón Bonaparte –alguien de cuya sabiduría dudó mucho, como se sabe, el muy irlandés duque de Wellington– pero es, más allá de su origen borroso, una de las que mejor expresa qué puede significar derrotar a la ignorancia.
En el Perú, todos los indicadores estadísticos y sociales ­apuntan a que en la lucha en contra de la ignorancia (madre de la sumisión sin vergüenza, tía abuela del ridículo, hermana de la pedantería) ya hemos perdido varias guerras del Pacífico.
La ignorancia es, entre nosotros, un valor en alza, una denominación de origen que debiera ser objeto de patente. Hay una ignorancia internacional cada vez mejor vista, es cierto, pero la que suda el peruano promedio de hoy parece tener un brillo especial y un componente nativo digno de un ensayo aparte.
¿Nos viene de lejos la ignorancia o es el fruto reciente de la desaparición de la clase media y sus valores? ¿Qué tipo de geológica desdicha hizo que la derecha peruana pasara de Riva Agüero a los hermanos Agois, de Prado a Fujimori? ¿Qué lupus institucional puso a Velázquez Quesquén en vez de Heysen y a Aurelio Pastor en reemplazo de Townsend? ¿Y qué velorio masivo tuvo que ocurrir para que a José Carlos Mariátegui le sucediera nadie?
La ignorancia peruviana sombrea los periódicos, es la mayor accionista de la TV, se desgañita en las radios, discursea en el Congreso y parece ser un curso obligatorio en la mayor parte de las universidades que cundieron como el dengue hemorrágico cuando Fujimori decretó que la estupidez y el sueño del lucro fácil se juntaran en académico amancebamiento.
De la ignorancia pasmada vino Gilberto Siura. En la ignorancia atorrante milita Saravá. En la ignorancia de buen ver dormita Jaime de Althaus. A la ignorancia escotada llegó la Chichi. Y en la ignorancia armada retoza el general Donayre.
Y la ignorancia siempre nos ­asombra con sus nuevas fórmulas y sus descaros imaginativos.
El miércoles último, por ­ejemplo, una supuesta universidad de cartón-piedra y Tongos catedráticos publicó, en la página 11 del diario “Correo”, un comunicado que sólo puede haber sido escrito por gente previa a Gutenberg.
Esta “entidad cultural” que imparte enseñanzas que no posee y entrega títulos temerarios “a nombre de la nación” es una que se hace llamar ­“Universidad Los Ángeles de Chimbote”. Imagino que en los Estados Unidos, un país cuya ignorancia en materia de literatura no dejó nunca de sorprender a Borges, habrá una “Universidad Los Ángeles de Charlie” a imagen y semejanza del claustro chimbotano. Y supongo que de allí saldrá el mejor hembraje para el casting de las peores películas B.
En fin, que la “Universidad Los Ángeles de Chimbote”, como decía, denunció en su considerable aviso pagado que un remedo suyo pretende confundir a la clientela portuaria usando un alias de persona jurídica sospechosamente parecido al suyo. Este clon delictivo –sostuvo– se hace llamar “Universidad Privada Los Ángeles”, y/o “Empresa Universidad Los Ángeles S.A.”, y/o “Empresa Universidad Los Ángeles S.R.L”.
¡Tres personas (jurídicas) distintas y un solo fraude verdadero! ¡El negocio de condecorar a la ignorancia con títulos impresos en cartulinas doradas se libra en guerras mafiosas! En el aviso de marras, este azangarismo “de estudios superiores” era enérgicamente tildado de fraudulento por la única e irrepetible, la sin par y sin filiales “Universidad Los Ángeles de Chimbote”.
El problema es que para plantear su alegato de autenticidad, dicho “centro de estudios” le enrostró a su malicioso clon comercial el hecho de ser una “seuda universidad”, cómica concesión de género que ignora que el elemento compositivo seudo viene del latín tardío pseudo y éste del griego pseudes (“falso”), vocablo originado en la fórmula verbal pseúdein, que significa mentir, timar, engañar. Seudo (o pseudo) no admite, pues, una versión en femenino y es, además, partícula inseparable de la palabra que califica. Por lo que escribir “seuda universidad” es doblemente neander­thal. O es “seudouniversidad” o son seudoautoridades académicas las que firmaron esa miseria de lenguaje.
Y no se trata de un error de imprenta. La dicha universidad llama tres veces “seuda” a su rival de amores de matrícula. Con lo que no sabemos si se trata de un “pseudocomunicado” proferido por la competencia con afanes calumniosos o de la “pseudogramática” que discurre en las aulas de esta casa matriz tan chimbotana como funcionalmente analfabeta.
La “Universidad Los Ángeles de Chimbote” denuncia, en ­otro párrafo, el “contuvernio” (así, con V de venal) de su perversa universidad gemela con “algunas malas autoridades políticas y judiciales”. Claro que no dice nada de su propio contubernio con el ejercicio de la trata de diplomas profesionales.
Porque eso sí: esta joya de la cultura peruana fujimorista se encarga de enterarnos a viva voz que ella sí cuenta con la autorización de la Asamblea Nacional de Rectores, la bendición del Consejo Nacional para la Autorización y Funcionamiento de las Universidades y la confirmación en eco de sus derechos judiciales, saneados en varias instancias de la judicatura chimbotana.
La ignorancia en el Perú es un tsunami de dimensiones indonesias y este columnista propone que el 666 sea incorporado al escudo nacional. Al fin y al cabo dicen que es el número de la bestia.

jueves, 26 de junio de 2008

Cien años sin soledad

Hoy se cumplen cien años del nacimiento de Salvador Allende, suicida a los 65 luego del bombardeo de La Moneda ordenado por Pinochet, ejecutado por Leigh y festejado por Nixon y todas las hienas de la Caverna latinoamericana, empezando por “El Mercurio”, el diario que la CIA infló con millones de dólares según los documentos desclasificados en los últimos diez años.
Yo tenía 25 años esa mañana de tragedia predecible. Recuerdo que estuve desde muy temprano en la embajada chilena en Lima, compartiendo con el embajador socialista de Allende las noticias que él recibía directamente, por radio y teléfono, desde Santiago.
Chile nunca había sido tan hermano como en esos años de sueños comunes. ¿Quién se hubiese atrevido a recordar agravios salitreros cuando todos mirábamos el futuro socialista y en paz, democrático y plural, que Allende se empeñaba en construir con lo mejor de la inteligencia chilena y frente a lo peor de la canalla derechista de todas partes?
No había tiempo para dedicarse al pasado en esos tiempos en los que todo lo bueno parecía amenazado. Y quienes nunca pudimos transar con el estalinismo habanero y su concentración pavorosa de poder en un solo hombre cada vez más intolerante, vimos en Allende y sus dificultades el trámite inexorable que los socialistas democráticos debían de cumplir para no parecerse a ningún patriarca vitalicio.
Y cuando vinieron los crímenes, las provocaciones, las voladuras de gasoductos, pensamos que enfrentar eso, al lado del pueblo chileno, era mejor y más limpio que ver a liberadores de antaño transformados en enemigos de la poesía de Heberto Padilla.
Pero luego vino la huelga de los camioneros encabezados por León Vilarín, agente de la CIA, y la guerrilla fascista de Patria y Libertad, ­aceitada por Kissinger y liderada por Pablo Rodríguez y Jaime Guzmán, ambos en la planilla opaca de la CIA, y luego la huelga patronal de la Sociedad de Fomento Fabril, alentada por la CIA e instrumentada por el Partido Nacional, heredero de quienes habían empujado al suicidio al liberal presidente Manuel Balmaceda en 1891, y por la Democracia Cristiana, ya abiertamente militando en el golpismo.
Yo había estado en Chile en 1971, cubriendo las primeras elecciones complementarias del Congreso que Allende había perdido en Valparaíso. Había recorrido muchos lugares y había hablado con mucha gente –desde Volodia Teitelboim a Carlos Altamirano, de Luis Corvalán a Patricio Aylwin– y había llegado a la muy compartida conclusión de que Chile estaba en camino, por decisión de la Caverna internacional, de una confrontación armada en la que Allende y los suyos –en ese momento, la mitad de Chile– serían masacrados.
Recuerdo que una noche, en Valparaíso, en una boite que parecía el set para una película basada en un cuento de José Donoso, Augusto Olivares, “el Perro Olivares” –secretario de prensa de Allende– nos había dicho a un grupo de periodistas extranjeros que las cosas se iban a poner más feas prescindiendo de cuáles fueran las señales de paz que diera el gobierno. ­“Aquí los momios están acostumbrados a ganar”, dijo el entrañable Olivares; el mismo Olivares que aquel 11 de septiembre de todas las infamias, metralleta en mano, resistió en La Moneda hasta donde pudo y a eso de las diez de la mañana se pegó un pulcro tiro en la sien.
Había visto también, en ese viaje, hasta qué punto la izquierda tanática, encarnada en Carlos Altamirano, en parte del Mapu y en la totalidad del MIR, facilitaban el trabajo de la CIA atizando el “enfrentamiento final” con las Fuerzas Armadas, por aquel entonces todavía en manos de comandantes en jefe decentes e institucionalistas.
Y cuando llegó, en marzo de 1973, ­aquel proceso electoral en el que la ­Unidad Popular obtuvo una victoria, a pesar del desabastecimiento salvaje impuesto por el empresariado y de las tomas de fábricas dictadas por el extremismo de izquierda, muchos sentimos un gran ­alivio. ¿Se atreve­rían los fascistas a ahogar en sangre a un gobierno que conservaba cifra tan alta de apoyo popular?
Ahora sabemos que fue en ese momento, precisamente, cuando la CIA y los Edwards, el fascismo y el empresariado golpista, Kissinger y la Democracia Cristiana, tomaron plena conciencia de que sólo con las armas echando plomo a discreción se librarían de la pesadilla de un gobierno que había nacionalizado el cobre en medio del fervor popular y que, pacientemente, gobernaba en el angosto margen que le había quedado para seguir siendo democrático.
Así que esa mañana del 11 de septiembre de 1973, 48 horas antes de que ­Allende anunciara el referéndum que decidiría la continuidad del régimen, cuando al amanecer la flota chilena zarpó de Valparaíso, todos supimos que el espanto había empezado su última cuenta regresiva. Y mientras se decía que Allende buscaba a su recién nombrado comandante del ejército para que pusiera las cosas en orden y los teléfonos de Leigh en la Fuerza Aérea y de Carvajal, en la Armada, sonaban sin contestar, nosotros escuchamos, en la embajada chilena en Lima y gracias a una radio de onda corta, el primer y escalofriante mensaje de la Junta facista. Una de las órdenes era fusilar a quien quebrara el toque de queda, programado para pasadas las 6 de la tarde.
Después supimos de los bombardeos ­aéreos en las instalaciones de las radios ­allendistas –la Portales, la Corporación– y de la demolición, también desde un avión de la FACH, de la residencia presidencial de Tomás Moro.
Pero ni siquiera en ­ese momento pudimos imaginar la crueldad exaltada de este sicariato en que se había transformado la Fuerza Armada chilena. Todas las masacres de mapuches, todas las matanzas de obreros sublevados en el norte (Santa María de Iquique fue la versión chilena de La Comuna de París), toda la furia de una derecha decidida a matar como escarmiento y a vengarse para recuperar sus certezas patrimoniales, todo el odio mugriento de los pelucones asustados, se comprimió en el rostro de Augusto Pinochet Ugarte.
¿Fue un iluso Allende? No. Fue un idealista. ¿Pudo hacer otra cosa que gobernar como lo hizo? No hubiera podido hacer otra cosa: fue leal a su compromiso de asomar a Chile a un socialismo en democracia. ¿Cometió errores? Por supuesto y el primero fue, probablemente, no romper con la izquierda provocadora que parecía aliada del fascismo.
He escuchado ayer algunos discursos de Allende. Resulta prodigiosa la vigencia tenaz de muchas de sus ideas en torno al abuso imperial de los Estados Unidos, la dependencia como desgracia, el saqueo de nuestras riquezas como destino impuesto por el llamado “orden internacional”, la asimetría del intercambio comercial y la urgencia de unidad de los países que no quieren borrar de su lenguaje la palabra dignidad.
Allende se mató para no caer en manos de quienes, un año después, harían volar de un bombazo a Prats y a su mujer. Como Balmaceda en Chile, como Eduardo Chibás en Cuba, Allende fue un héroe de la propia consecuencia. Su vida fue la de un demócrata impertérrito. Y su fracaso no fue el triunfo de Castro, que en privado dijo más de una vez que lo que le había pasado a Allende le pasaría a todos quienes quisieran construir el socialismo respetando las reglas de la tolerancia.
Digamos que ese fracaso fue episódico. Hoy el mundo reclama un liderazgo como el de Salvador Allende, un ­ejemplo como el que predicó, una sensibilidad social como la que lo condujo al poder y al martirio casi al mismo tiempo.
Allende nos espera instalado en el futuro. Pinochet espera a los Edwards y afines en el fantasmal vertedero donde será, para toda la ínfima eternidad humana, el viejo tembloroso que mató, robó y esgrimió su ancianidad para no ir preso. El héroe de Milton Friedman resultó que, fuera del poder, se cagaba de miedo.

miércoles, 25 de junio de 2008

Nuevos esclavos

El cura Romaña nos decía, Dios mío, que el comunismo era la única esclavitud de la que no se regresaba. ¡Vade retro!
Y así parecía. Detrás de la cortina de hierro inventada por Churchill para atizar la tercera guerra mundial, se construían, en efecto, reinos sombríos de nuevos empaladores. Y en esas transilvanias ­igualitarias el que menos mandaba era el obrero y el que más palos recibía era el campesino, en cuyo nombre se habían trepado al poder los Kádár y los Stoph y por cuyos intereses de clase habían sido fusilados, en los años más ­enérgicos del estalinismo, los Zinóviev y los Béla Kun.
Pero he aquí que un día, setenta años después de su edificación, la fortaleza comunista se agrietó de aburrimiento, crujió con un terremoto popular modelo Richter 8 y se desplomó en una polvareda histórica que terminó con el muro de Berlín, la frontera húngara, la KGB, el Pacto de Varsovia, los autos de dos cilindros, las fábricas de hollín, los escuchas de la Stäsi, las estatuas de Ceaucescu y todos los comités centrales que parecían inmortales.
Fue como un cataclismo a domicilio, un huracán conspirativo que trajo abajo el sueño de las repúblicas populares que el pueblo, sin embargo, llegó a odiar con toda esa alma que los materialistas extremos habían abolido por decreto.
En medio de los escombros se encontró –dicen– el cadáver de Andréi Alexándrovich Zhdánov, comisario del realismo socialista en los tiempos del padrecito Stalin. Dicen también que conservaba la mueca de estar dando una orden a algún escritor de turno.
Lo cierto es que todo el este de Europa se desenmarrocó y salió a las calles a festejar con sidra y aguardiente.
Lo cierto era, entonces, que de la esclavitud del comunismo sí se podía salir.
Que los libertos descubrieran pronto que la proliferación de centros de comida chatarra y la aparición de porno-tiendas no eran algo mucho mejor que la grisura y la escasez y la claustrofobia del comunismo, eso es un asunto distinto. Y que esos mismos manumisos se dieran cuenta, poco más tarde, que la mano invisible del liberalismo terminaba enseñándote el dedo medio cada vez que ibas a cubrir una plaza vacante en algún empleo precario, esa es ­una discusión que recién empieza.
Lo ciertísimo es que de la esclavitud del comunismo sí se vuelve.
Ahora bien, ¿es posible regresar de la historia que los pobres cavaron y los ricos disfrutan? Me refiero, por supuesto, a la historia de este Occidente ejemplar. Me refiero a nuestra historia, a la historia pétrea que nos dejaron como legado y que consideramos casi un deber dejar a nuestros hijos.
Porque a mí que no me cuenten el cuento de las cuevas de Fátima. La historia de Occidente, de la que los sudacas somos periféricos y más bien víctimas, es la historia de la violencia que construyó las jerarquías y de la violencia sin fin que se emplea para conservar esas jerarquías.
Es una historia con cordilleras de cadáveres y tronos hechos con piel del adversario. Es la historia que traga mentiras sanguinarias y escupe leyendas del rey Arturo. Es una historia que, desde Constantino, demanda estar de rodillas para aceptar que alguien fue carne y Dios, hueso y Dios, muerte y resurrección de la materia. Y que ese mago que no es mago, ese hombre que es Dios pero sangra y muere como cualquier hombre, esa suprema autoridad del miedo, ampara a los reyes que fueron, a los presidentes que son y a los caudillos que cortarán el jamón por los siglos de los siglos, amén.
Y, mientras tanto, mientras Roma hace su trabajo, Washington cumple sus obligaciones imperiales, las corporaciones ganan tanto dinero que ya no vale la pena ni contarlo, las bombas de racimo se venden como panes, los países pobres se rematan con el presidente oficiando de martillero y la ONU es una manga de pobres diablos que simulan tener poder.
Y yo digo, modestamente: ¿se puede salir de esta esclavitud que no es comunista sino kolynosista? ¿Se puede salir de este círculo perverso que ha reemplazado al ciudadano por el consumidor, a la democracia por el rito del voto y a la cosa pública por el botín de los poderosos? Cura Romaña: ¿se puede? ¿O es que esta es la esclavitud buena?

lunes, 23 de junio de 2008

Maestra vida

Con una modestia que llega a conmover, Guillermo Thorndike ha mutilado de sus recuerdos algunos capítulos importantes.
Uno es aquel que lo sitúa como padre putativo de Pepe Olaya, su subdirector en “La República”. Después de muchos éxitos entre la poblada y de agotar el catálogo de los mayores prontuarios policiales, Olaya –que ya es parte de la historia del periodismo que irradia Thorndike– sería el primer director de “El Popular”, esa contribución que el socialismo entendido por los Mohme hizo y hace a las letras peruanas.
Uno se pregunta por qué entonces, en la exhaustivamente biográfica entrevista que Thorndike concedió ayer al suplemento dominical de “La Primera”, no aparece esta paternidad imborrable. ¿Será lo que algunos llaman, excediéndose, “un olvido higiénico”?
Otro aspecto cabal para comprender a Thorndike, cuya vida profesional habría que cabotear más que contar, es el de biógrafo por encargo. Este oficio sacrificado tuvo en él dos vertientes: la del biografiado que podía adularse sin esfuerzo, como es el caso de “Maestra vida”, su libro dedicado a Horacio Zeballos; y la del biografiado que debía de mejorarse siguiendo el ejemplo colosal de Atlas, como es el caso de Ricardo Belmont y familia, retratados gracias a su pluma como la familia Medici de radio “Excelsior”.
En ambas versiones, Thorndike muestra la abundancia de su prosa.
Eso sí, a veces la memoria se le marchita para retratar el éxito de otros, especialmente si algo le enseñaron. Tal es el caso de Raúl Villarán, un genio de la prensa popular de quien Thorndike bebió todo lo que un discípulo brillante podía beber. Sin embargo, en una pincelada más bien avara Thorndike escribe de Villarán lo siguiente:
“Raúl Villarán brillaba como una bengala, podía estallar en fuego de pólvora festiva pero carecía de la voluntad demoledora de esa dinamita editorial que es el pensamiento” (“Ocupación testigo”, página 149).
¿Voluntad demoledora? ¿Dinamita editorial? ¿Pensamientos explosivos? No, no se alarmen. Ese es el estilo pata negra y libérrimo de Thorndike, algo que, según algunos de sus lectores menos generosos, está entre los cubitos Maggi de la sopa sin presa y los polvos mágicos de las noches sin fin. No es justo, en todo caso, decir que Villarán fue un periodista alejado de todo pensar. Recordemos que alguna vez recibió el encargo de dirigir “La Tribuna”, el vocero aprista que hoy sigue tosiendo sus eslóganes.
En todo caso, lo más sustancioso que Thorndike ha omitido decir en su desembuchada entrevista en este diario es que fue el director noticioso y el comandante editorial en jefe de Frecuencia Latina en la época en que los hermanos Winter batían el chocolate del fujimorismo gracias a un contrato de compraventa por varios millones de dólares.
Porque una cosa es haber tenido que limpiar “baños y letrinas para tener tiempo de escribir”, como dice el mismo Thorndike recordando su proximidad con Ramón Ramírez, y otra es haber estado en el núcleo duro del muladar montesinista y haber vivido durante muchos meses protegiendo a mafiosos con noticias trucadas y censurando a cualquier reportero que asomase un palmo de decencia. Maestra vida que le dicen.

domingo, 22 de junio de 2008

El lobo que ya está

Te mira con cara de ayer podrido, de victoria oscura. Te mira como un lobo, ovejero de vicio, que te ha puesto la puntería.
Te calcula y te tasa el blindaje para saber de qué calibre deberá ser el rayo que te tumbe, los colmillos que harán sangrar la nieve.
Te persigue adonde vayas y a la distancia perfecta para ver sin ser visto y leerte los labios y soñar con el día de la emboscada.
Pasaste delante de él sin fijarte en su modo teatral de bostezar. Estuvo en medio de la borrasca que casi te hunde y tampoco lo viste. Si mañana te diera la mano y se presentara con nombre falso y profesión de antojo y bigotes de pegar, tampoco lo reconocerías. Así de distraído te hicieron la miopía y la vocación de borrar los entornos.
Hace tiempo que está a tu lado y lo que pasa es que no te has dado cuenta:
está en la frase amable que se le atragantó antes de poder decirla;
en el libro que le diste y que nunca leerá pero que nunca te dirá que no ha leído;
en el presagio de la gaviota que te pasó rozando y te cagó en la segunda pasada mientras ella se reía como si fuera terrestre socia de la gaviota;
en el café frío que apenas te sirvió con cara de estalactita y medalla de deber cumplido;
en la perfección de su prescindencia;
en la conspiración de los días gemelos del mismo invierno y a la misma hora estándar del este;
en la manera de decirte que no pero sobre todo en la manera de decirte que sí.
No te equivoques. No es el cansancio de ser ni el maltrato del tiempo. Tampoco es el aburrimiento, que siempre tiene algo de cordial y que nunca tuvo la culpa. Ni te equivoques ni te confundas. Ese monstruo polimorfo pero que al final te ataca encarnado en un lobo es el desamor.
El desamor es el infarto de a dos. Es cuando el andén se vacía de gente. Ocurre de a sorbos cotidianos. Va a paso de hipoteca. Es el infarto de a dos pero que mata a uno. Es el fin de la historia.
Y cuando te obstinas en no aceptar su veredicto de verdín, su expediente cosido por los años, es como si te quedaras después del final de una película tratando de encontrarle un argumento a los créditos que van pasando, a las letras que se van achicando, al personal de ayudantes carpinteros y electricistas que van nombrando.
Peor: si te obstinas en no acatar la sentencia del desamor es como si te quedaras en tu butaca después de que los créditos han terminado y ya no hay ecran porque lo han levantado y sólo están dos mujeres escobadas con overoles de limpieza y un vigilante grosero que te pregunta si vas a salir o no.
Porque el desamor no sabe el paso del cangrejo y cuando llega es para quedarse y si toca tu puerta y no le abres él sabrá cómo entra y a qué hora señalada te apuntará al corazón.

sábado, 21 de junio de 2008

Si Obama se atreviera

¿Quién es Barak Obama, el probable próximo presidente de los Estados Unidos?
Dicen que es el Kennedy del nuevo siglo. Yo digo que ojalá no lo sea. Kennedy terminó sobrepasado por lo más oscuro del Pentágono y ordenando la invasión de Cuba, lo que arrastraría al mundo, meses después, a la crisis de los misiles y a la inminencia de la guerra nuclear.
Dicen que sería un gran cambio en la política exterior norteamericana. Me pregunto si un gran cambio consiste en llamar “Estados parias” a Irán, Siria, Cuba y Venezuela. Y esos son los términos que emplea Obama.
¿O será un gran cambio plantear que Estados Unidos cuente con 25,000 infantes de marina adicionales y 65,000 efectivos terrestres de más? Y eso es lo que plantea Obama.
Dudo de que sea un gran cambio apostar “por la energía limpia del etanol” para reducir la dependencia petrolera, o decir que el flujo de indocumentados debería empezar a cortarse empezando con 500,000 inmigrantes menos durante el primer año de su mandato. Como senador, Barak Obama no votó en contra del muro fronterizo que, erizado de cámaras y púas, se levantó en contra de México.
Dice Obama que cerrará la cárcel de Guantánamo y que devolverá el hábeas corpus al disminuido pueblo norteamericano, pero resulta que la Suprema Corte acaba de sentenciar en ese sentido obligando a Bush a respetar los derechos humanos de los prisioneros del enclave en territorio cubano. Adicionalmente, el candidato que derrotó a Hillary Clinton no ha tomado distancia de la pena de muerte.
Es cierto que se opuso a la guerra en Irak, pero lo paradójico es que no ha prometido un retiro inmediato de las tropas invasoras sino uno ralentizado, programado inicialmente para dieciséis meses, y de ningún modo total “porque necesitamos tener capacidad de ataque sobre las bases de Al Qaeda que puedan todavía estar allí”. Además, si bien es cierto que se opuso a la guerra en el 2003, al año siguiente votó a favor de incrementar el presupuesto para sostenerla.
Y si de temas domésticos se trata, basta un ejemplo: Obama pasó de postular el seguro de salud universal (41 millones de estadounidenses carecen de seguro médico) a expresar cada vez más dudas sobre el financiamiento del proyecto. Y en el camino no se atrevió a condenar el orden impuesto por las empresas que ganan billones con la privatización de la salud impulsada por Reagan y continuada por la dinastía texana que ha puesto a los Estados Unidos donde está (en la más grave de sus crisis tras el derrumbe de la bolsa de 1929).
Y si el ejemplo de la cobertura sanitaria no bastara, miremos lo que empezó como “la crisis de las hipotecas”. Creo no exagerar si digo que en este momento no hay un solo analista norteamericano que nos pueda decir qué se propone hacer Barak Obama con una economía edematosa que parece ir a la deriva rumbo a una tormenta mayor. Obama saca la cara por la clase media y dice que las políticas republicanas han favorecido a los ricos, pero no se atreve a decir que esa política se tomó al dictado de los intereses de las grandes corporaciones, las depositarias del verdadero poder.
El gasto público -que debió reducirse en la visión conservadora de un Estado cada día más delgado- se ha incrementado en 64% gracias a Bush y sus guerras. Obama ha planteado 50,000 millones de dólares adicionales a los 170,000 millones ya gastados por Bush en ayudas tributarias para el americano medio asfixiado por las hipotecas. ¿Se saneará así una economía que vive de los excesos y parece alimentarse sólo de sus déficits? Lo más valioso en este capítulo es la promesa de Barak Obama de anular las últimas rebajas de Bush a las tasas impositivas del 5% más rico de la población, aunque no se han señalado todavía plazos y montos.
A mí la verdad que Barak Obama me cae muy bien pero no me despierta ningún entusiasmo.
El problema es que no importa lo que diga en la campaña electoral o cuán original luzca en un programa de la televisión. Lo que importa es hasta dónde podrá llegar si llega a ser presidente de los Estados Unidos. Es decir, hasta dónde se le permitirá ir.
Porque Estados Unidos no se gobierna: se hereda a piñón fijo.
Si Obama pretendiera salirse del libreto de las corporaciones, si osara cambiar la partitura interminable de los “enormes intereses” que han terminado por roer y contaminar lo que fue la mayor democracia del mundo, supongo que, en ese momento, sería invitado a Dallas. Allí, algún Lee Harvey Oswald de ocasión y tecnológicamente actualizado, se encargaría de convertirlo en mártir y en residente de Arlington.
Porque en Estados Unidos, como se sabe, no hay golpes de Estado tercermundistas. En ese país que alguna vez tuvo la razón y fue de veras agente de la libertad frente al fascismo, a los presidentes incómodos los matan. Así hicieron con John Kennedy cuando estaba a punto de decidir que no habría escalada en Vietnam. A su hermano Robert, en cambio, lo mataron en el camino a la presidencia. Eso es más barato y limpio. Y esto que en esa época “el complejo militar-industrial”, que Eisenhower vio claramente como una amenaza, estaba todavía en pañales. Hoy es casi un poder absoluto.

viernes, 20 de junio de 2008

Días de radio

El periodista recibe una llamada a las 8 y 20 de la mañana.
-No hay fluido eléctrico en las cuadras 22 y 23 de Javier Prado. Se fue después de las 7 de la mañana –le dicen.
Entonces, no hay programa. Qué pena. No pudimos decir que el acta del acuerdo con Moquegua quería mantenerse como secreta, a pesar de ser, en líneas generales, un logro plausible de las autoridades moqueguanas y de la PCM. Tampoco pudimos decir que el ministerio público ya ha comenzado las investigaciones in situ para pedir el apresamiento de “los cabecillas” de la asonada popular –como si unos cuantos pudieran mover a quince mil y obligar a cientos de ellos a pernoctar por turnos en un puente durante ocho días–, acatando, con literal diligencia, la virtual orden emanada de la presidencia de la República.
Ya el martes había pasado que una baja de tensión en la mismísima cuadra de Radio San Borja casi nos sacó del aire. Los técnicos de Luz del Sur dijeron, tras una revisión y una hipotética reparación, que no había nada de qué preocuparse.
Y ahora esto.
A comienzos de la semana, llamadas pactadas un día antes –una relacionada con Moquegua y la otra con la concesión de los puertos a probables accionistas chilenos– no habían podido culminarse a pesar de la insistencia.
Sus destinatarios le dijeron a Rebeca Diz que sus teléfonos ni siquiera habían timbrado y que las llamadas aparecieron, horas después, en el rubro de Perdidas. ¿Congestión del servicio y falta de redes? Puede ser. Ya hemos vivido antes en el escenario de los hechos coincidentes y las explicaciones diversas.
Al mismo tiempo, la pundonorosa hija del Piojo Valenzuela se atreve, disfrazada de buganvilia, a vincular a este diario con el narcotráfico y con las FARC. Por supuesto que no aporta ninguna prueba, indicio, documento que le permita sostener tales infamias. Lo importante es señalar que tan tenaz trepadora tiene un vínculo especial con Palacio de Gobierno y que algunos de sus flatos verbales podrían ser, perfectamente, una manera más de ascender en el escalafón de las validas. Desprestigiar a este periódico se ha convertido en una tarea de necesidad pública para el séquito del doctor García.
Mientras tanto, el embargo publicitario en torno al programa de Radio San Borja se mantiene al ritmo de llamadas, amenazas y advertencias. El miedo y la conveniencia hacen el resto, a despecho de la inmensa sintonía que la gente nos brinda.
El periodista ya ha pasado por esto una y mil veces. Está curtido pero vivo, empobrecido pero sin arrastrarse, exiliado de las luces que nunca amó, feliz de no deberle a nadie esos favores que deshonran. Y está dispuesto a seguir pensando que vivir de verdad consiste en evitar la muerte del alma. Sí, porque una cosa es ser agnóstico y otra es creer que sólo somos la banalidad que nos ocupa y las tripas que rugen. Cuando el alma se te muere te conviertes en la persona que hubieras despreciado en tu juventud.
Por eso, veterano de ninguna victoria decisiva, el periodista va a un estante, coge un libro y lee: “Castilla varonil, adusta tierra/ Castilla del desdén contra la suerte/ Castilla del dolor y de la guerra,/ tierra inmortal, Castilla de la muerte...”
Y se pone a pensar (a colores) en las musarañas.

jueves, 19 de junio de 2008

Segunda carta al Chemo

Lima, al 18 de Junio del 2008

Señor Chemo Del Solar

Don Chemo:

¿Que no se le está pasando la mano, mi zeñó, con eso de disimulá el genio que se trae en su cabeza?
Fíjese que eso fue lo primero que penzé cuando lo del 6-0, donde 6 eran ellos y 0 éramos nosotros, y en medio de tanta crueldá de argunos pedófilos -lo digo por los gases que emanan- tanto en la radio como en la televisión.
Pero, claro, después como que se me prendió er foco de las ideas y de la carburación cerebrá y le juro que lo capté, señor Chemo, me di cuenta de que usté, con pelota parada es más hábil todavía que con la misma en posición dinámica, quiero decir en movimiento.
Y de lo que se trata todo ezto, zeñó José, es que ar Perú nunca más se le humille en los campeonatos mundiales de fúlbol.
Porque una cosa -ya me dirán- es que nos den marcadores de bázque, como si fuera la enebeá esa de los místeres, en las imediaciones der mundiá de fúlbol y otra, pero muy otra, que nos llenen de pepas en el torneo mismo, que lo primero duele pero lo segundo queda en los anales higiénicos de la historia del fúlbol y no hay lejía que te quite la inominia.
Inominia fue el seis-cero, siendo seis de los otros y el cero de nosotro, que nos propinó er equipo del presidente Videla. Y eso ha quedao como cosa que hasta los políticos tratan y, ahora úrtimo, que dicen los del cártel de Uribe que eso fue hasta pagao por el Pablo Escobar. En fin, que ya más vergüenza no se puede sentir de la rabia que te da como te miraban los portugueses der Brazí, que son los brazileñoz, mentándote la madre a la distancia y diciendo que Perú se había vendido al presidente Videla y que por cada gol a cada uno de los beneficiaos le había tocado diez mil dólare de esa época, donde se tiene que siendo once y siendo once por diez como sientodié (sin que me malinterpreten), tenemo que los números globale de esa venta llegaron a la cifra de sientodié por seis, que e’ seis-sientos y sesenta mil dólares de esos años como cualquier matemático puede zabé.
ue hubo argo estraño en todo ello, creo que hay que ser muy burro para no pescar en el aire que argo estraño había en todo ello. ¿Se recuerda la cara de caja registradora de la marca holiveti, que esa era la moda de la tenología en esos años, que ponía er Quiroga ese cuando venían los centros de los argentinos y él salía a tomarse un café y dejaba en el área chica a ese Manzo, que se agachaba cuando el eférico lo iba a impactá como si le fueran a arrancar la cabeza? ¿Y por qué el presidente Videla, que yo nunca sabré por qué razón le decían asesino cuando en ese torneo no hubo un solo muerto, se fue al camarote de los peruanos en la mitad de los dos tiempos, entretiempo que le llaman?
En fin, que una goleada en un mundiá tiene huella histórica y e’ una mancha como la del vestido de la Legüinski esa que fumaba sus puros en el salón ová con el otro Clinton, qué me dices. Del mismo modo que nadie se orvida del 5-1 que Polonia nos empropinó en el mundiá precisamente de España, con el Lato aquel que nos hizo bailá la cueca que no queríamos bailá. Otra inominia de esas que percuden el alma, zeñó Manué.
De modo que cuando vi que los uruguayos iban y venían de nuestras áreas verdes, en donde ellos eran los que metían y nosotros los que teníamos que sacar, me di cuenta de que usted había puesto en marcha el plan V, que siempre hay que tener un plan V por los acasos que se van sucediendo y si uno es capaz de ser tático. Y ese plan V consiste en no ir al Mundiá en el sur de África para no hacer ningún ridículo y que, más bien, todo esa tragedia quede en las imediacione del torneo, o sea las eliminatorias, porque nadie tiene la contabilidad de los pepinos que uno recibe en las eliminatorias que siempre te eliminan pero, en cambio, todos tienen muy presentes los marcadores del Mundiá en sí.
Y es que en esta circunstancia que atraviesa el fúlbol peruano, que atraviesa una circunstancia indezcriptible por decir lo menos, es de sabios no ir a la cita con la muerte cuando sabes que la muerte te va a ganar y por goleada.
Y entonce, para que la Fifa no te haga lío, es mejor perdé lo más pronto y salir de este desfiladero, que si te fueras por la voluntá y no por los goles te caerían las sanciones de por vida y las cadenas perpetuas de los desafilios, que es lo peor que te puede pasar.
Y es por eso que a los 22 minutos, como dice usted, ya Perú daba el partido por terminado y los otros sesenta i ocho y pico que se jugaron eran como minutos sobreros, que daba ganas de entrar a esa cancha con un pito y terminá de una vé con ese despilfarro de tiempo y de luz eléctrica.
Claro que esa tática no se puede decir así nomás a cualquiera, sobre todo a esos periodistas que jamás lo entenderán, don Chemo, que usted de incomprendido no baja y ellos de injustos con usted no se escapan del castigo de Dió.
Porque vamos a ver, en 1930 el Perú fue invitao al Mundiá y quedó dézimo de treze en primera faze, que no está nada mal si en ese momento hubiéramos visto er futuro que se avecinaba. El asunto es que ese debú se da como no efetuado porque no estuvimo entre los trece que llegaron a Montevideo, que en esa época se llamaba así aunque no tenía televisión. Es decir que no se cuenta para la contabilidá de la gloria.
En 1934, no estuvimo; en 1938 no estuvimo; en 1938 idem y tampoco estuvimo; en los Mundiales del 42 y del 46 ni modo que podíamos presenciarnos porque no hubo Mundiales por el asunto de la secon guar que decía el Churchill ese; en 1950, no estuvimo; en 1954, no estuvimo; en 1958, no pudimos por la enliminación, o sea que no estuvimo; en 1962 tampoco estuvimo; en 1966, exactamente igual, es decir que no estuvimo; en 1974, no estuvimo; en 1986, no estuvimo; en 1990, no estuvimo; en 1994, no estuvimo; en 1998, no estuvimo; en el 2002 no estuvimo; en el 2006 no estuvimo por reincidencia contumaz y en el 2010 no vamos a estar para no perder el ritmo de la vida que uno tiene.
Donde, de 18 campeonatos de fúlbol mundial hemos estado en tres y no hemos estado (por ende) en quince y a pesar de ezo en tan pocas veces nos han metido una goliada de seis y otra de cinco. Y sin embargo hay gente que no zé qué cozas se cree, que el Perú es habitué de los mundiales como si los mundiales fueran un clú de alterne y el Perú fuese como el Miki Navaja de putañero y de esitoso con las señoras que te llevan a la planta baja.
No, pues, zeñó don Chemo, que ya es hora de que usted le diga al pueblo de este nuestro país (compartío, como ya le dije) que en el 2010 nos volveremos a salvar de la inominia haciendo lo que mejor hazemo en las competencias de la varonía que le llaman, o sea no ir, para poder decir luego, es decir, que no estuvimo y que nadie nos golió porque no estuvimo. Así de simple. Más suyo que nunca,

Platero

miércoles, 18 de junio de 2008

La pragmática

Si como dijo Voltaire “la historia es la mentira con la que estamos de acuerdo”, ¿qué quedará del ­Apra?
El Apra nació para cambiar al Perú. En el camino, restó a su pliego de reivindicaciones algunos puntos vitales. Era el pragmatismo de mediados de los 40.
Luego vino el pragmatismo de mediados de los 50, cuando Manuel Prado gobernó para que nada se moviera y todo pareciera que se movía.
Le siguió el pragmatismo de los 60, cuando el Apra casó en primeras nupcias con el zafio general Manuel Odría, su perseguidor del 48 al 55 del siglo pasado.
Durante un primer ensayo de gobierno, el Apra quiso ser socialista estatizando la banca, proyecto que fue impedido por los propios apristas de la vieja guardia. Allí el pragmatismo de broche de oro lo puso Alan García al admitir la corrección impuesta por Ramiro Prialé y Luis Alberto Sánchez. Sin embargo, hubo en ­esa época un pragmatismo cleptócrata que el recuento de los historiadores habrá de consignar.
Y ahora, globalizada y más que robusta, el Apra ensancha su último pragmatismo y lo convierte en ecuménico. Si antes la ­alianza fue con Prado (el de Clorinda) y con Odría (el de María), ahora el acuerdo es con Bush (el cristiano que bombardeó el jardín del Edén porque nunca supo qué era ­eso de la Mesopotamia).
Cuando se dice Bush no se dice Bush solamente. Se dice el mundo de las corporaciones, el del Israel convertido en verdugo, el del imperialismo sin culpa y el del terrorismo de Estado que dice perseguir al terrorismo. Este terrorismo, que es el único que la prensa nombra y condena, ha nacido y crecerá como reacción al asco que el “orden mundial” provoca entre sus víctimas.
No habría habido ayatolás sin la depravación del Sha ni el golpe de Estado de la British Petroleum y la CIA en contra de Mossadegh. Nadie habría inventado al Al Fatah o al Hamas sin la crueldad israelí y la ocupación sanguinaria de las tierras palestinas. Bin Laden sería un locutor de desmanes sin la Franja de Gaza o la mezcla llameante de petróleo y corrupción en las monarquías de arena. Los talibanes no seguirían matando si Afganistán no fuese territorio de conquista (como lo fue cuando la Unión Soviética lo invadió). No habría bombas ­iraquíes si el lodo injerencista de Bush no hubiese salpicado Bagdad, Basora o Faluya.
Y sí, también: Sendero no hubiese reclutado a miles de jóvenes dispuestos a todo si la sociedad peruana no fuese una donde la desigualdad se pinta como virtud y las multitudes se siguen apostando en cerros y puentes para pedir lo que consideran justo. Y Polay no habría sido lo que fue sin la traición doctrinaria del Apra ni Cerpa Cartolini hubiese hecho lo que hizo si no hubiese sido testigo de los seis obreros muertos en la retoma de “Cromotex”.
El “orden mundial” es un pacto de sabandijas. La “democracia” suele ser ­una cola donde cada cuatro o cinco años se vota a regañadientes por alguien que habrá de decepcionar. Y la prensa ya no es la de Émile Zola sino la de Judith Miller, la editora que emputeció al New York Times contando las mentiras de Bush sobre “las armas de destrucción” que no tenía ­Irak y por las cuales fue bombardeado y ocupado.
¿Qué quedará del Apra cuando la anécdota pase? Quedará quizás el mayor ­ejemplo de pragmatismo multiforme de la historia política peruana.
Con lo que podemos concluir que el pragmatismo del ­Apra le viene de muy lejos. Y que si antes fue pragmática doméstica hoy es pragmática planetaria. Y, para ser sincero, no desentona con el mundo de Bush y su “orden mundial”. Por lo que deberíamos dejar de sorprendernos cada vez que el doctor García –resumen del Apra– decida que las tierras comunales se venden y los puertos se concesionan y hasta las islas episódicas del ­Amazonas se privatizan. Eso se llama pragmatismo. Porque el pragmatismo es el atajo que nos conduce al mismo sitio.

lunes, 16 de junio de 2008

Menos lectores

Cada día se lee menos. Y muchos piensan que es por eso que cada día que pasa la democracia formal del Occidente cristiano se parece más a una multitud de berlusconianos llenando el coliseo que al club de atenienses que legislaba en una plaza.
La Unesco, la entidad de las Naciones Unidas para la educación, la ciencia y la cultura, señala que el subdesarrollo cultural de un país se mide también por el índice de lectura de los periódicos. Y hace poco “The Economist” nos recordó cuál era esa tabla según la estadística del 2007.
Japón ocupa el primer lugar de lectoría de diarios con un ratio asombroso: 546 lectores de periódicos por cada mil habitantes (el referente es la población absoluta, lo que hace esa cifra aún más significativa).
Segunda está Noruega, con 514 lectores por mil. Suecia, Finlandia y Singapur ocupan el tercero, cuarto y quinto lugar respectivamente. Dinamarca, Austria, Suiza y Reino Unido les siguen y en el décimo lugar, con 262 lectores de diarios por cada mil habitantes, está Alemania.
La lista completa de los primeros treinta países en lectoría de diarios no incluye a ningún país latinoamericano. Tampoco está África. Y otros ausentes decidores son el sudeste asiático y el medio oriente. Con lo que se confirmaría la relación que algunos sociólogos señalan como inexorable: el desarrollo viene de la educación y leer prensa es parte fundamental del consumo educativo.
La Unesco afirma que un país está instalado en el subdesarrollo cultural cuando su índice de lectoría de periódicos es menor que 100 por cada mil habitantes. Sorprende que en la lista de los 30 no esté España, cuya lectoría descendió de 104 lectores por mil en 1997 a 98 por cada mil en el 2007.
Y asombra que Francia esté apenas en 129 lectores por cada mil, por debajo de Estonia (190 por 1,000), Hong Kong (181) y Latvia (157/1,000). Estados Unidos ocupa el puesto 19, por debajo de Nueva Zelanda y Eslovenia. China no aparece y, en ese sentido, al igual que India, confirma pertenecer todavía al tercer mundo.
El promedio europeo de lectura de periódicos ha bajado considerablemente en los últimos años. Era de 208 lectores por cada mil habitantes en el año 2000. Ahora es de 189.
Planteadas las cifras, intentemos una interpretación.
El Internet y su creciente difusión es una primera explicación. Allí deben de estar, camuflados para la estadística, varios millones de lectores que ahora prefieren husmear gratis un abanico de periódicos antes que seguir siendo fiel a un kiosco y a un logotipo.
Una segunda explicación está en Sartori y su vídeocracia.
¿Marchamos a un mundo en el que el soporte de papel desaparecerá?
¿Es la lectura la que está en crisis o la crisis proviene de periódicos cada vez más uniformados por la concentración de la propiedad y el dominio de las corporaciones?
¿La juventud acude a la pantalla de la red porque está mutando a lo visual o huye de la grosera manipulación de los medios escritos, empeñados en decirle que el mundo que Bush aprueba es el único en el que se puede vivir?
Y, desde esta perspectiva, ¿no será que ahora la derecha debería de preocuparse más por la reducción de lectores dado que ella controla la mayor parte de los contenidos de la prensa con soporte de papel?
Son preguntas para el debate.
Lo que es cierto es que al Perú esas preguntas casi no le conciernen. En relación a lectoría de periódicos, el Perú parece no haber llegado todavía a la edad de los metales. Banalizada por sus políticos de plazuela, sus periodistas sin gramática, sus partidos sin vida y su sequía de ideas, Latinoamérica, en general, llena su agenda de remedos ultramarinos y ecos deformes procedentes de las casas matrices.
Basta echarle un vistazo a un periódico de esta parte del mundo –hay poquitas excepciones– para encontrar una sobredosis de pequeñez en traje de grandeza, chismografía ripiosa y abolición virtual de la página de Internacionales. En Latinoamérica es posible que hasta los estalinistas que jamás se arrepintieron se pronuncien en favor de la libertad de expresión.
Como me decía hace unos días Ignacio Ramonet, el periodista más importante de habla hispana, el asunto es que hoy los medios de comunicación –la llamada “gran prensa internacional”– son el gran problema de la democracia.
Quizás estemos próximos al día en que no leerlos se convierta en un modo de protestar.

domingo, 15 de junio de 2008

El gato con botas (chilenas)

Ántero Flores Aráoz era una buena imitación del Tucán.
Ahora es una réplica de Don Ninguno.
Y la verdad es que está haciendo muy bien este papel de esfumarse un poco cada día, este papel de ministro de Defensa indefendible.
Un grupo de diputados chilenos, pletórico de patriotismo de zarpa y corvo, parte del puerto de Arica a navegar por el triángulo marítimo que Perú reclama como suyo. Y lo hace a bordo de la patrullera chilena “Ortiz” y quien preside el grupete de esta marinería improvisada es nadie menos que el presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de la cámara de diputados de Chile.
Cuando regresan al puerto-botín, salados por el viento y más chilenos que nunca, los espera un ómnibus militar que los lleva, por tierra, hasta el hito número 1 de la frontera –el hito desde el cual Chile aspira a soltar una línea recta que mire el horizonte para así engullirse los casi 36,000 kilómetros de mar que le hacen falta después de haberse tragado, históricamente, Antofagasta, Arica, Iquique y Tarapacá–.
Y desde allí parten los diputados navegantes hacia el mojón 19, que tanto honor les hace y que un camión peruano “contaminó” hace unas semanas en un incidente que ya se había aclarado satisfactoriamente para Chile.
Cuando le preguntaron al presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de Chile cómo podía definir la jornada, transmitida en directo por la televisión regional, dijo textualmente:
“Hemos visitado puntos que son soberanamente territorio chileno. Allá los peruanos si consideran esto una provocación. Siempre los peruanos van a reclamar por todo tratándose de acciones chilenas”.
Este patriota chileno se llama Renán Fuentealba y es toda una figura política dentro de la gobernante Concertación. Procede de la Democracia Cristiana, tiene respaldo popular y lideró el operativo de reafirmación soberana en la zona que el Perú supone que está en disputa en el tribunal de La Haya con la encantada anuencia del militarismo prusiano-fascista del “hermano” país.
¿Y qué hacía la señora presidenta de Chile mientras estos malos remedos civiles de Prats se mecían en la mar chilenísima del último zarpazo? ¿Se distanciaba la señora Bachelet de tales provocadores? No, al contrario.
Quien habló por ella fue la voz autorizada del ministro del Interior de Chile, don Edmundo Pérez Yoma, quien respaldó a los siete diputados de esta historia. “Eso fue un acto soberano del Congreso, un acto que no debería llamar la atención de nadie”. Punto y aparte.
Hasta allí, todo más o menos previsible.
Pero lo que no ha sido corriente ha sido la posición clueca, el gorgojeo con teñida de pelo incorporada del señor ministro de Defensa del Perú.
Firme como un chicle acabado de escupir, enhiesto como un ovillo de baby alpaca, viril hasta el carmín, don Ántero Flores Aráoz ha dicho:
“Felizmente los diputados chilenos han tenido prudencia y mesura. Han cumplido con no acercarse antes de los cien metros del hito 1, han estado solamente en el territorio que corresponde a Chile”.
No es una calumnia. La cita es literal y procede de un cable de la muy seria agencia noticiosa France Presse.
¿O sea que este señor aplaude el hecho de que los diputados chilenos no hayan cruzado la frontera? ¿Les agradece no haber estado en territorio peruano? ¿Y no dice una palabra en relación al periplo navegante por los 36,000 kilómetros de mar que Chile considera irrenunciablemente suyos, a despecho de lo que pueda fallarse en La Haya?
Disfrazado de venia, valido de Portales, Flores Aráoz ha dicho lo que Chile esperaba que dijera y lo que resulta coherente para el ministro de Defensa de un presidente que había dejado caer, días atrás, eso de “no vaya a ser que Chile se enoje”.
Pero allí no termina este cuento de gallinitas ciegas o turulecas. Apenas Flores Aráoz dictó el epitafio de su carrera como ministro de Defensa, Chile envió a Bolivia, en misión oficial, a su ministro de Defensa, José Goñi, quien debe reunirse hoy domingo con el presidente Evo Morales. ¿El motivo de la visita? “Estrechar lazos entre ambos ejércitos”, según comentario oficial del Ministerio de Defensa de Bolivia. Y es que mientras Alan García y Evo Morales se hacen desplantes públicos, la maquinaria castrense chilena sigue funcionando. Por la grieta de los últimos desencuentros entre Lima y La Paz se filtra el germen antiperuano de la política exterior de Chile.
Mantener a Flores Aráoz en el Ministerio de Defensa ya no es un error tragicómico. Es una felonía. Este gato con botas araucanas no debería tener, políticamente hablando, siete vidas. Con la que acaba de vivir ya nos ha avergonzado lo suficiente.

sábado, 14 de junio de 2008

Día del padre

El domingo es el día del padre, o sea de los grandes almacenes, y por eso las familias saldrán a almorzar fingiendo, en muchos casos, que el papi es el rey de la mesa y el mejor de todos, cuando la verdad es que para llegar a ser la fatiga que llegaremos a ser es importante dispararle al jefe de la progenitura y luego salir corriendo mientras se canta el himno de la libertad y se pone la cara en dirección de la lluvia sanadora.
Los padres son una bendición cuando somos niños y ­una guía caminera cuando dejamos de serlo, pero luego, a la hora de acabar con el nosotros y empezar a levantar el uno mismo, son un fastidio, una lata sentimental y un modo lastimero de recordarnos que fuimos sus cachorros y que a ellos les debemos la lealtad primera.
Entonces es que empiezan los problemas y las batallas campales del carácter. Y hay un momento en que te pareces tan poco a tus padres que te preguntas en serio si viniste de ellos (porque lo que es seguro es que no irás donde ­ellos dicen que te esperan). Y una mañana, al despertar, la hija experimenta ser una intrusa y el hijo mira la boca de su padre devorando una tostada y piensa que ese señor tiene aspecto de vecino y apetito desmedido de zampón.
El austriaco ese sin nombre que acaba de ser descubierto en pleno uso de sus facultades es, en efecto, un monstruo apocalíptico. Pero sé de muchos padres que dañaron a su descendencia sin necesidad de apelar al incesto. Exigiendo que se parecieran a ellos, por ejemplo, y que aceptaran sus ideas como buenas, sus creencias como legado, sus idolatrías como cúmplases, su avaricia como razonable y aun sus vicios como humana debilidad.
En cada padre salutífero hay, sin embargo, un secuestrador y un mandarín. Y cada vez que un talento se impone es porque ha logrado abandonar la gravedad parental. Un hijo en buen estado es como el cohete que parte de Houston rumbo a la incertidumbre (la otra posibilidad es quedarse a vivir en el hangar).
Por eso tiene mucho de admirable lo que sobre su padre ha contado, con tanta impudicia como urgencia, Jaime Bayly. Un padre empecinado en ser brutal construye no a un hijo sino a una venganza. Un padre que obliga a boxear a un niño que detesta la violencia no es un padre sino un ingeniero genetista empeñado en su propio fracaso.
Hizo bien Jaime en ser un filial renegado, aunque no le haga bien mortificarse en público para expiar la culpa que ha sido el costo de su liberación.
Jules Renard, que se pasó la vida fabricando butades, escribió alguna vez que “no todos pueden ser huérfanos”. Pero no conozco a nadie de algún brillo que no haya pasado por el rito espantoso de matar simbólicamente al padre. No estoy hablando de Francisco Tudela, por supuesto: esa historia trata de la más sincera de las codicias, de un lado, y del más postrero de los raptos, por el otro. Y en el medio hay un anciano trémulo que debió hacerse, a los 20 años, la vasectomía.
Una de las mejores historias de la literatura y del abismo que separa a padres e hijos es la del notario francés Francois Arouet, que moriría en 1722. Tenía cinco hijos este notario, tres de los cuales vivían la cordura de las ambiciones comunes. Dos de ellos, sin embargo, eran su preocupación y su queja permanentes: Armand, que se había convertido al jansenismo y pasaba los días en debates teológicos, y el menor de todos –Francois Marie– que desde muy niño se interesó por la poesía.
–Tengo dos hijos locos –decía el notario–. Uno está loco en prosa y el otro está loco en verso. El loco del verso resultó siendo Voltaire.
¿Recuerdan a Vargas Llosa mirando a su padre por primera vez a la edad de los diez ­años? Si Mario no se hubiese separado, más tarde, de esa figura que profería discursos “panamericanistas” y moralina de la vieja Miraflores, pues no se habría casado con una tía diez años mayor ni habría contraído la ira que le permitió escribir sus tres grandes novelas. Claro que Mario también las escribió para que su padre lo admirase y se rindiese. Porque la sangre, inevitable y felizmente, también llama al amor y procura el reencuentro.

viernes, 13 de junio de 2008

Carta a Chemo del Solar

Lima, tal de tal del 2008

Señor Dn. Chemo del Solar:
Estimado Sr. Dn. Chemo:
No está demá decirle que confiamo en su sabiduría de entrenadó, es decir de míster, y en (por ende), sus resultaos en er futuro, que siempre será lo mejor (es decir er futuro) para el balón-pié de nuestro querida patria, que es el Perú como se sabe, aunque esto sea a medias.
Yo, como usté tiene que saber, soy también, al igual que usté, mitad peruano (que es este mi país donde me desarrollé, al igual que otros muchos) y mitad español, de donde vine, aunque eso signifique que ­uno tiene el corazón partío como se dice. Pero partío y tó uno bibra con cada una de las dó aficione que están en el músculo cardiaco de uno. Y si Perú jugara con España, es decir españoles contra peruanos como ipótesi, (y peruanos contra españoles como conclución), a mí me pazaría lo que a usté le pazaría. Que no sabría qué parte del mío cardio sangraría má con cada gol de las partes, imagínese qué faena tan sangrante que ya sería cosa de la feria de Zevilla esa.
Pero a lo que iba era a ésto, que es importante para su ­ánimo de usté, señor Chemo: que no haga usté ni puñetero caso a los enmidiosos y tarados que le quieren cavar su desgracia con comentarios que no vienen a ningún cuento y enmidias de analfabetos que no saben leer ( y ni siquiera escribir). No les haga cazo en ninguno de los cazos, señor Chemo, que usté tiene que estar sereno como una brisa con su conzienzia, porque ha demostrao a todos estos hijos de mala uva que usté sabe como el que más pero más incluso que el Luis Aragoné ese, que ya quisiera.
Otra vez que me desvié de lo que venía en diciendo, señor Chemo, pero aquí va: oídos sordos, pero sordos sordos señor don Chemo, para todas las estupidezez que le dicen y todos esos hepitafios de mesón que le lanzan individuos como ese Hildebrandt, que escribe en este diario una columna de cuarta (o sea la página 4 que le dan de tanto pedirla) y habla lo que el hígado le dita en esa radio que es como nuestra Onda Cero pero en influencia y en sintonizaos, que para esos récores está ese zeñó Vargas, que sí es un zeñó y no como ese otro que tube el infortunio de mencionar.
Hildebran y todos esos krápulas de la prensa no saben ná de fúlbol y ná de la etrategia que para usté es como pan rallado, así de etratega es usté. ¿No se han dado cuenta estos aventureros que usté ha venío perdiendo y perdiendo cazi ante tóos, pero que eso es pura etrategia para confundir al aversario y hacer que Colombia venga aquí muy suave y más sovervia que la Pardo Bazán esa, que es lo mejor de nuestras letras? Y lo mismo de ración de la vanidá para Uruguay, que también nos mira por sobre los hombros como si fuéramos menos que nadies en el campo del fúlbol mundial.
Si no se han dao cuenta de que usté pierde y pierde para ganar y ganar en demasía, entonce, ¿para qué discutimos con gente como Gildebrá, que nunca ha dao la talla en ningún fúlbol, o el señor ese que tiene nombre de radio (el Phillips ese me refiero, ¿me comprende?), que es más lisuriento que Etó y de lo má energúmeno cuando tiene que pelotear sus argumentos en cancha de visita, el terró ecénico que le llaman.
Es que el Gilde ese, que no sabe ná de ná, y el tipo ese que tiene nombre de radio y parece recién llegado de una patera del estrecho, es que ­esos ambos dos, señor Chemo, ¿tienen derecho a decir lo que ecriben y a ecribir lo que dicen sabiendo lo que no saben, como se dice en mi tierra?
No, señor Chemo. Que no. Y usté ni un puto caso a ­esos tipos que se van a morir de la hepatiti en V, que es potente como los motores de antes que venían con la V del Varcelona. Usté siga pa’lante nomá, que de eso se trata la vida de los que saben y de los que tienen triunfos, señor Chemo: que uno avanza y avanza con rumbo a su destino, que es de grandes, y no importa que haiga granizo ni que la ventisquera te pique como municione porque uno sigue mirando el horizonte que es donde miran los que tienen (tenemo) la gloria a la vuelta de la esquina como caudillos que somos.
Porque, señor Chemo, el talento y la curtura, eso sí que nadie te lo puede quitar, por más que hablen y ecriban lo que ecriben y hablan, que ez pura vurgaridá.
Porque para eso está don Miguer de Cervante, señor Chemo, el manco del epanto, que nos dijo que ­uno avanza y avanza y los perros de las ventas y las fincas te salen a ladrá. Allí está el consejo del sabio ese, don Miguel, de que uno avanza a la gloria de lo merecimiento mientra los perros ladran, que es señal de que avanzamos, Chemo, que yo he parafraseao azí de ezta manera la frace del Quijote porque la verdá es que el tal Sancho nunca me gustó porque en todas esas líneas se ve que a ese zeñó los burros no le importaban mucho y de allí que tuviese tan descuidao al que tanto le servía por todos los caminos de Caztilla. Un gran abrazo de su admiradó.
Fraternarmente,

Platero

jueves, 12 de junio de 2008

Coyotes y correcaminos

El señor doctor Alan García dice que no hay oposición, que sólo hay brotes dispersos y algunas ocurrencias de una cuasi oposición, y entonces sale el intelectual orgánico del alanismo versado, don Mirko Lauer, que ya dejó sin trabajo a Hugo Neira, y escribe ayer en su leidísima columna:
“Alan García tiene razón cuando dice que no hay casi oposición. Lo que abunda es más bien reclamo, o la versión jumbo del reclamo, que es la protesta en las calles”.
Como si los reclamantes y los protestantes no se opusieran a algo. Como si las calles que se llenan a veces de furia no fueran parte de la resistencia al entreguismo roto del doctor García y a los negocios siempre en marcha del señor Garrido Lecca. En suma, como si el reclamo fuera una chusquedad y la calle una vereda tropical que se mira diciendo fo.
Pero el poeta no se quedó allí. Al comenzar el tercer párrafo de su pronunciamiento institucional, redundó casi citándose a sí mismo:
“Tiene razón García en detectar pobre oposición...”
Y en seguida sumó:
“Pero él (García) es en parte responsable...”
¡Ajá! ¿Va a decir que García es en parte responsable de la inexistencia de la oposición porque se ha construido este califato personalísimo que traiciona a Haya, destroza a su partido, tiene a una empleada de Lan-Chile como consejera y porque sus chiritos y sus navas manejan a la prensa abombada que dice que la oposición sólo existe para amenazar la prosperidad y la inversión extranjera? ¿Va a decirlo? No, no lo dice. Lo que dice es esto:
“La posibilidad de una oposición parlamentaria efectiva se licuó el día que los 40 de Ollanta Humala perdieron a los 20 de Aldo Estrada, cortejados desde Palacio...”
Era eso, entonces: no fue la ambición irresponsable del upepismo la que dividió a la oposición; fue la maestría alanista partiendo en dos, como con una katana, a lo que hubiera podido ser oposición. No era un reproche desde los fueros de la democracia necesitada de equilibrio: era un homenaje de compadrito en la esquina rosada y en el jardín de los senderos que jamás se bifurcan. ¡Maestro Hanzo! ¡Kill Bill! ¡Uma Thurman! ¡Alan García! ¡Hai!
El poeta prosigue su marcha fúnebre en torno a la oposición que no existe. Y escribe, no sin placer, lo siguiente:
“Las regiones no configuran una real oposición, puesto que para ellos (sic) es la hora de pedir atención, no de oponerse...”
¡Magnífico! El poeta ha decretado que el entierro de la oposición también se ha realizado en todas las provincias. O sea que los muertos de Alva Castro, los finaditos de Ayacucho por ejemplo, no es que se estaban oponiendo sino que estaban pidiendo atención. Lo único que cabría preguntarse es por qué Alva Castro es tan drástico con quienes sólo están pidiendo algunos ojos y un poco de oído gubernamentales.
Las últimas líneas de esa columna que aspira a ser huaca de la oposición y helipuerto del doctor García las dedica el poeta de Praga y Chaclacayo a exhibir su capacidad ensayística:
“Lo que parece haber hoy en el Perú es un sistema multipolar a varios niveles, donde no hay principios opositores, sino actos opositores dictados por efímeras circunstancias”.
¡Ajá! No lo olviden, plebeyos correcaminos de la protesta callejera: ustedes no tienen principios opositores; ustedes actúan aventados “por efímeras circunstancias”. ¿Hay algo más efímero que los salarios? ¿Hay algo más pasajero que la lucha en contra de una mina que tiene a la policía de su lado? Y en el caso de los finaditos, ¿puede haber algo más fugaz que la vida, oiga usted? No lo olviden, correcaminos carentes de principios opositores: en este cartoon network gana el coyote.
Entonces termino de leer la columna de este nuevo budista de la eterna JAP y enciendo la tele y –oh sorpresa, los evangelios a tierra– veo al muy digno congresista Werner Cabrera sacar una pancarta de oposición en plena sesión. Y veo que una búfala, salida de una insalata caprese, embiste a Cabrera increpándole con ardor, y sigo viendo que otros congresistas dignos sacan más pancartas pidiendo que el doctor García deje de deshonrar sus promesas de candidato, y veo que se arma la trocatinta y la gorda, y el señor Gonzales Posada, que antes iba tanto a Virginia a rendir cuentas, suspende el pleno que no puede controlar y el debate constitucional, que el alanismo había imaginado a gusto de Canal N y sus dormilones y a gusto de El Comercio y sus accionistas (o sea 200,000), aborta, y todo es un despelote fumigador y deodorizante y unas brisas del Titicaca que limpian el olor a cutra y a monolito alanista doblado al español en Palmera Records.
¿No que no había oposición? ¿No que el doctor García la había asesinado de un katanazo magistral y que Lauer-san había dado el discurso funerario respectivo? Además, 24 horas antes de esa expresión de dignidad opositora, ¿no había José Carrasco Távara, aprista como el que más, recordado que el pueblo de Haya no era el que sostenía la Constitución de Fujimori y su patota? ¿No nos había dicho Carrasco Távara en Radio San Borja que Haya jamás hubiese sido peón de Washington?
La decencia del gesto congresal, la justicia de su origen y la legitimidad de sus metas las comprobé por la tarde al abrir la página on line de CPN Radio. Allí titularon así la crónica parlamentaria del día:
“Bancada nacionalista propicia vergonzoso incidente en el Congreso”.
La radio que acaban de comprar a precio de remate unos mineros de horca y cuchillo cumplía su misión: remedar a la gran prensa dedicada a caerle encima a todo aquel que se atreva a oponerse a García y a su designio de convertirnos en el nuevo Tarapacá del Chile de toda la vida.
Y esto que la oposición ha dejado de existir.

miércoles, 11 de junio de 2008

“Méndigo” aprista

Renán Quispe no dice mendigo sino “méndigo”. Ayer lo dijo en RPP, esa voz. Y como vivimos en el país de los modales de raso, el alma de tocuyo y la hipocresía tamaño Huascarán, ninguno de sus contertulios tuvo a bien decirle (de buenas maneras, claro) que no fuera tan bestia, que no exhibiera su condición de iletrado, que no siguiera escupiendo sobre la tumba de Cervantes.
¿Cuesta tanto ser sincero en este país? Claro que cuesta. Basta mirar los blogs que nacieron como una promesa y que hoy están, con muy pocas excepciones, roídos por la misma lepra limeña: la boquita chiquita para decir poquito, no vaya a ser que los chilenos se molesten.
Renán Quispe es, pues, no sólo un pericotero estadístico del régimen. Es también un indigente de la educación, un pordiosero enciclopédico, un lisiado de esquina pidiendo plata cuando lo que debería de pedir es un diccionario a la vena.
“¿Méndigo?” ¿Y este es el jefe del Instituto Nacional de Estadística?
“Méndigo” decía Cantinflas cuando encarnaba el papel de peladito. Y en boca de “Resortes” haciendo de jefe de tribu en lo peor del Distrito Federal también sonaba muy gracioso eso de “méndigo”. Dicen que “méndigo” decía Porfirio Díaz, que mandaba matar sin saber leer ni escribir y que también decía “maiz” y no maíz.
Pero Renán Quispe dice “méndigo” sin atenuantes cinematográficos y lo dice dizque “citando” al pobre naturalista italiano que nunca lo dijo en ese sentido ni de ese modo y que ahora resulta doblemente calumniado por tan encumbrado jumento.
“Como dijo Raimondi, el Perú es un “méndigo” sentado en un banco de oro”, dice Renán Quispe en RPP. Y los colegas no le preguntan por qué es tan esdrújulo. Le siguen preguntando los secretos numéricos del Perú, como si Quispe fuera un mar de sabiduría y ellos los bañistas de la vieja Herradura. Como si Quispe no fuera, en realidad, el ignaro que García debe de tratar como una pantufla (cuando las pantuflas se usan para matar arañas, quiero decir).
No importa lo que digan en las radios que mugen ni interesa lo que en este Yungay-70 que es el Perú cultural de estos días se esgrime siempre como pretexto para perdonar a los enemigos del idioma. Lo único cierto es que quien dice “méndigo” no sólo es un impresentable para todos los efectos civiles y académicos. También es un pobre hombre al que la vida le impidió conocer lo elemental. ¿En qué velatorio yace la autoestima de quien dice “méndigo”?
Quispe, por lo tanto, también podría ser, cómo no, el “especialista” servil que, ante un carajo alanista, puede hacer cóctel de cifras, consomé de desagregados, sangrecita con ecuaciones, algoritmos de mañana te cuento, chupín de Gauss, causa pitagórica, lomo a lo pobre por teléfono, consolidados de pezuña y lo que usted quiera, señor presidente, lo que ordene.
Ahora sí creo que Matuk siempre dijo la verdad. Ahora creo más que nunca en las inteligentes observaciones económicas de González Izquierdo. Ahora sí que no tengo dudas respecto de lo que se comenta en relación a Quispe y al actual INEI: que han hecho con los números de la pobreza lo que García ha querido y lo que los empleaditos del Banco Mundial tuvieron que confirmar por órdenes de sus patrones en Washington.
Que había algo turbio en esta administración lo confirmaba el creciente y ubicuo protagonismo de Hernán Garrido Lecca y sus aires de matón judicial tratando de asustar a quienes podían meterse con sus vacunas y con sus negocios. Pero el “méndigo” de Renán Quispe me confirma que hay algo más que trasiegos financieros y agachadez de prensa. Me confirma que hoy el Apra no sólo renuncia a las viejas ideas y al viejo Haya sino también a todo ese legado cultural que encarnaba Luis Alberto Sánchez y custodiaban algunos coetáneos de García.
Hoy el Apra es culturalmente “méndiga”. Y Quispe es el bruto del ábaco. Y si Sánchez resucitara volvería a decir que el Perú es un país adolescente.

Posdata.- Mirko Lauer, que vive un volcánico romance con una mina de altas cualidades, pertenece, cada día más, al campo semántico del alanismo (del mismo modo que Chile quiere robarnos el campo semántico de la papa). Eso es irreprochable porque es opción legítima. Lo que puede resultar funesto para su hoja de vida es que se preste a decir que el contable Hernán Garrido Lecca es un escritor. Eso ya no es alanismo sino suicida imprudencia. Que los aprovechados editores de Garrido L. alaben a este imitador de Monterroso, se explica. Pero que el legendario co-editor de “Hueso Húmero” se arrime a la farsa suena a fractura de metatarso. Achachau.

lunes, 9 de junio de 2008

Errores cerebrales

El cableado cerebral decide el destino de los humanos y marca la naturaleza de sus relaciones con la gente y las cosas.
¿Cableado? ¿Chicotería? Sí, el cerebro es, fundamentalmente, una organización electroquímica, una planta hemoeléctrica, un sistema que produce respuestas frente a los estímulos y desafíos del exterior.
Esta máquina de extremas complejidades tiene, sin embargo, gruesos errores de diseño. Y hay quienes piensan que buena parte de la sangre derramada a lo largo de la historia procede de esta ingeniería insuficiente.
No estamos hablando de los desperfectos que algunos se empeñaron en llamar psicopatías. Estamos hablando de cerebros que funcionan al ciento por ciento.
Por ejemplo, es una certeza neurológica más o menos aceptada que la percepción del mundo exterior nos ha llegado como un presente griego de la evolución. Lo que quiero decir es que el cerebro envía, por lo general, información insuficiente o desfigurante a las redes que se encargan del descifrado. Y esto conduce a que el objeto exterior sea “leído” incorrectamente. Lo que a su vez lleva implícito el error primordial de la identificación del objeto.
¿Cómo se come este enunciado? Muy simple: “vemos” lo que muchas veces queremos ver. El almacenaje de memorias asociativas, la tendencia del cerebro a economizar energía, nos empujan, por ejemplo, a “leer” en una barba crecida el desaliño, la dejadez y el fracaso que otras barbas crecidas nos pudieron confirmar en el pasado. Pero eso casi no es “ver” sino, más bien, retrotraer.
Blas Lara, catedrático emérito de la Universidad de Lausanne, Suiza, apunta que percibir al otro como lo que quizás no es, es una tendencia “de estos estereotipos culturales que son abstracciones almacenadas en el neocórtex como etiquetas simplificadoras”.
Las funciones cerebrales tienen algo de reacción en cadena (aunque estas reacciones pueden ser varias a la vez y ocurren en las distintas redes en línea del sistema). Pero si la información primaria viene distorsionada, lo que pasa muchas veces es que las instancias que podrían “corregir” esa percepción errónea –la límbica y la cortical– asumen el error como propio y lo dejan pasar. El paso siguiente es que esos errores producirán, al final, programas de respuesta inadecuados.
Desde ese punto de vista modernamente químico-cerebral, un exceso, verbal o fáctico, es hijo remoto de una información contaminada. Y, como acabamos de ver, hasta la memoria puede jugarnos una mala pasada al querer meterse en el presente tiñendo negativamente una experiencia actual que no tendría por qué parecerse a las experiencias guardadas en nuestro disco duro.
Todos los últimos avances en torno a la máquina cerebral parecen coincidir en una verdad que el narcicismo antropocéntrico habrá de admitir aunque mucho le duela: el “autocontrol social” del sistema cerebral humano es frágil y la capacidad de imponer razones y frenos en las barreras límbica y del neocórtex desaparece con mucha más frecuencia y facilidad de lo que imaginábamos. De allí vienen todas las sangres del terrorismo religioso y de Estado y todas las matanzas “doctrinarias” que en el mundo han sido.
En resumen, el cerebro de este “lóbrego mamífero” que somos no es ni de lejos la máquina perfecta que soñó el racionalismo.
Si el cerebro humano fuese la maravilla impecable que nos contaron, ¿cómo explicarse que el hedonismo de entrega inmediata de la drogadicción se haya convertido en un problema masivo? Si la computadora neuronal tuviese un antivirus enérgico, ordenaría, en ese caso, que el lector de peligros del neocórtex impusiese su punto de vista. Para no hablar de los mares de estupidez que vemos crecer todos los días a nuestro alrededor y que amenazan con inundarlo todo.
Las fallas de fábrica del cerebro humano y la nueva comprensión en relación a sus orígenes nos permiten decir ahora que esta masa grasienta de un kilo cuatrocientos gramos –membranosa, surcada y protegida por la bóveda craneana–, es más una laptop escolar que una IBM de última generación.
Y es por eso que resulta imperativo cargar a esa computadora esencial con muchos programas que mejoren su rendimiento, refinen sus respuestas y creen barreras adicionales para el espía software simiesco que siempre aspira a adueñarse de sus circuitos. Y eso es lo que, en términos simples, se llama educación. Educación y un poquito de tolerancia (que casi son sinónimos).

domingo, 8 de junio de 2008

Cantar victoria

Si el éxito es siempre una revancha, Luis Horna ha tenido tiempo ayer para disfrutar de esa delicia que sólo se puede comer a solas.
La revancha de Luis Horna se la ha cobrado a la Federación de Tenis, a la prensa deportiva que lo ninguneó, al público infiel, al fútbol que todo lo acapara, a las empresas que ahora sí quisieran subirse al carro.
Porque hay que decirlo: Luis Horna se ha construido como todo lo que vale en el Perú: a pulso y a punta de locuras.
¿Fue una locura seguir en el tenis a comienzos de este año, cuando tuvo que retirarse de las eliminatorias de la Copa Davis por una lesión en el antebrazo derecho? Sí, parecía ­una locura.
Y es que Horna ya había obtenido, sobre todo en los años 2004 y 2006, todo lo que el tenis podía darle: varios abiertos internacionales, ganancias brutas por más de dos millones de dólares, una larga permanencia entre los cien mejores de la Asociación de Tenistas Profesionales, viajes a discreción. Así parecía pensar hasta “Cocho”, el hombre que lo entrenó desde niño en el Franco Peruano.
Además, eso de no enfrentar a los españoles Almagro y Robredo por lo del golpe en el antebrazo había despertado algunas sospechas en esa prensa que sólo resplandece cuando le brillan los cuchillos que lleva en el hocico. Inclusive uno de esos mentecatos se había atrevido a preguntarle si es que no había fingido para no tener que enfrentar a los paisanos de la Telefónica, empresa que empezó a auspiciarlo en el año 2003.
La pregunta fue infame, como infame fue la actuación peruana sin Horna. Hubo entonces quien recordó que Horna no sabía administrar sus ­energías, corría en exceso, no se tenía confianza y no había podido mejorar su golpe de revés.
Para remate, poco después de su triunfo en el Abierto de Acapulco, un mes más tarde de la frustración en las rondas preliminares de la Davis, en marzo de este año, Horna fue sacado por demolición del torneo Pacific Life Open de Indian Wells la tarde aquella en la que el italiano Daniele Bracciali le ganó en dos sets de 6-3 como si hubiese sido un entrenamiento.
Y luego vino la derrota en Monza, en el certamen auspiciado por la Mitsubishi, la despedida amarga en el Abierto de Valencia y, hace pocas semanas, la caída ante Gael Monfils en el mismo torneo Roland Garros donde ayer, en la categoría de dobles, ha brillado como ningún peruano lo hiciera.
¿No era un buen momento para decir adiós y dejar un recuerdo menos acribillado de pesares?
Pues Luis Horna pensó que no. Así que convenció al uruguayo Pablo Cuevas para jugar otra vez juntos. Ya lo habían hecho en el 2007, cuando ganaron el Challenger de Montevideo –un campeonato de menor cuantía–, pero ahora se trataba del Roland Garros, para muchos la competencia en tierra batida más importante del tenis mundial, un evento que lleva ese nombre porque se juega en el estadio levantado en homenaje a aquel aviador francés que gustaba del tenis y que, en 1918, derribado por los alemanes, se inmoló cerca de las Ardenas.
Cuevas es un muchacho casi seis años menor que Horna, un tenista más o menos intermitente que, en realidad, ha logrado sus mejores preseas deportivas como campeón ­uruguayo de natación y que en el 2004 estuvo a punto de dejar el deporte de Nadal y Federer por falta de apoyo económico.
Y así esta dupla casual y desigual, este dúo de perdedores teóricos, estos dos subestimados crónicos que habían llegado a odiar el fracaso con la misma intensidad con la que el fracaso los perseguía, fueron afiatándose en el camino, averiando la marcha de los favoritos y llegando a los cuartos de final al superar a los que estaban 5 a 1 en las ­apuestas: los hermanos estadounidenses Bob y Mike Bry­an. Después vinieron el brasileño Bruno Soares y el serbio Budan Venic y ayer el canadiense Daniel Nestor y el también serbio Nenad Zimonjic –ambos con fama de letales–.
Luis Horna ha demostrado, al borde de los 28 años que cumplirá en septiembre, que el empecinamiento bien entendido conduce a una manera fulminante de ser feliz y que los peruanos sí pueden, cuando se lo proponen, divorciarse de la derrota, ahuyentar a pedradas al animal del miedo y cantar victoria. Lo de Horna, que supera largamente lo logrado por Carlos di Laura y que no puede compararse con las hazañas de Alejandro Olmedo porque Olmedo jugó como tenista norteamericano, no es sólo tenis sino también carácter. Eso que no ­abunda en el país aguado que ayer sí lo aplaudió.