jueves, 18 de septiembre de 2008

Órdenes son órdenes

Los juristas internacionales que han venido a ayudarnos a desentrañar las miserias morales del fujimorismo nos han dicho que las órdenes de asesinato no se escriben, ni se envían como memos, ni se consignan para la historia. Y nos han dicho también que a veces, muchas veces, ni siquiera se dan porque son tácitas y sobrevuelan como aves carroñeras sobre las cabezas del poder.
Pinochet no le dijo a Contreras que matara a Orlando Letelier. No necesitaba decírselo. Contreras dedujo el imperativo de ese crimen de las señales que le daba el edificio Diego Portales, sede de la junta fascista: oficiales que se jactaban de haber visto morir a los enemigos, altos mandos que sabían que en tales sótanos se estaba torturando, el teniente Edwin Dimter que, orgulloso, contaba cómo había reventado a patadas a Víctor Jara antes de ordenar dispararle balas de fusil-ametralladora que perforaron 42 veces ese cuerpo ya ido.
Por eso, cuando Pinochet se quejó, en un consejo de ministros, de lo enemigo que era Orlando Letelier impidiendo que Europa le prestara dinero a Chile y aun bloqueando préstamos estadounidenses, Manuel Contreras dio la orden y, meses después, Letelier y su secretaria Ronnie Moffitt se desangraron en el coche donde Michael Townley, ex agente de la CIA y colaborador de la gusanera de Miami, había puesto una bomba-lapa accionada a control remoto.
Es cierto, no hay órdenes de exterminio ni siquiera de Videla, que fue más exterminador que el mismo Abbadón. Y no hay registro escrito de los excesos de macaco lascivo de Trujillo. Y hasta la alimaña de Batista saldría limpia de un escrutinio sobre si dio o no órdenes mecanoescritas para sus torturadores y asesinos.
Sin embargo, hay excepciones.
En el libro “Esclavos de la libertad”, de Vitali Shentalinski, he leído una orden operativa de fusilamiento dictada por el comisariado popular de un pueblo alejado de Moscú, en plena etapa del estalinismo. Es sobria, urgente y está dirigida a un cuartel del NKVD, el nombre que en 1934 adquirió el GPU, que fue por su parte la segunda cara de la CK o Checa, creada por Lenin en 1917.
Se trata de un grupo de presuntos disidentes –el año es 1935– a los que se les ha “probado” haber traicionado a su país y al socialismo. Me sorprende la alegría germicida que parece estar detrás de esas palabras: “Procédase a la ejecución de los agentes contrarrevolucionarios que les enviamos...”
No es, sin embargo, lo más interesante del libro. Lo más interesante (y escalofriante) es la cantidad de delaciones que contiene, las huellas casi literarias del soplonaje de escritores que se dirigían a Beria para traicionar a sus colegas, para denunciar lo que había ocurrido en casa de tal escritor, en el cumpleaños de tal poeta, en la lectura de textos de Anna Ajmátova.
Leyendo algunos de esos documentos uno se da cuenta de cómo se construyó ese imperio que trató de aniquilar las dudas matando o encerrando a quienes dudaban y que logró la temblorosa unanimidad que sólo se detenía a los pies de los gulags. En suma, el horror edificado para imponer la felicidad y decretar que los otros no merecen estar sobre la tierra.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El abogado Norberto Lamilla nos recuerda al actor Denzel Washington, quien interpretó el papel de Lincoln Rhyme, en la película titulada “El Coleccionista de Huesos”. Y no es para menos. Hace unos meses su trabajo acaparó los principales titulares de la prensa, luego de un macabro descubrimiento de varias fosas comunes, llenas de ropas viejas, casquillos de bala y huesos de campesinos asesinados. Las fosas de Putis están en el informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, pero hasta ahora no se había abierto esta caja de Pandora. Luego seguió un silencio indiferente como si realmente la vida de esas personas hubiera importado poco.

Fue como descubrir una botella de náufrago, que a través de la distancia y el tiempo, llevaban el mensaje de una comunidad sucumbida bajo circunstancias atroces y también un pedido de justicia que los podía redimir. Como en la novela “El Código Da Vinci” sus propios cuerpos eran un testimonio y el mensaje cifrado que los conduciría hasta los culpables. Cada detalle conservado en el tiempo y la humedad, llevaban implícito el huracán de las circunstancias que habían concurrido para terminar como terminaron.

La historia duele por que parece sacada de una película de terror, pero lasupera ampliamente por que estamos hablando de una realidad. Una historia que comenzó en diciembre de 1984, cuando un centenar de campesinos de diversas localidades del distrito de Santillana, provincia de Huanta (Ayacucho) fueron víctimas de una ejecución arbitraria llevada a cabo por efectivos del Ejército. Los comuneros fueron reunidos con engaños, obligados a cavar una fosa y luego acribillados por los militares.

Es una historia que quiere trasladarnos a Vietnam, cuando el ejército norteamericano recapturó el terreno baldío que había sido Beltre, la ciudad del delta del Mekong, un mayor estadounidense explicó a la prensa: “Fue necesario destruir la ciudad para salvarla”. Cruzando las distancias, en Putis podría decirse que ocurrió lo mismo.

Putis, 1984: ¿Entre el terror o la ficción?

Los militares han negado hasta la saciedad esta historia, como si nunca hubiera ocurrido y no parece una película de terror sino de ficción: el producto de una mente diabólica y dispuesta a desprestigiar a los uniformados. No han pedido perdón por sus actos, al contrario han negado que haya existido alguna vez una base militar en Putis. El guión del proceso de “pacificación” nos dice que entre 1983 y 1985, la provincia de Huanta quedó bajo el control de la Marina de Guerra. Pero en las zonas altas, como el distrito de Ayahuanco y algunas comunidades de Santillana (Putis entre ellas), patrullaban efectivos del Ejército. En 1983 se llevaron a cabo varias operaciones antisubversivas en diversas comunidades altoandinas de Huanta. En estos años el temor en la población ante la presencia senderista era de tal magnitud que en noviembre de 1983 no se realizaron las elecciones municipales en ninguno de los distritos de Huanta.

La zona era considerada de alto accionar subversivo, era el corredor natural a través del cual se podía conectar fácilmente la sierra con la selva ayacuchana. Sendero Luminoso realizaba proselitismo, amenazas e incluso asesinatos selectivos contra sus opositores. Los sendristas obligaban a los comuneros a vivir permanentemente en los cerros para evitar que tuvieran contacto con los militares que ocasionalmente llegaban. Les advirtieron, además, que los miembros del ejército los matarían si los descubrían. Advertencia que, más adelante, pareció premonición. Pero hizo que los pobladores de Putis fueran vistos por los militares como colaboradores o integrantes de Sendero Luminoso.

Como en las películas surrealistas de Buñuel, la paradoja se vuelve realidad y los extremos se tocan. Militares y subversivos juraban luchar por el pueblo. Para poner fin a los abusos contra el campesino se hacía la revolución y también para eso se defendía el estado de derecho. El pueblo, invocado por ambos bandos, de los dos tenía que cuidarse. Al mismo tiempo que sentía temor de uno, tenía miedo del otro. Acorralado a veces por las circunstancias con ambos colaboraba. Los campesinos buscaban la salvación y terminaron encontrando la muerte.

El guión negado

En noviembre de 1984 se instaló una base militar en la comunidad de Putis. Una vez ubicados, los militares convocaron a la población que estaba dispersa en las partes más altas, como Rodeo, Vizcatánpata, Rumichaca, Sayhuallamacniyocc, Pampahuasi, Huancas, Orccohuasi y Cayramayo, para convencerlos que se mudaran a Putis. Los militares propusieron que fijaran su residencia en la parte baja, ofreciéndoles de esta manera protección contra la subversión. Cansados de vivir en los cerros y en medio de dos fuegos, los comuneros aceptaron la propuesta y se mudaron a Putis, llevando la familia, hijos, todas sus pertenencias y animales de crianza.

Los militares recibieron a los pobladores que llegaron a Putis y los reunieron en el local donde funcionaba el colegio. Les dijeron que a partir de ese momento les darían protección y colaborarían con ellos en diversas obras para mejorar su calidad de vida. En la noche las mujeres fueron separadas de maridos e hijos, priorizando a las más jóvenes y, por turnos, violadas por los uniformados.

A las seis de la mañana los militares llegaron con muchas herramientas y ordenaron a los varones, apuntándolos con sus armas, que caven una poza; les dijeron que era para construir una piscigranja donde criarían truchas, a otros, les aseguraron que allí construirían casas. Cuando estuvo lista la supuesta piscigranja, los militares reunieron al centenar de emigrados alrededor de la poza y dispararon a matar. Los soldados cubrieron los cadáveres con tierra y piedras. Otra parte de las víctimas fueron sepultadas al interior del aula de la escuela.

Este guión negado termina cuando algunos comuneros y el entonces teniente gobernador de Marccaraccay, alentadores de la matanza, llevan el numeroso ganado de los campesinos muertos, a la feria de ganados de Marccaraccay para venderlos. Las ganancias fueron repartidas con los militares.

Directores, actores principales y secundarios

A finales de 1984 gobernaba el país el arquitecto Fernando Belaunde Terry, quien fue proclamado por Toledo como “el paradigma de la democracia honrada” y falleció el 2002 con olor a santidad. Uno de sus ministros había asegurado que “el terrorismo venía de un portaviones anclado en el Caribe” y en materia de pacificación se seguía la receta argentina de Luis “el Gaucho” Cisneros: “Para que las fuerzas policiales puedan tener éxito, tendrían que comenzar a matar a senderistas y ‘no-senderistas’, porque esa es la única forma como podrían asegurar el éxito. Matan 60 personas y a lo mejor allí hay tres senderistas…». En la época de los hechos se desempeñaba como Jefe de la Segunda División de Infantería del Ejército, el General ayacuchano y conocido quechua hablante Adrián Huamán Centeno, además de estar reconocido como Jefe Político Militar de Ayacucho. Era Comandante de la Base Contra subversiva “Los Cabitos” el Teniente Coronel Edmundo Obregón Valverde. Sobre los responsables del comando en Putis se desconoce y hasta la misma existencia de la base se encuentra negada.

Si bien la muerte es un drama, sobrevivir bajo estas circunstancias puede convertirse en una tragedia. Cuando los sobrevivientes, se enteraron de la matanza, huyeron hacia la selva de Huanta: Llochegua y Sivia. Allí permanecieron sin denunciar estos hechos, sufriendo a sus familiares en silencio. Retornaron en 1997. El recuerdo de sus familiares fallecidos los hizo buscar el lugar donde estaban enterrados, así como identificar a los responsables. Se lograron conocer los nombres artísticos de algunos de los implicados como el oficial “Lalo”, el Teniente “Bareta” y el Comandante “Oscar”.

Un rondero, que en 1984 fue miembro del Comité de Autodefensa de Marccaraccay, y colaborador del Ejército, confirmó la participación del Teniente “Lalo”, agregando que dicho oficial era alto, blanco, de pelo negro y lacio.

El informe final de la CVR identifica a muchos de los campesinos asesinados ese día. Pero no se ha podido saber los nombres de los actores del reparto, salvo los sobrenombres que utilizaron y que todo y nada significan. A los pedidos de información realizados por la Fiscalía Mixta de la Provincia de Huanta y el Ministerio Público, al Preboste del Ejército Peruano, señala que en sus archivos no existe ninguna relación de personal de oficiales, técnicos, sub oficiales y tropa que hubieren prestaron servicio en la Base Militar de Putis durante el año 1984 y que también se desconoce la identidad del “Teniente Lalo”, “Capitán Barreta” y “Comandante Oscar”. Como en una película mal hecha, todos prefieren el anonimato. Como en las fiestas del exceso y el carnaval, nadie quiere mostrar su verdadero rostro y se prefiere guardar los antifaces que los encubrieron.

Sociedades con sacrificio y sociedades con matanza

Fue Tzvetan Todorov quien al escribir “La conquista de América, la Cuestión del Otro”, diferenció a las sociedades con sacrificio de las sociedades con matanzas.

Manifestaba que las sociedades prehispánicas practicaban sacrificios humanos orientados a la fertilidad y el renacimiento de la vida. En cambio, las sociedades con matanzas, impuestas luego de la conquista, buscaban todo lo contrario: aniquilar la vida misma.

Para precisar si en Putis se trató de un “sacrificio” orientado al proceso de pacificación o fue, en términos más humanos, una “matanza”, debemos revisar los fríos datos de la estadística: El reporte del Equipo Peruano de Antropología Forense (EPAF), da cuenta del hallazgo de 97 restos óseos en total. De ellos 48 corresponden a menores de edad (38 son niños menores de 10 años y los demás adolescentes), 23 restos humanos corresponden a mujeres adultas. Una de ellas llevaba un cráneo alojado entre sus vértebras: la cabeza de un niño, o para mejor decir, un embarazo interrumpido a los ocho meses de gestación.

Putis hoy: entre la reconstrucción y la esperanza

Putis está renaciendo de sus cenizas como el ave Fénix. Muchas instituciones están promoviendo acciones de apoyo y el pasado quiere superarse. Como diría el poeta Vallejo “Hay hermanos muchísimo que hacer…”, en materia de educación, salud, infraestructura productiva y desarrollo agropecuario. Pero también en materia de justicia. No es posible desarrollar una política del avestruz y negarse a reconocer lo sucedido, en una guerra donde tuvo componentes racistas, de prejuicios hacia campesinos que no pudieron ser vistos como nuestros semejantes sino como los “otros”. Los huesos desenterrados de mujeres embarazadas, niños y campesinos quedan como testimonio de un brutal homicidio. Las calaveras, desde el fondo de sus cuencos vacíos, parecen mirarnos con severidad reclamando nuestra atención. Y también justicia.