sábado, 2 de mayo de 2009

El hombre que escribió su necrológica

De paro cardio-respiratorio, como se estila, se ha muerto Javier Ortiz, el periodista español que llegó a las ligas mayores de la prensa empezando desde las publicaciones marginales más o menos vinculadas al Partido Comunista y al nacionalismo vasco de estirpe pacifista.
Lo conocí en Madrid en 1991, en una reunión auspiciada por la Casa de América, y desde que lo vi tuve la impresión de estar hablando con un vasco lúcido y sin cartas bajo la manga.
En 1989, Pedro J. Ramírez le había echado el ojo y lo contrató para “El Mundo”, el gran adversario de “El País”. Allí estuvo largos años, como jefe de Redacción y en un momento dado como subdirector, hasta que Pedro J. dejó de hablarle y hasta de contestarle las cartas.
Lo que pasaba es que Pedro J., que a mí siempre me pareció la versión doblada del director que odiaba al Hombre Araña, se había encopetado tanto, se había endeudado tanto y se había derechizado tanto, que hombres como Javier Ortiz empezaban a ser incómodos para el negocio de ser pulpero ideológico del Partido Popular.
En el año 2007, Ortiz renunció oblícuamente y por teléfono a “El Mundo” y se fue a “Público”, un diario que prometió ser más o menos socialdemócrata pero que hoy se debate, como casi todo en España, entre Mola y Sanjurjo, entre Fraga y Herrera de Miñón, entre el centro-derecha y la derecha alhajuda de Letizia. Es la deriva que ha padecido “El País”. Porque España terminará adoptando el bipartidismo unívoco y falsario de los Estados Unidos (a no ser que la crisis llegue a extremos y una situación revolucionaria sea inevitable).
Pero a lo que iba no era a hablar de la prensa española sino a hablar de Javier Ortiz. Este hombre extraordinario, que a veces se equivocaba de buena fe, enfermó en el 2006. Los médicos le diagnosticaron uno de esos males crónicos en donde tú eres la Normandía del 44 y el mal hace de Eissenhower. O sea que te vas a morir a plazo medio como que dos y dos son cuatro y como que las nubes negras traen tormenta.
Sabiendo que la cuenta regresiva había empezado, Javier Ortiz decidió escribir su propia nota necrológica. La redactó el 24 de enero del 2007 y la acaba de difundir “Público”, su último diario. Es una nota de antología, una pieza maestra del humor negro, la más triste demostración del altísimo nivel que todavía conserva la prensa escrita española.
Este texto, que quedará para la historia del periodismo, dice así en sus párrafos principales:
“Falleció ayer de parada cardio-respiratoria el escritor y periodista Javier Ortiz. Es algo que él mismo, autor de estas líneas, sabía muy bien que sucedería, y que por eso pudo pronosticar, porque no hay nada más inevitable que morir de parada cardio-respiratoria. Si sigues respirando y el corazón te late, no te dan por muerto”.
“Así que en ésas estamos (bueno, él ya no)”.
Javier Ortiz fue el sexto hijo de una maestra de Irún, María Estévez Sáez, y de un gestor administrativo madrileño, José María Ortiz Crouselles”.
“Sus abuelos fueron, respectivamente, un señor de Granada con aspecto de policía –lo que tal vez se justifique considerando el hecho de que era policía-, una señora muy agradable y culta con allure y apellido del Rosellón, un honrado y discreto carabinero orensano con habilidades de pendolista, y una viuda de Haro casada en segundas nupcias con el recién mencionado, Javier Estévez Cartelle, del que se derivó el nombre de pila de nuestro recién difunto”.
“Si algún interés tienen todos estos antecedentes, cosa que dista de estar clara, es el de demostrar que, en contra de lo que suele pretenderse, el cruce de razas no mejora el producto. (Obsérvese qué gran variedad de procedencias se puso en juego para acabar fabricando a un vasco calvo y bajito)”
“La infancia de Javier Ortiz transcurrió en San Sebastián, ciudad que le venía muy a mano porque nació allí. Se dedicó básicamente a mirar lo que había por sus cercanías, en particular el pecho de las señoras –ahora que ya está muerto podemos descubrir ese inocente secreto suyo-, y a estudiar cosas tan peregrinas como las ciudades costeras del Perú, de las que no logró olvidarse hasta su postrer respiro”.
“Los jesuitas trataron de encauzarlo por el buen camino, pero él descubrió muy pronto que era comunista. Eso malogró del todo su carrera religiosa, ya de por sí poco prometedora, sobre todo desde que notó con desagrado el interés que algunos sacerdotes ponían en sus partes pudendas”...
“Su primer trabajo como escribidor, aparecido en una página del periódico del colegio, fue, curiosamente, una necrológica, con lo que cabría decir que su carrera como periodista ha resultado capicúa...”
“A los 15 años, hastiado de las injusticias humanas, decidió hacerse marxista-leninista. Los años siguientes tuvo que emplearlos en averiguar qué era eso que acababa de hacerse, a lo que contribuyeron decisivamente algunos esforzados miembros de la Policía política franquista”.
“A partir de lo cual se dedicó con gran entusiasmo a cultivar el noble género del panfleto. Sin parar. A diario. Año tras año...”
“En materia de amores...también fue capicúa. Decía que las mejores mujeres, las más cariñosas y las más nobles con las que compartió sus días, (sin desdeñar dogmáticamente a ninguna otra), le resultaron la primera y la última. Aunque la favorita le apareciera de por medio: su hija Ane”.
“Y todo para acabar con algo tan vulgar como la muerte. Por parada cardio-respiratoria, como queda dicho. En fin, otro puesto de trabajo disponible. Algo es algo”.
Se necesita mucho talento aplicado al arte de reirse de uno mismo –el arte más difícil- para escribir un texto como ese.
Y como Javier Ortiz tenía exactamente mi edad y he sentido tan próxima su muerte, me he puesto a pensar qué se me ocurriría a mí como obituario.
La verdad es que no se me ha ocurrido nada. Será que, por ahora, me siento saludable. O quizá sea porque no tengo el coraje vasco de Javier.
Pero si alguna vez el Zarpazo Final me diese tiempo a escribir mi necrológica hablaría de Protágoras, de quien no sé por qué me siento temeraria e irreverentemente cerca.
Bueno, en realidad sí lo sé. Protágoras desperdició gran parte de su vida escribiendo cosas sueltas que nadie recordaría. Protágoras cuestionó a los dioses griegos y se convirtió en el primer agnóstico de la historia occidental. Por sus ideas, Protágoras fue un apestado y, más tarde, un traicionado. En efecto, un discípulo suyo llamado Evatio, que además le debía dinero a su maestro, lo delató por impío y Protágoras fue condenado al destierro y embarcado en una nave que naufragó y mató al expatriado y a la totalidad de sus ocupantes.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Durante años, rastreé los periódicos donde escribió, de la breve experiencia de Liberación a sus años en El Mundo porque no podía empezar el día sin leerlo. Yo solía decir entonces que leer a Javier Ortiz era como tomarse un café negro y sin azúcar. Si eso no te espabila, ya no hay nada que te espabile. Ahora lo seguía en Público . Esta mañana su muerte me ha pillado saliendo del plató.

No nos conocíamos. Hablamos hace dos años para colaborar en Los Desayunos, pero al final no salió por las bobadas que a veces truncan las cosas que pueden merecer la pena. El domingo fue el último día que al leer su artículo de Público me dije : tengo que volver a llamar a Ortiz. Un artículo que terminaba diciendo: "un fantasma recorre Europa: el encastillamiento de los poderosos".

Fiel a la lucidez, la acidez y la retranca que convertían en imprescindibles sus columnas, dejó escrito en su blog, su propio obituario.

Percy Rodriguez dijo...

Hola,

les recomiendo esta lectura sobre la prensa española y estadounidense.

Muy malas ambas aunque incomparablemente diferentes.
El blog lo escribe un amigo de la universidad, Eric Napoli

http://www.graveerror.net/2009/04/30/just-how-bad-is-american-journalism/

Saludos

Percy Rodriguez