Ricardo Palma Michelsen, dueño de Radio Miraflores, fue alguna vez a la cárcel por tener doble juego contable, otorgar facturas por servicios jamás realizados y evadir más impuestos que destilería de Chicago en los años 30.
Y ahora resulta que se hace la víctima, manda a escribir un libro a algún letrado bueno para el cuento, y se presenta en sociedad, vulcanizado y con el tapiz desinfectado, de la mano de Luis Castañeda Lossio, cómo no.
No me extraña. Un evasor y un mudo algo tienen elusivamente en común. De hecho, Palma Michelsen es regidor (o sea paje) de Castañeda Lossio en el municipio de Relima, la basura y las sobrevaluaciones. Es decir, en el califato de ese alumno de arquitectura que no asiste a clases, que nadie ha visto en Alas Peruanas y que –¡oh Señor de los Temblores!- ya está a punto de graduarse.
Lo que sí me extraña es que en la presentación de ese libro de Palma Michelsen, titulado “Desde el infierno”, haya estado gente decente apuntalando al personaje y hablando de “penas injustas” y “venganzas fujimoristas”.
¡Por favor! Cuando muchos se batían en contra de la Yakuza made in Balconcillo –o sea la banda de Fujimori-, el señor Ricardo Palma se prestaba a ser desagüe de la dictadura y convertía a su radio en un duro competidor, en cuanto a sobonería y astucia comercial, de RPP.
Y cuando lo pillaron en plena bamba tributaria no tuvo más remedio que quedarse callado y aceptar la chirona. En ese momento de 1997, por supuesto, no se le ocurrió hablar de “persecuciones” ni de “resistencias heroicas”.
Ahora sí. Es que en el Perú el tiempo funciona como detergente. Y el olvido es una fiesta ritual. Y todo sirve para la olla del “lomo saltao”.
Pero a nosotros que no nos vengan con que Palma Michelsen se enfrentó a Fujimori y a sus esbirros.
Palma era un fujimorista disfrazado de trapeador cuando la SUNAT lo cogió en el festival de la chanchada. Estuvo casi dos años preso.
Nada doblegó, sin embargo, su corazón de geisha. Al final consideró que Fujimori no había tenido que ver con su encarcelamiento y, cuando el Perú ya había jalado la cadena y aspiraba a olvidar la mugre del decenio, llevó a su radio a Jorge Morelli, adulón a sueldo del Chino, y a Nicolás Lúcar, operario de los drenajes de la referida banda, y se dedicó a adular a sus nuevos espónsores con la misma convicción con la que una chica de la Gran Vía se dedica a buscar caballeros.
A tal grado llegó su fujimorismo de evasor tributario excarcelado y masoquista, que su programa más oído se llamó “La hora del Chino”. En esa cabina, como en una fábula de Esopo, los roedores pontificaban.
Pero como Palma necesitaba de algunos otros efectivos, entonces se dedicó a licitar algunas horas de pluralismo arrendado.
Una de esas horas la compró, de buena fe, el Partido Nacionalista. La dirigía el periodista Jorge Miranda y se llamaba “La Olla en el Aire”. Pero era el año 2006, un año peligroso, así que el “libertario” Palma licitó –por lo bajo- la censura de dicho espacio.
Alguien debe haberle hecho una muy buena oferta. Lo cierto es que “La Olla en el Aire” salió del ídem de una sola patada.
Cuando cerró el programa, Palma Michelsen, que es tan valiente como una brisa de verano, dijo públicamente que él no era el responsable del cierre, que el programa había sido sacado del aire por “la Junta de Accionistas de Radio Miraflores”.
Cuando le preguntaron quién mandaba en esa Junta, Palma dijo que allí la voz cantante “la tenía la SUNAT, porque la SUNAT sigue siendo el primer acreedor de la empresa”.
Era una mentira digna de “Buenos días, señor presidente”, el programa que bien podría haber salido en el viejo “Variedades” de su abuelito Clemente Palma. La SUNAT sólo estaba interesada en que el tramposo amortizara la deuda y no se metía con la programación.
La verdad era que el Apra y los empresarios que estaban detrás de Alan obtuvieron de Palma la contraprestación del cierre de “La Olla en el Aire”.
“Es cierto. Era un programa que no conservaba la neutralidad necesaria en una etapa electoral”, alcanzó a decir.
¡Y lo decía él!
Pues bien, esta es la pincelada de una biografía que da para un mural: un paredón de proporciones egipciacas plagado de escenas que tienen un denominador común: el periodismo como la profesión del canje, como la fe del que ya no cree en nadie y como el servicio higiénico del gran poder.
Que con su pan se lo coma. Pero que no nos vengan Castañeda y sus aliados a presentar a Palma Michelsen como ejemplo de martirologio. Eso ya resulta demasiado cómico.
viernes, 18 de diciembre de 2009
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2 comentarios:
Los apristas hacen eso a cada rato en La Libertad y Fujimori no les hizo nada y ahora gobiernan. Conclusion : Son los mismos corruptos
Mientras no tengan todos la mismas oportunidades de acceder a la riqueza o a tener poder,y que tiene que ver con problemas estructurales y globalizados tambien ,seguiran arrivando egocentricos por doquier. Y la participacion ciudadana sin dar el salto.
El capitalismo no es un sistema que realmente puede motivar a lograr consensos en la poblacion peruana , puesto que solo visionamos recibir migajas como recompensa, y un estilo de vida que no va con nosotros.
saludos.
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