Faltando pocos días para el fin del siglo XX, una noticia llamó nuestra atención: se estaba subastando, por todo lo alto, el menaje y diversos recuerdos domésticos de algunos de los más infames sociópatas de la historia. No imaginábamos en aquel diciembre de 1999, sin embargo, que aquellas atrocidades de remate y pujas se harían cosa común con el correr de los años y que el capitalismo haría del culto a la muerte una de sus más sombrías delicatesen.
Un cable de la agencia Efe nos trae la última nueva del capitalismo a lo bestia. Resulta que la subastadora Great Gatsby’s, localizada en Atlanta, ha decidido vender bienes póstumos asociados al crimen. O sea, suvenires de asesinos, lunáticos y suicidas inductores de suicidios multitudinarios.
Great Gatsby’s ha puesto a la venta, por Internet, una coctelera de plata que perteneció a Adolfo Hitler y que tiene el emblema nazi y las iniciales A.H. El objeto fue robado como botín de guerra por un soldado norteamericano en la ciudad de Munich.
¡Abran sus ofertas! ¿Cuánto puede costar tamaño objeto de culto para las hordas nazis que crecen como hongos en los Estados Unidos? ¡Vamos, suban sus ofrecimientos!
¿No es delicioso imaginar que esa coctelera fue parte del decorado de una noche en la que Hitler le trató de explicar a Eva Braun por qué la música de Wagner era parte del espíritu alemán? Afuera, en el reciente frío del otoño, los pastores alemanes ladrarían. Y Hitler, muy tierno, daría la orden de que los calentasen en el galpón especial. A muchos kilómetros, miles de judíos, gitanos, homosexuales y comunistas mirarían a los ojos de sus guardianes para intentar descifrar si esa sería la última noche de sus vidas.
Ahora venden su coctelera. Como antes quisieron vender sus falsos diarios. También Great Gatsby’s está vendiendo por la red cibernética los cepillos de dientes, las túnicas y los lapiceros de los miembros de la secta Puertas del Cielo, que se mataron unánimemente para que los extraterrestres los recogieran el día del juicio final de 1997.
Dice el cable que Cathee Shultz, propietaria del Museo de la Muerte en Hollywood, ya ha manifestado su deseo de comprar las camas donde los 39 suicidas fueron hallados. Es como un homenaje al siglo XX, probablemente el siglo más depravado de la breve historia humana. Suena coherente.
Propongo que entren a la subasta del patíbulo el pañuelo de seda de Stalin, el lapicero de oro de Mao, la limusina de Pinochet, los calzoncillos de Batista, el vaso de noche de Jack el Destripador, la afeitadora de Landrú, las gafas de Kevorkian, el anillo de bodas de Mengele, la boina de faena de Ariel Sharon, el teléfono cifrado de Montesinos, la escupidera de Mussolini y la tarjeta de platino, con sede en el Caribe, del señor Fujimori.
sábado, 26 de diciembre de 2009
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2 comentarios:
las toallitas higenicas de Ollanta, la depiladora de la madre de hilde-RAT.-
......Los "makarios" de cesar hildebrandt....
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