Acabo de leer un magnífico artículo de Pablo Macera sobre Alfredo Torero en la revista cultural que, felizmente, sigue publicando la Biblioteca Nacional del Perú.
Y leyendo ese artículo compruebo que la cultura oficial –la que domina los periódicos, la que acampa en las ferias librescas, la que se cree albacea de la historia- poco o nada tiene que ver con figuras como la de Torero o la de la arqueóloga peruana Rosa Fung.
Esa separación entre una seudoaristocracia intelectual y el trabajo de algunos de los verdaderos protagonistas de la cultura peruana se me hizo risible hace unos días leyendo a Abelardo Oquendo, el amargo de angostura del viejo cóctel de la cultura peruviana vista desde el hotel Maury.
Contaba el señor Oquendo en su muy leída columna –y no había sino placer en sus palabras- a cuántos poetas peruanos se había salteado José Miguel Oviedo –el otrora brillante y libre crítico literario- en los cuatro tomos de su aparente “Historia de la literatura hispanoamericana”.
Oquendo gozaba comentando a qué pocos poetas había dejado entrar en su castillo de Alianza Editorial el señor Oviedo y a quiénes se les había permitido el ingreso a pesar de “graves reparos”. Como si Oviedo fuera el destino y Oquendo un jubiloso enterrador auxiliado magistralmente por la bilis. Era para morirse de la risa.
Y bien, ¿quiénes estaban entre los excluidos del parnaso ovetense? O sea, ¿a cuántos había matado el gusto temible y decisivo, decisivo y temible, de don José Miguel Oviedo?
Bueno, digamos que el cementerio propio de este doctor Procopio salido de Biondi era como el Presbítero Maestro. Así de grande era la mortandad provocada por este crítico convertido en epidemia. Y en la primera tumba estaba el pobre Mariano Melgar, con Silvia y todo. Chocano se había salvado con las justas del paredón pero, eso sí, allí estaban (por no estar), es decir allí brillaban por su ausencia los excluidos de Oviedo, los que no aprobaron su feroz examen de admisión.
¿Quiénes, aparte de Melgar?
Pues los hermanos Felipe y José Pardo Aliaga, el muy romántico Carlos Augusto Salaverry, el brillante José Eufemio Lora y Lora, que murió de Metro de París a los 23 años de edad. Eso para empezar.
¿Y José Gálvez? Negado. ¿Y Alberto Ureta? Omitido. ¿Y César Atahualpa Rodríguez? Puenteado. ¿Y Juan Parra del Riego? Ninguneado. ¿Y Ricardo Peña? Tarjeta roja. ¿Y Alberto Hidalgo? ¡Brinca la tablita!
Así este sarraceno del “buen gusto” va entrando a la república de la poesía y va separando cuerpos de cabezas y regando de sangre las solapas y las contratapas.
A Luis Fabio Xammar, por ejemplo, lo ignora. Quizá porque su poesía es “muy social”, un criterio que parece estar detrás de esta masacre antológica. Esa mirada aduanera debe estar detrás también de la exclusión, en la corriente del nativismo, de un poeta como Mario Florián.
Menos explicables aún son las expulsiones de Luis Nieto y Juan Ríos y del todo imperdonable la de Xavier Abril. Desde su tumba, dolido por tan trágico suceso, Abril podría haber escrito por segunda vez su hermoso “Xavier Abril ha muerto”. Que así de letal es don José Miguel con su escogencia de crítico implacable. (Y ya no hablemos de Vicente Azar, que ni siquiera por su apócrifo apellido estuvo entre los señalados).
Pero es en relación a la poesía reciente que el señor Oviedo despliega con mayor brío su furia de arma blanca (bueno, casi blanca).
Allí están, para demostrarlo, amontonados, los cadáveres más notorios. ¡Y de qué esqueletos hablamos!
Por supuesto, muerto por exclusión está Gustavo Valcárcel, un poeta combatiente y para remate comunista. Sin embargo, habría que apelar a la memoria para recrear el pasado de sonetista romántico y hasta barroco de Valcárcel (factor que el señor Oviedo pudo tener en cuenta para no expulsarlo de su paraíso y dedicarle, aunque fuese, una línea). ¿O es que no valen versos como estos?
“Si pájaro de amor de amor moría,/ era
su amor el ala que volaba,/ geografía amorosa le surcaba,/ aérea remembranza le envolvía./ Su pico temporal se estremecía,/ al recuerdo de rama que anidaba,/ dulce aroma en la noche que cavaba/ en pos del cuello, amor que amanecía./ El cielo en su plumaje desplegado,/ el viento en lejanía gemebundo,/ a pluma de nostalgia desterrado./ Sola moría el ave bajo el mundo,/ y la estrella en su pico iluminado/ era trino de amor ya moribundo”.
¿Y Manuel Scorza? Tampoco, tampoco. Ese sí que debe estar entre los malditos más indignos del gusto de don José Miguel, crítico que, con el tiempo, ha adquirido algunas de las manías de don Clemente Palma. Para señalar una causa de su mortal exclusión basta recordar de Scorza el comienzo de su poema “Pueblos amados” del libro “Las imprecaciones”: “Pueblos amados,/ poetas fulgurantes,/ padres remotos,/ amigos queridos,/ dais asco./ Me voy./ ¡Que conste!/ ¡No me complico!/ A mí no me vengan con la patria espuma./ La patria hiede,/ desgraciadamente la patria vomita buitres./ A mí no me digan: hay visitas...”
Más adelante, tampoco están -¿es necesario decirlo?- ni Marco Martos ni Manuel Morales ni Cecilia Bustamante ni Juan Cristóbal ni Arturo Corcuera ni Jorge Pimentel ni muchísimos otros y otras de todos los sexos y todos los timbres. Sí está, en cambio (y bien merecido que lo tiene) Abelardo Sánchez León.
Y, por último, otro que no fue escogido por este Chemo del Solar de la poesía peruana, este matador señor Oviedo, es nada menos que don Juan Gonzalo Rose.
¿Le importará al difunto Juan Gonzalo no estar entre los políticamente correctos según los cánones del señor Oviedo? ¿Puede importarle este desaire de connotaciones casi condecorativas a alguien que escribió poesía pura, poesía manchada de rabia, poesía más dura que las antologías mentecatas y los críticos que se creen porteros del futuro?
Yo creo que Juan Gonzalo, desde la tumba, mirará al señor Oviedo, beberá un sorbo de cerveza, bajará la cabeza, volverá a mirar, pegará otro sorbo, eructará discretamente y brindará con sus amigos. Al fin y al cabo, Juan Gonzalo escribió:
“¿Quién es el Rey? ¿quién es el Rey?
preguntan.
El Rey es lo que queda
después de los incendios.
El Rey sólo es el Tiempo.
Y esto, Guamán,
el Rey no lo sabía”.
sábado, 2 de agosto de 2008
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4 comentarios:
"La verdad que cuando escribí la novela ni siquiera pensé en esa frase", dijo Mario Vargas Llosa acerca de una interrogante que ha calado en nuestra conciencia: "¿En qué momento se había jodido el Perú?".
"Pese a compartir la misma carpeta durante tres años, y haber hablado de fútbol y de chicas, no recuerdo haber conversado de literatura contigo. ¿Por qué?", le preguntó José Miguel Oviedo, compañero del escritor en el colegio La Salle. Luego de comentar con indulgencia una acuarela que el actual crítico literario (y ahora sabemos casi pintor) le dedicara entonces, Vargas Llosa respondió que "era (la literatura) una compañera secreta. Aunque comencé a leer a los diez años, a partir de 1946 pasó a ser una actividad clandestina. Fue cuando empecé a vivir con mi padre, que no apreciaba esas aficiones".
Al recordar su vida universitaria en San Marcos durante aquellos años, "estábamos rodeados de mediocridad, con profesores encarcelados y soplones en las aulas. Se pensaba renunciar al éxito porque ser exitoso significaba hablar aplastando al otro. La sensación principal era de asfixia. Y más allá de las fronteras, la literatura era lo único estimulante. Quizás esté siendo injusto, pero recuerdo la sensación de preguntarme: '¿en qué país nos ha tocado vivir?'. Ese fue el material con el que diseñé a Zavalita", relató el escritor.
¿Pesimista? "Soy muy optimista, sino no escribiría ni opinaría sobre política, porque pienso que se puede hacer algo. Pero cuando escribo, creo que ese pesimista inconsciente levanta la cabeza".
Enrique Krauze pidió a Mario dos consejos: uno para los jóvenes aspirantes a escritores y otro para aquellos jóvenes con ambiciones políticas. "Un signo inequívoco de que estamos envejeciendo es que vengan a pedirnos consejos", dijo Mario Vargas Llosa. "Cortázar me decía: cuando venga un joven hay que hacer lo que los maestros Zen con los candidatos a monjes: romperles la cabeza con una silla y decirles cosas desarmantes para disuadirlos. Y es que las estadísticas de que lleguen a ser buenos escritores son muy pocas, raras veces depende del talento. Incluso, pueden ser reconocidos póstumamente y ni se enterarán. Si sobreviven a esta prueba significará que tienen pasta de escritores, que tienen vocación. Escribir es una terquedad pero también es aburrimiento, es ir a ciegas, es trabajo, es sudar la gota gorda. Hay muy pocos Rimbaud".
Para la segunda, confesó sus limitaciones: "No puedo hablar con tanta convicción porque, aunque se reirán, yo no soy un político y lo descubrí haciendo política. Pero yo les diría que siempre hay esperanza. Cuando era joven creía que no había esperanza pero era absolutamente falso. Hay que hacer las cosas bien. Lo peor de América Latina han sido sus dictadores y nosotros hemos sido culpables de eso al permitirlo. Yo conminaría a los jóvenes a conseguir el objetivo de erradicar la tradición autoritaria. Hay que construir una cultura de democracia y de libertad, que es una palabra hermosa, concentra todo lo que hay de decente y de humano en nosotros... Veo con cierto asombro que he terminado haciendo un discurso político".
" La forma determina que una historia sea buena o mala, pero la forma al servicio del personaje", afirmaba el creador de La Guerra del Fin del Mundo. "La novela no es un género que ha nacido para contar verdades, sino para contar mentiras que parecen verdades", "la objetividad de una ficción es otra ficción".
Habló también de su rechazo a la novela como sinónimo de verdad objetiva y radical. Dijo además que no creía en la diferenciación categórica entre "la realidad real y la realidad literaria". Tampoco concibe una historia sin la previa documentación e investigación, algo que dependiendo del tema le puede provocar una prolongada efervescencia y apasionamiento.
Se asombra aún por la forma como trabaja su memoria, jugando con los recuerdos sin proponérselo. Aparecen imágenes, odios y alegrías escondidas que de pronto se convierten en elementos útiles para la narración.
Lo conmueve la tragedia y el melodrama y se siente seducido por escribir historias truculentas, excesivas, que expuestas al lector transparentemente podrían llegar a ser inverosímiles. "Cuando uno es joven cree que la oscuridad es sinónimo de profundidad", pero cuando uno crece sucede todo lo contario: "La hazaña más difícil es contar una historia con un artificio tan logrado que sea transparente".
"Quiero preguntarte por la frase famosa ¿en qué momento se jodió el Perú?, le preguntó Abelardo Oquendo el primer día del Congreso. "Muchos han querido hacer interpretaciones de esa frase", continuó Oquendo. "¿Quisiste realmente interpretar algo sobre el Perú o fue producto de un estado de ánimo?"
"Fue resultado de un estado de ánimo no sólo mío sino de mi generación", contestó. "Vivíamos bajo una dictadura que no era especialmente sanguinaria si se la comparaba con otras de su época. Sin embargo era terriblemente corrupta. Yo tenía la sensación de que si quería ser escritor, tenía que irme de aquí. El escritor no era un tipo considerado ni respetado ni valorado". "Yo sentía que para nosotros, que nos interesábamos por la literatura, quedarse en Lima era como vivir en la asfixia".
Solo queda dar las gracias por la belleza y estilo.
Sr. Hildebrandt si usted se dedicara a la literatura de lleno de seguro que sería uno de los que no caben en la muerte.
Lo admiro por haber consagrado su vida a narrar todas las cosas del Perú, las buenas y las malas, bien pudiendo ser artista de la palabra y filtrar las cosas que no merecen ser dichas, pero usted es un detective del alma no le queda más camino que el de periodista.
Dais asco Hildebrandt la patria, tu patria vomita buitres como garcía, fujimori mas familía y demas, la lista es larga y no me digas que no es cierto, solo los tontos para entender que los defiendes asolapadamente y no hables de marxismo pues hiedes a ese estado putrfacto
El Arte Contemporáneo dice: Ey, si la vida no tiene sentido, cada uno a construirle uno y que sea de vuestro agrado. El Profundismo replica: tenéis razón, el hombre anhela un sentido de vida para dotarla a ésta de existencia, pero seamos honestos también: no podemos vivir sólo para cada uno de nosotros como indolentes autosuficientes. Esto quiere decir dos cosas:
EL ARTISTA(POETA, ESCULTOR, PINTOR, ESCRITOR, ARTESANO, MÚSICO, ETC) DEBE DEJAR DE EXHIBIRSE COMO UN MENDICANTE DE LA FAMA Y EL ÉXITO INVIDIVIDUAL. EL ARTE NO ES NINGÚN PRODIGIO, NO ES NADA SUBLIME, ES UNA MANIFESTACIÓN MÁS DEL INSTINTO HUMANO/ANIMAL POR COMPRENDER SU CONTINGENCIA TEMPO-ESPACIAL.
EL COMPROMISO DEL ARTISTA CON SU REALIDAD CIRCUNDANTE NO CONVIENE A UN DEBER “COOPERATIVO”, SINO A UN DEBER POLÍTICO ELEMENTAL PARA CON SU PROPIA OBRA. ES MENESTER QUE SE ENFRENTE CON SU INEVITABILIDAD HISTÓRICA QUE COMPARTE CON LOS DEMÁS. SU VOZ AUNQUE MUERDA INDIVIDUALIDAD PERMANECE EN LA RETINA DE UNA SOCIEDAD.
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