Isaias Berlin es una de las bestias negras de la izquierda académica (o sea, la casi inexistente izquierda que debate y refuta sin parapetarse en los dogmas de Stalin).
Y es una bestia negra porque se ganó a pulso esa condición. A mí también me parecen repulsivas las posiciones que Berlin adoptó, en su momento, en relación a Vietnam o Cuba.
Que un liberal de su estirpe no condenara la bucanera intervención de los Estados Unidos en la Cuba de los años 60 resultó un escándalo. Y que un filósofo de la historia, que buscó la huella de la ética hasta en la obra de Maquiavelo, no condenara la guerra de Vietnam resultó una felonía.
Esas dos manchas imperecederas convirtieron a Berlin en un blanco vulnerable de las exclusiones y, fatalmente, lo emparentaron –dado que murió en 1997 a los 91 años- con la chusquería derechista de los Johnson, la Thatcher y los Reagan.
Pero Berlin fue mucho más que sus errores y en estos días en que hemos visto morir a Soljenitsin yo he recordado que la más pavorosa definición del estalinismo la leí en boca de ese filósofo nacido en Letonia y que hizo toda su vida intelectual en Inglaterra.
Ya sé que decir “la leí en boca” suena chirriante. Pero no encuentro otra manera de referirme a la impresión que me causó el libro surgido de la inmensa entrevista que Berlin le concedió, a lo largo de varias semanas de 1986, al intelectual de origen iraní Ramin Jahanbegloo (el mismo que padeciera 150 días de arresto en Teherán en el 2006).
Aparte de su feroz erudición, su ironía didáctica y la claridad de sus fobias filosóficas, Berlin sumaba a esas virtudes la de ser un gran conversador. Y, para mí, hubo dos momentos cumbres en ese diálogo tan nutritivo como actual.
El primero tiene ribetes kafkianos y es cuando Berlin, que salió a los trece años de la Rusia revolucionaria, cuenta cómo fue aniquilándose la pluralidad informativa que, mal que bien, le permitió al ala bolchevique del marxismo ruso crear la conciencia del cambio radical que vertebraría su programa.
En Petrogrado, adonde había ido a parar la familia Berlin huyendo de Riga, había un periódico más o menos centrista que se llamaba “Día”. Cuando el leninismo cundió, ese diario, convertido en amenazante vocero del nuevo poder, salió con el nombre de Noche”. Pero sucedió que la primera purga ordenada desde Moscú exigió, al parecer, un cambio en el cambio, así que “Noche” se convirtió en “Medianoche”. Poco después, desapareció por unos días y reapareció con el ya onírico (y profético) encabezado de “Noche profunda”. Y a los pocos días, en efecto, desapareció definitivamente.
Resulta obvio decir que en Petrogrado, en aquel 1919, la prensa se convirtió en un solo puño proletario.
El segundo escalofrío de esa lectura es cuando Berlin, después de considerar la idea de la justicia perfecta como enemiga de la humanidad e inspiradora de enormes crímenes y luego de expresar su acérrimo odio por “el monismo occidental”, define lo que fue el estalinismo. En lo que a mí respecta, no volvería a encontrar descripción más exhaustiva que la suya (tomada, en realidad, prestada de un personaje injustamente olvidado).
Cuenta Berlin que él creía, como muchos, que la Rusia soviética era un “estado hobbesiano”, es decir una dictadura derivada del Leviatán de Hobbes. Eso creía hasta que en 1946 o 47 –no lo puede precisar- conversó con Alexandre Kojeve, un ruso que se había hecho francés y que fue uno de los más grandes especialistas en Hegel.
Kojeve –que murió en 1968- le quitó la venda de los ojos. Porque le hizo comprender que lo de Stalin no tenía como fin imponer la autoridad sino, abiertamente, el infierno. Un infierno en el que todas las individualidades se disolvieran en un solo caldo de terror.
Berlin lo describe así: “Pero si usted acusa a la gente de romper leyes que no rompió, si la acusa de delitos que no cometió, de actos que ni siquiera puede comprender, acaba reduciéndola a papilla...Hobbes concebía una ley que, de ser obedecida, permitía sobrevivir. Las leyes que hizo Stalin eran tales que uno podía ser castigado por obedecerlas o desobedecerlas, al azar. No había nada que se pudiera hacer para salvarse. A uno lo castigaban por transgredir o acatar leyes que no existían. No había salvación”.
¿No es la perfecta descripción del infierno perfecto?
Y pensar que hay gente que suspira de la nostalgia recordando esos tiempos de maniqueísmo ramplón y silenciosa complicidad.
miércoles, 13 de agosto de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
4 comentarios:
En efecto, es una definicion aterradora. Y quien quiera comprender desde la ficcion lo que fue el terror de Stalin, debe leer EL CERO Y EL INFINITO de Arthur Koestler.Es escalofraiante y brillante.
http://www.literalia.es/modules.php?name=News&file=article&sid=598&mode=thread&order=0&thold=0
A continuación ofrezco más párrafos del prólogo "Un héroe de nuestro tiempo" de Mario Vargas Llosa para el libro "The Hedgehog and the Fox" (El Erizo y la Zorra), de Isaiah Berlin.
Las verdades contradictorias
Para introducirnos en lo que Isaiah Berlin denomina "verdades contradictorias" o "fines irreconciliables", Mario Vargas Llosa señala que "en el pensamiento occidental se suele creer que existe una sola respuesta verdadera para cada problema humano y que, una vez hallada esta respuesta, todas las otras deben ser rechazadas por erróneas". Y, por otro lado, como complemento y tan antigua como ella, sostiene que también está la creencia de que "los más nobles ideales que animan a los hombres son compatibles unos con otros".
Y en torno a ellas Vargas Llosa indica que Berlin es escéptico. Como ejemplo, el escritor peruano señala que todas las utopías sociales -de Platón a Marx- han partido de un acto de fe, y que quizás nada expresa mejor este optimismo que el lema de la Revolución Francesa: "Libertad, Igualdad, Fraternidad". Sin embargo, "la más inesperada demostración -que aún hoy muchos se niegan a aceptar- fue la de que estos ideales se repelían uno al otro desde el instante mismo en que pasaban de la teoría a la práctica, de que en vez de apoyarse entre sí, se saboteaban".
Por eso, Vargas Llosa escribe que, según Isaiah Berlin, "más grave que aceptar este terrible dilema del destino humano, es negarse a aceptarlo (jugar a la avestruz)". El escritor peruano agrega que por trágica que sea, para Berlin "esta realidad permite sacar lecciones provechosas, y pensadores políticos que intuyeron este conflicto -el de las verdades contradictorias- han mostrado una mayor aptitud para entender el proceso de la civilización, el fenómeno humano".
Y agrega: "Que haya verdades contradictorias, que los ideales humanos puedan ser adversarios, no significa para Isaiah Berlin que debamos desesperar y declararnos impotentes. Significa que debemos tener conciencia de la importancia de la libertad para elegir. Si no hay una sola respuesta para nuestros problemas, nuestra obligación es vivir constantemente alertas, poniendo a prueba las ideas, leyes, valores que rigen nuestro mundo, confrontándolos unos con otros, ponderando el impacto que causan en nuestras vidas, y eligiendo unos o rechazando o modificando los demás".
Al igual que Montaigne, uno de sus maestros admirados, Berlin nos alerta a estar alerta de nosotros mismos. Las contradicciones del mundo están vivas en nuestro propio ser y esa alerta es la única cura del dogmatismo y el fanatismo.
Stalin y la noche de los cuchillos largos, el aplastamiento total a la dictadura zarista, un pueblo oprimido por la crueldad de la nobleza Rusa, eso tampoco se debe añorar.
Es verdad que el comunismo es la enfermedad utópica del que pretende que todos seamos iguales, pero Marx estuvo siempre muy por encima de Stalin.
Los altos funcionarios de Soviet Supremo tenían privilegios que los alejaban de la realidad de su pueblo, ellos ya no podían ser el pueblo y por consecuencia se convirtieron en los lobos del rebaño.
Stalin fue tan tirano como Richard Nixon, su muestra de amor por el poder infinito estuvo en el caso Watergate, así que no se diga que este asunto de la tiranía de Stalin es única, actualmente Estados Unidos tiene una política sin barreras en lo que se refiere la CIA. ¿Si el sisteam demócrata es tan santo por que emplea la intimidación o la muerte si es necesario? La noche de los cuchillos largos se hace en Norte América y no hay quien pueda poner la mano para impedir su filo mortal sobre todo libre pensante que busca un mundo mejor, un mundo soñado por Platón, por Cristo, por Einstein, por Marx y por el mismo Abraham Lincoln, no es cuestión de colores ni de banderas, es un sueño que se resiste a morir, es un sueño viejo, moribundo, pero emite una luz verdadera, tan fuerte que impide que la humanidad entera caiga en la "Noche profunda" en el embeleco de los ciego de acero, borregos corriendo velozmente al abismo, que en mi definición es el verdadero infierno perfecto.
Que muera Stalin, pero que no se tire a la basura todo el trabajo de Marx y mucho menos de Platón, ellos no tiene la culpa de las miserias humanas.
Curiosamente muchos de los discípulos de Berlin hoy se dan golpes de pecho por haber apoyado resueltamente la intervención americana en Irak. El primero en hacerlo fue Michael Ignatieff, le siguieron Leon Wieseltier y su tocayo mexicano Leon Krauze. Uno de los pocos que continúa apoyando a Bush, aunque no lo reconoce abiertamente, es Mario Vargas Llosa, que en un artículo más o menos reciente por poco le escribe una oda al general Petreaus. Claro está que Vargas Llosa es un hombre inteligente, y por eso le resultaría vergonzoso manifestar su admiración paralela por el más brillante catedrático de Oxford y el más imbécil de los inquilinos de la Casa Blanca. En México, el cachorro de Octavio Paz, Leon Krauze, ya superó este conflicto, y ha ordenado a sus oseznos a que llamen a Bush por su nombre: burro, animal, bestia, canalla, etc. No sin antes aclarar que el partido republicano se está renovando y que McCain representa la moderación y el futuro.
Publicar un comentario