Por Manuel Rodríguez Cuadros
A partir de la segunda década del siglo XIX, agotada la posibilidad de la integración latinoamericana en una “Nación de Repúblicas”, el destino internacional de América Latina se vinculó estructuralmente al papel regional y mundial de Estados Unidos. Ha sido y es una relación compleja que no puede ser explicada solamente por los vínculos formales de gobierno a gobierno, pues desde esa época en ella se han comprometido los intereses de los pueblos y de una amplia diversidad de actores económicos, sociales y políticos.
Por eso ha sido y es una relación internacional societal que va mucho más allá de las interacciones oficiales. Ha sido y es una relación difícil, compleja, plena de contradicciones. Una relación en la que las dinámicas de la cooperación y conflicto han sido expresiones de una misma realidad, muy influenciadas por condicionamientos ideológicos.
Desde finales del siglo XIX hasta 1945 las relaciones se tensaron en la dicotomía aparentemente excluyente “latinoamericanismo-panamericanismo”. Y, a partir de la segunda guerra mundial, en la confrontación, propia de la guerra fría, “capitalismo-socialismo” con las contradicciones derivadas de “nacionalismo-imperialismo” y “reforma o revolución-statu quo”. El carácter conflictivo de estas dicotomías opuso o vinculó, según el caso, a gobiernos y fuerzas políticas internas. En la fase de distensión de la guerra fría surgieron políticas exteriores menos maniqueas, administraciones más pragmáticas y autónomas. Se abrieron espacios racionales y razonables de mutua conveniencia.
Con el fin de la guerra fría la desaparición de la contradicción “socialismo-capitalismo” y la difusión de la democracia, los derechos humanos, el desarrollo sustentable y la cohesión social como valores compartidos por vastos sectores de las sociedad en Estados Unidos y América Latina, propició -quizás por primera vez en la historia- la posibilidad de construir relaciones positivas y constructivas sin la prevalencia de conflictos ideológicos antagónicos.
La diplomacia de Bill Clinton reflejó en gran medida esta evolución. Pero el neoconservadurismo de Bush pasó las relaciones interamericanas por el “túnel del tiempo”, retrotrayéndolas a niveles de conflictividad y diferenciación de intereses propios de la guerra fría. Con Barack Obama resurgen los espacios de una nueva relación histórica, basada en la democracia, los derechos humanos, la equidad social, la lucha contra la desigualdad y el respeto de las identidades nacionales de parte y parte. Los Estados Unidos son un actor interno de la política latinoamericana, como en Europa, Asia o África. Son además un mercado indispensable y un referente de la diplomacia regional. Una saludable y conveniente asociación con autonomía es el desafío del nuevo siglo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
El Latinobarómetro decía que había desinterés y escepticismo en la forma en la que los lationomaericanos veían o seguían el proceso electoral en Estados Unidos. Desinterés porque percibían que la cosa no iba con ellos y escepticismo porque la mayoría consideraba que nada iba a cambiar ganara quien ganara las elecciones. Ambas actitudes son entendibles desde América Latina. Pero lo cierto es que la victoria de Barack Obama sí ha despertado, al final, una especie de alivio y de esperanza.
Generalizar es siempre apostar por equivocarse. No se puede hablar de todos los latinoamericanos como si fueran uno sólo. A la mayoría de los indígenas del Quiché, del Altiplano boliviano o de las selvas ecuatorianas, a los pobladores de las villasmiserias que rodean todas las capitales latinoamericanas, a los desheredados y excluidos de siempre, a las víctimas de una violencia institucional que es moneda común, apenas si les ha llegado el eco de la elección presidencial. No tienen muchas esperanzas de que su vida vaya a cambiar de la noche a la mañana.
Tampoco echan las campanas al vuelo quienes saben, y la mayoría de los latinoamericanos lo sabe, que una cosa puede ser el presidente y otra Estados Unidos, su maquinaria para imponer modelos socioeconómicos de explotación y supremacía cultural, el desprecio por los habitantes de su amplio sur. Pero también es cierto que en las últimas horas son muchos los latinoamericanos que han visto en la victoria de Obama el surgimiento de algo nuevo, distinto. Puede ser por el color de su piel (y para los latinoamericanos, tantas décadas despreciados por los gringos, no es banal), puede ser por un discurso que no suena vacío o falso, puede ser porque a veces merece la pena creer en algo o en alguien, hay muchas razones, el caso es que la victoria de Obama se ha recibido con satisfacción por buena parte de los latinoamericanos. Ahora tendrá que demostrar que las expectativas eran reales. Y que para Estados Unidos, América Latina ya no es aquella “América para los americanos” del presidente Monroe que dio luz verde al saqueo. El tiempo lo dirá.
Publicar un comentario