El periodismo de investigación es el que, precisamente, no se guía por las apariencias.
Porque no es que las apariencias sean engañosas –que lo son, por lo general–. Es que, por un asunto de método, la investigación periodística observa con incredulidad, juzga desde la duda, coteja con escepticismo sus propios documentos y sus presuntos hallazgos.
Y luego, una vez acumulado un buen número de posibles certezas, el periodismo de investigación que quiere ser decente procede a someter esas certezas, todavía sujetas al testeo, a una batería de preguntas incómodas y autocríticas. Y, si es posible, a un cruce de fuentes que confirme, con sus coincidencias, el núcleo duro de la investigación.
Un periodista de investigación tiene que ser el abogado del diablo de su propia causa. De no hacerlo, algún abogado –el del juzgado de guardia, por ejemplo– se hará presente de todos modos en la historia.
Cuando Dolores Martínez y Javier Pagola, del ABC de Madrid, descubrieron hace poco que Romano Prodi había habilitado el escenario para algunos de los encuentros entre ETA y funcionarios del gobierno de Rodríguez Zapatero, no es que leyeran sólo las fichas migratorias de algunos etarras. Es que investigaron. Se agotaron en eso que algunos profesores de periodismo norteamericanos llaman “la prensa en profundidad” y obtuvieron su premio.
El periodismo de investigación trabaja con fuentes, por lo general cerradas, en la búsqueda de información premeditadamente oculta que puede ser de interés público. Recibir un documento oficial, leerlo sesgadamente y ponerse a gritar después de haber creído que se encontró oro donde sólo había lentejuelas, eso no es periodismo de investigación. Es apenas prensa bullanguera. Recibir una información oficial regurgitada y copiarla, aunque en el camino se la amplíe, como se hizo en el caso del Banco de Materiales, no es hacer prensa investigativa. Eso se ha llamado “investigación de dossier”, lo que puede terminar a la larga con la prensa convertida en sucursal de los bufetes de abogados, las oficinas de algunos ministros fratricidas o la mismísima máxima autoridad del país deseosa de vengarse de un competidor o de distraer al soberano con algún sacrificio de colorido azteca.
La prensa de investigación parte de la premisa de que lo que es verdad puede no estar a la vista y, por lo tanto, comparte la idea de que lo que está a la vista casi siempre no es la verdad. Esta mirada no inocente, esta observación cargada de sospecha –algunos han llegado a comparar ese método con el que propuso Popper para el método científico– es incompatible con el apresuramiento procaz. No hay mejor manera de desacreditar la investigación periodística que entregándosela al amarillismo.
El periodista de investigación conjetura con miedo, investiga con paciencia, se refuta a sí mismo, depura y reescribe. Porque con el honor de los otros –por más “enemigos” que sean– no juega un periodista de verdad.
Daniel Santoro, que descubrió para “Clarín”, de Buenos Aires, el tráfico de armas organizado por Ménem en favor del Ecuador que libraba una guerra con el Perú, tuvo que desechar decenas de documentos sembrados para despistarlo. Y la gran investigación que hizo en el 2004 “La Prensa”, de Costa Rica, la misma que terminó con dos ex Presidentes en la cárcel, se hizo con parsimonia y seriedad.
Hay “periodistas” que creen que la prensa consiste en hacer insinuaciones demoledoras basadas en documentos que sólo deberían haber sido el primer paso de una auténtica investigación. Y es que no se pueden hacer escaleras de un solo peldaño. Ni se debe condenar al grupo Colina mientras uno integra un comando de aniquilamiento periodístico premunido de los mismos escrúpulos que tuvo Kerosene a la hora de achicharrar a sus difuntos.
sábado, 7 de junio de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
La tarea de "perro guardián" que el sistema democrático le asigna a la prensa se ve potenciada cuando hablamos de periodismo de investigación. Consideramos que ninguna otra forma de periodismo cumple esta misión con más idoneidad.
Si los medios de comunicación de masas construyen la realidad social e inciden en lo que la opinión pública conoce, el periodismo de investigación colabora en esa tarea aportando nuevos temas para la agenda mediática y ampliando el espectro de los acontecimientos noticiosos.
Como veíamos hacia el final del capítulo anterior, la producción noticiosa habitualmente se inicia con acontecimientos, que son la materia prima de la noticia.
Sin embargo, el periodismo de investigación se separa del resto de las prácticas periodísticas de los mass media porque, en su caso, acontecimiento y noticia son lo mismo.
Una investigación periodística, por su naturaleza de ir a buscar aquello que se resiste a ser revelado, descubre o crea el acontecimiento.
La publicación de una historia de investigación es un acontecimiento en sí misma y normalmente introduce, agrega o revive un tema en la agenda mediática. De esta manera, no hace más que enriquecer el debate público, agregándole temas y argumentos.
Pero el periodismo de investigación no solamente agrega cantidad de temas al marco cognitivo democrático. Sobre todo, agrega calidad.
Mayoritariamente, los reporteros y la bibliografía actual sobre periodismo coinciden en que solamente el periodismo de investigación logra efectivamente iluminar las zonas oscuras de la sociedad, conquistar el conocimiento a propósito de algo y reducir la incertidumbre.
En las modernas y complejas democracias modernas, es precisamente en el periodismo de investigación donde se produce una comunicación social de mayor racionalidad y calidad.
El profesor Ted J. Smith, publicó en 1991 un artículo en el que criticaba el trabajo de los periodistas en general y decía que no estaban cumpliendo su rol de perro guardián, entre otras cosas, porque:
el ejercicio periodístico es básicamente una actividad de escaso rigor intelectual y con marcada tendencia a la simplificación;
los periodistas suelen carecer de conocimientos técnicos adecuados para la mayor parte de las cuestiones complejas de la vida actual;
el trabajo periodístico se ejecuta sin la reflexión y el sosiego que son deseables en una adecuada labor crítica (Martínez Albertos, 1994, p. 18).
Precisamente, esos defectos anotados por Smith son los que pretende solucionar el periodismo de investigación. Ese vacío que puede presentar, en algunos casos, la prensa que no investiga, es justamente el que la investigación seria logra llenar.
Los formatos informativos habituales no dan la posibilidad de reflexionar, de buscar más allá de lo evidente, de explicar complejidades.
Al fin y al cabo, todo se reduce a la necesidad de una prensa libre en las sociedades democráticas. Y creemos que el lugar donde dicha libertad se demuestra más patentemente es precisamente en el periodismo de investigación.
Esta práctica periodística supone el extremo más osado de la libertad de expresión: una prensa que investiga y denuncia a las propias instituciones que garantizan su libertad.
Como vimos previamente, Robert Dahl identificaba el grado de riqueza del debate público como un elemento fundamental para medir la democratización.
Y precisamente, mediante la ampliación de la agenda de temas y a través de una mayor calidad y racionalidad en la comunicación, las revelaciones de los periodistas de investigación no hacen más que enriquecer ese debate.
El debate público no solamente se potencia a través de la presentación de todas las partes, de todos los puntos de vista, de todas las caras de la moneda.
Es más, en sociedades tan complejas como las actuales, ese embotellamientos de mensajes a veces simplemente aumenta la confusión del público y, contradictoriamente, puede dar lugar a un deterioro en la comunicación.
El periodismo de investigación independiente intenta solucionar ese problema. Intenta desenmarañar y captar más claramente la compleja realidad que nos rodea.
La simple presentación de versiones antagónicas de los hechos ya dejó de ser efectiva. Hoy, cada vez más, el poder político, social, privado y/o cultural tiende a inmunizarse contra la falsación y la crítica.
Por eso, los medios de comunicación independientes tienen la función de contestar las versiones promulgadas por el poder con la versión, contrastada y verificada, más cercana a la verdad.
Hagan o no hagan periodismo de investigación, los medios cumplen la función de construir la realidad social. Esta realidad será más o menos cercana a la verdad, más o menos completa, más o menos diáfana, dependiendo de la calidad del periodismo al que acceda la sociedad. Y ni el periodismo de actualidad, ni el periodismo de declaraciones, ni las filtraciones interesadas y ni siquiera el periodismo de denuncia logran la claridad, la profundidad y la certeza que sí puede lograr el periodismo de investigación.
Ninguna de esas prácticas periodísticas cumple tan acertadamente la tarea de perro guardián de las instituciones democráticas. En todos estos casos, el producto periodístico simplemente refleja versiones interesadas de la realidad que no colaboran a la racionalidad ni aclaran tan eficientemente aquellos aspectos de la realidad que permanecen en la penumbra.
Además de controlar a las instituciones y enriquecer el debate público, el periodismo de investigación tiene como función justamente cuidar a la propia democracia, denunciando a aquellos que subvierten las reglas del juego democrático.
Y así como las investigaciones pueden abarcar todo el espectro de la realidad que va desde lo individual a lo institucional o desde lo social a lo político, su papel de control, de sacar temas a luz, de desentrañar lo oculto, lo ocultado y lo olvidado, de aclarar lo complejo, se cumple también a lo largo y ancho de la sociedad y no se reduce solamente a los aspectos electorales.
Volvamos una vez más a Robert Dahl, quien, como ya vimos, argumentaba que el tamaño de las sociedades modernas, dinámicas y pluralistas
convertían a estas sociedades en entramados cada vez más complejos y generaban instituciones y gobiernos cada vez más inabarcables.
Ante esta situación ineludible, el periodismo de investigación cumple la función de ayudar a los ciudadanos a participar en las decisiones que afectan a sus vidas, desenredarles y llevarles de manera lo más clara posible una síntesis de la realidad que los rodea.
En otras palabras, tal como afirma la hipótesis de partida, construir un marco cognitivo más rico y adecuado a la creciente complejidad de las sociedades democráticas o en proceso de democratización.
No solamente es un hecho que los ciudadanos no tienen prácticamente otra forma de acceder a las decisiones de las instituciones que rigen su vida que a través de los medios masivos, sino que, ante la complejidad de la sociedad y el gobierno, no pueden hacerlo sin un tipo de periodismo de calidad que logre racionalizar y organizar ese mundo.
A estas alturas seguramente sería ocioso repetir que ese es uno de los fines del correcto periodismo de investigación.
Y de las tropas norteamericanas en Perù ni pio, asi de que vale tanta investigación.
Publicar un comentario