Ya nadie busca al sacerdote Adelir Antonio de Carli, de 41 años, elevado a los altares del ozono por un millar de globos llenos de helio.
La Fuerza Aérea brasileña lo declaró desaparecido después de que sus aviones de búsqueda cubrieran unos cinco mil kilómetros cuadrados de tierra y mar.
La Armada también lo ha declarado virtual y desangelado difunto después de que dos barcos y un helicóptero investigaran durante 135 horas el paradero de quien había partido de la ciudad portuaria de Paranagua, en Paraná, al sur de Brasil.
Hasta los barcos pesqueros que no se dieron por vencidos en los primeros días han tenido que reconocer que el cura Adelir Antonio se ha esfumado en los aires revueltos que están sobre el Atlántico. Y lo mismo pasó con los bomberos, que intentaron divisar a este aeronauta divinamente loco no en el mar sino en las montañas costeras densamente arboladas donde una ráfaga de viento –pensaron– podía haberlo arrojado.
Pero nada. Y la verdad es que todo empezó a saber a desgracia cuando unas decenas de los globos que lo habían hecho trepar hasta las nubes que limitan con el santoral fueron vistas desde un avión flotando a duras penas en el oleaje. Los globos parecían blandengues, laicos, fracasados.
Este santo de la autopropulsión había despegado provisto de un casco impermeable, un traje térmico de aluminio, comida y agua suficientes para las 20 horas de su travesía, pastillas energizantes, dos teléfonos celulares y un sistema GPS de localización por satélite.
La última vez que escucharon su voz fue ocho horas después del vertical decolaje, cuando preguntó a través de un celular cómo debía operar el GPS porque sentía que se estaba desviando de la ruta más o menos prevista. Su voz era la de un desesperado. Fue en ese momento que la comunicación se llenó de borborigmos y raspones electrónicos y se interrumpió.
De Carli no era un primerizo en temeridades. En enero de este año había volado, en la misma disparatada aerolínea de helio y aventones, desde Paraná hasta una localidad próxima a la frontera con Argentina. Esa vez había empleado sólo 500 globos y había recorrido 110 kilómetros en cuatro horas hasta aterrizar con sus propios pies en Misiones. Pero eso no le bastó. Estaba obsesionado con batir el récord Guinness de un norteamericano que había estado colgado de un racimo de globos de gas aligerado durante 19 horas. Y quería, además, recoger todo el dinero que su hazaña pudiese darle para crear la Pastoral de las Carreteras y el Santuario del Camionero.
Pero el diario “Folha de Sao Paulo” acusó a Ernesto Klein, organizador del viaje de este cura-globo, de irresponsabilidad extrema señalando que el sacerdote había sido expulsado de unas clases de parapente por su incapacidad para aceptar instrucciones.
“Creía saberlo todo”, dijo uno de sus instructores. “Lo que ha hecho es suicidarse de una manera novelesca”, añadió.
A diferencia del funámbulo y escritor Philippe Petit y de Alain Robert, el hombre araña, –ambos franceses y ambos muy cuidadosos en la preparación de sus excesos– el cura De Carli puso toda su fe en la protección superlativa y casi de índole gremial que creyó merecer. No fue Dios, sin embargo, el capitán de los vientos que lo llevaron no al oeste, como esperaba, sino el sureste, mar adentro y muerte fría.
uizás los católicos piensen que así Él castigó la soberbia de un hijo que parecía desafiarlo todo. Yo pienso, más bien, que así Dios pudo querer demostrarnos qué poco tiene que ver con el régimen de los vientos, los enojos del mar y, en general, con el clima que el hombre ha enloquecido. La desprotección hacia su pastor puesta de manifiesto por Dios en este caso equivale a una declaración editorial de “L’ Osservatore Romano”.
En cuanto a De Carli, quizás no se haya muerto sino que ha decidido quedarse a mirarnos por todo lo alto. Si el Vaticano fuese más justo y divertido ya estaría repartiendo en su prensa la historia de este santo varón nada rampante que fue al asalto del cielo y a la gloria de las alturas con argumentos tan gaseosos como los de muchos que sí lo lograron y que hoy son parte de la Nomenclatura.
sábado, 17 de mayo de 2008
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1 comentario:
La última imagen que se tiene del sacerdote brasileño Adelir de Carli es la de un hombre surcando el cielo sostenido por 1.000 pequeños globos de vivos colores. ¿Qué hacía este hombre ahí arriba? El cura católico, de 42 años, quería batir un récord de vuelo sostenido por globos y recaudar dinero por una buena causa. Pero su aventura se ha convertido en una búsqueda angustiosa en el mar tras desaparecer el religioso arrastrado por el viento.
Ahora, la Fuerza Aérea y la Marina brasileña -con dos aeronaves y embarcaciones militares y pesqueras- se han movilizado para encontrar a Adelir de Carli, informó ayer el canal TV Globo. De Carli partió el pasado domingo del puerto de Paranaguá, en el sureño Estado de Paraná, con destino a Cascavel o Maringá, ciudades del mismo Estado.
Con su hazaña, el sacerdote tenía como objetivo llamar la atención y recaudar fondos para un proyecto que él ideó a fin de ayudar a los camioneros que llegan al puerto de Paranaguá. El dinero se emplearía para la construcción de la sede de su proyecto.
Sin embargo, el mal tiempo lo desvió hacia el litoral del vecino Estado de Santa Catarina y se adentró en el mar para no dejar rastro. Antes de perderse, el cura pudo pedir ayuda por teléfono móvil a las autoridades portuarias de Santa Catarina: "Necesito ponerme en contacto con el personal de tierra para que me enseñen a usar el GPS, es la única forma que tengo para dar a conocer mi latitud y altitud y sepan dónde estoy", éstas fueran las últimas palabras del sacerdote antes de que se perdiera su rastro.
Denise Gallas, coordinadora de la parroquia donde De Carli trabajaba, ha declarado que cuando llamó por teléfono, siete horas después de su partida, el cura se encontraba sobre el océano.
Llevaba agua y cereales
El capellán llevaba en su extraña aeronave agua, barritas de cereales y cápsulas energéticas. Además, tenía en su asiento pequeñas bolsas de aire comprimido que podían inflarse por si era necesario un aterrizaje de emergencia, algo que podría haber ocurrido dada la gran cantidad de islas que hay en la zona de su desaparición.
"Encontramos unos pedazos de globos a lo largo de la costa", ha declarado Joao dos Santos Junior, subcomandante del cuerpo de bomberos de Sao Francisco do Sul.
No era la primera vez que el religioso volaba, el pasado 13 de enero recorrió de la misma forma 110 kilómetros en cuatro horas, entre Paraná y la vecina ciudad argentina de San Antonio.
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