miércoles, 5 de noviembre de 2008

¿Obama o McCain? ¡Me da lo mismo!

Mientras escribo estas líneas el mapa electoral del New York Times empieza a colorearse de azul y celeste por el noreste y de rojo y rosado por el centro, dando un indicio de que la pelea será más recia de lo previsto aunque el triunfo de Barack Obama parece estar más cerca por los votos electorales que lleva de ventaja (81 contra 8 a las 9:30 hora estándar del este). Que McCain no es un cadáver lo demuestra Fox News, que insiste en crear el clima que en las elecciones pasadas le permitió al aparato corporativo-militar organizar el robo de las elecciones en favor de George Bush.
Supongo que algo de justicia y un poco de ciudadanía queda en el voto popular de los Estados Unidos, un país que ha convertido la democracia en un juego de dos partidos muy parecidos, la libertad de expresión en un negocio para los Rupert Murdoch y el capitalismo –ayer creativo y pujante- en un lío entre bandas bancarias.
A mí me gusta Norteamérica. Me eduqué leyendo a sus novelistas, me emocionaron sus películas y admiré siempre su papel decisivamente antifascista en la segunda guerra mundial.
Tenía quince años y estaba interno en el colegio militar cuando nos llegó la noticia del asesinato de John Kennedy.
No lo podíamos creer. ¿Kennedy muerto por un pobre diablo que le disparó con un rifle de 70 dólares desde lo alto de un almacén de libros? Era una de esas noticias que vienen con un misterio infame incorporado.
Las discusiones de los muchachos de esa época se basaban en el duelo fenomenal que la historia nos había impuesto como espectáculo: en la Cuba donde antes Frank Sinatra iba a cantar y a drogarse un grupo de barbudos liderado por un titán de la dignidad latinoamericana estaba haciendo lo que nadie se había atrevido a hacer; en los Estados Unidos que por mil razones no podíamos odiar, un presidente joven y por primera vez católico estaba tratando de establecer lazos distintos con países como el nuestro y para eso había creado la Alianza para el Progreso, el primer marco continental de una relación comercial más fluida y menos asimétrica.
El año anterior, sin embargo, habíamos estado al borde de la desaparición. En octubre de ese 1962 aterrador, Estados Unidos había estado a punto de bombardear atómicamente a Cuba, la isla de los barbudos numantinos. La serenidad de la dirigencia comunista de la Unión Soviética –hay que decirlo- nos había salvado de un holocausto planetario.
Y todo eso era consecuencia de la invasión que en 1961 Washington había organizado desde Guatemala en contra de Cuba. Fue a partir del desastre de Bahía de Cochinos que Fidel Castro convenció a Nikita Kruschev de que montara misiles nucleares de alcance medio en el centro de la isla y apuntando a blancos norteamericanos.
Discutíamos mucho sobre esos asuntos. Y muchos pensábamos que a Kennedy los halcones le habían doblado la voluntad y la CIA lo había mentalmente secuestrado y las provocaciones de Castro lo habían puesto contra la pared.
Pero también pensábamos que el intento de invadir Cuba había sido algo muy sucio y que Fidel Castro había sido conducido al padrinazgo de los rusos por la incomprensión de la administración Kennedy y el sabotaje a tiendas, almacenes, fábricas y cosechas que la CIA había financiado con la ayuda de los cubanos disidentes que todavía estaban en Cuba.
En medio de nuestra ingenuidad de mozalbetes nos preguntábamos: ¿Cómo puede haber cubanos que se opongan a la gesta independentista de Castro?
Ignorábamos, por supuesto, qué estaba construyendo el líder cubano. Al principio pensamos que eso era el socialismo que anunció en el discurso de 1961, un marxismo matancero y alegre, libertario y nuevo.
Pero al poco tiempo encerraron a Hubert Matos, el jefe de los barbudos en Camagüey. Y poco después vino la guerrilla del Escambray, al mando de otro revolucionario del Movimiento 26 de Julio –Eloy Gutiérrez Menoyo-. Y después llegó el aplauso de Castro a la invasión soviética de Checoslovaquia. Y al mismo tiempo la campaña y reclusión de los homosexuales que afeaban tan viril proceso. Y para remate llegó el asqueroso caso de Heberto Padilla, el mejor poeta de su generación obligado por el propio Castro a decir en público que era un agente de la CIA, que su contacto era un periodista canadiense que se había fugado de la isla y que solicitaba el perdón de sus compatriotas para sus vastos crímenes.
Allí nos dimos cuenta –pero ya teníamos 23 años y éramos unos viejos y hubiese sido el colmo que no nos hubiésemos dado cuenta de lo evidente- de que Castro había suprimido toda libertad en nombre del futuro, toda crítica en homenaje a la paz marxista y cualquier asomo de dignidad individual en nombre de las multitudes que cada vez lo amaban menos y le temían más.
Y en cuanto a Kennedy, ese fue otro mito que el tiempo derribó. Y no es que nos enteráramos solamente de sus vicios privados y sus hipocresías al escoger. Es que tuvimos que llegar a la conclusión de que el presidente que iba a cambiarlo todo no había cambiado nada. En lo que se había esmerado, más bien, era en concederle más territorio del que ya tenía al aparato industrial-militar. Y tampoco era cierto que al momento de ser asesinado tenía planes para retirarse de Vietnam del Sur.
Kennedy había llegado como Barack Obama a la política de los Estados Unidos: como una ola de limpieza y renovación, de idealismo y regeneración. Cuando lo mataron ya era, sin embargo, el presidente espectral que la derecha norteamericana había soñado. Sus mil días no tuvieron nada de épicos, como sostuvieron sus biógrafos amigos. Fueron gris continuación de los días de Eisenhower, que habían sido a su vez extensión de los de Truman: días de voracidades, de United Fruit y Rockefeller gobernando al alimón. No Tocqueville, sí Hearst.
Así que así fue como nos quedamos huérfanos los que jamás accedimos a callar ante el imperio vulgar de los Estados Unidos ni ante el imperio hipócrita y aun más criminal de la Unión Soviética ni ante la equidistancia mentirosa de Haya de la Torre y Perón (peones de Washington) ni ante la farsa de la Cuba estalinista.
Pero preferimos la orfandad a la mentira. Y desde esa carencia de iglesias y paraguas, desde la intemperie de siempre, ahora que vemos tan matizado el mapa electoral de los Estados Unidos la verdad es que no nos cuesta reiterar lo que hemos ya escrito en esta columna y dicho en televisión: con McCain o con Obama nada de lo que debería de veras cambiar habrá de cambiar en el país con más poder y menos razones del planeta.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Este martes, todos nosotros, tuvimos la suerte de vivir el apasionante y vertiginoso desarrollo de la historia frente a nuestras narices. Sin dudas, este 4 de Noviembre de 2008, marcará un antes y un después en la historia Norteamericana y, por añaduría, también en el resto del mundo. Quedará en nuestras memorias como un día en el que la esperanza logró ganarle una gran batalla al temor.

Paradójicamente, Estados Unidos, el país más poderoso, militarizado y desarrollado del mundo, ha sido desde las raíces de su historia muy temeroso. En el seno estadounidense, el miedo siempre ha sido el principal obstáculo para desarrollarse como una sociedad verdaderamente libre e igualitaria.


Fue ese miedo lo que llevó a James Earl Ray a disparar y asesinar en 1968 a un hombre que tenía un sueño hermoso, la unidad de los seres humanos, Martin Luther King. Fue el miedo lo que corría en las venas de los miembros del Ku Klux Klan. Es el miedo lo que se respira en las salas de tortura de la cárcel de Guantánamo.

Pero es la fuerza de la esperanza lo que derrota al temor. Personas que en algún momento deciden que ya ha sido suficiente, que no permitirán más que alguien soslaye sus derechos civiles y humanos. Fue la esperanza, lo que en 1955 lleno de valor a Rosa Parks cuando le negó su asiento del autobús a un hombre blanco. Y 53 años después de este pequeño gran paso, es también la esperanza lo que en el día de ayer ha logrado colocar en la cima del poder a un afroamericano, Barack Hussein Obama, el primer presidente negro de los Estados Unidos.

En los años subsiguientes al triste 11 de Septiembre de 2001, el pueblo norteamericano dió muestras más que rotundas sobre la influencia del temor en sus vidas. Parecía que, bajo las montañas de escombros y cenizas, en las calles de Nueva York también había quedado enterrada para siempre la última luz de esperanza.

Y fue en este escenario de miedo y desesperanza, de profundas divisiones, lo que, de algún modo, produjo que el discurso de Barack Obama en la Convención Demócrata de 2004 haya llegado tan hondo en los corazones de los que anhelaban volver a creer: “No hay una América negra y una América blanca y una América Latina y una América asiática: sólo hay los Estados unidos de América.”

Como él mismo lo ha explicado, al ser hijo de un hombre negro y una mujer blanca, de tener una hermana medio indonesia y una familia que, cuando se reúnen en las fiestas navideñas, parece una Asamblea General de Naciones Unidas, no le ha quedado más opción que creer en esta visión de los Estados Unidos.

Anónimo dijo...

Ta que chato, estas cada vez peor. Gana un negro la presidencia en USA, hecho historico, unico, impensable, y tu te pones a recordar a Castro. Hasta las huevas tu articulo.

Anónimo dijo...

...A mí me gusta Norteamérica. Me eduqué leyendo a sus novelistas, me emocionaron sus películas y admiré siempre su papel decisivamente antifascista en la segunda guerra mundial...
No me hagas reir pues Hildebrandt, he leido todos tus articulos en el diario Humalista la Primera y tus programas en tv y radio, recontra rojo y antiestadounidense y ahora nos vienes que te gusta Norteamerica??.
...En octubre de ese 1962 aterrador, Estados Unidos había estado a punto de bombardear atómicamente a Cuba, la isla de los barbudos numantinos. La serenidad de la dirigencia comunista de la Unión Soviética –hay que decirlo- nos había salvado de un holocausto planetario....
La dirigencia comunista de la union sovietica actuo con serenidad??, no seas ridiculo Hildebrandt, los Comunistas Sovieticos actuaron como lo que eran un potencia imperialista que utiliza a un paisito como cuba como Peon, cuando se dieron cuenta que tenian mucho que perder puesto que su capacidad nuclear era mucho, mucho menor de lo que ellos fanfarroneaban, salieron de Cuba y punto, no fue serenidad de estadista sino calculo politico.
...Así que así fue como nos quedamos huérfanos los que jamás accedimos a callar ante el imperio vulgar de los Estados Unidos ni ante el imperio hipócrita y aun más criminal de la Unión Soviética ni ante la equidistancia mentirosa de Haya de la Torre y Perón (peones de Washington) ni ante la farsa de la Cuba estalinista.
Pero preferimos la orfandad a la mentira....

Claro, claro, que romantico, y luego te metiste de lleno a apoyar y trabajar en el SINAMOS para la dictadura socialistoide del Generalisimo Velazco Alvarado. Que Democratico, Que falso eres.

Anónimo dijo...

Bueno César, como siempre el pesimismo te gana. Si bien sé que es muy difícil que EEUU deje sus afanes imperialistas... lamentablemente es su cultura, siempre quieren ser los primeros en todo, y lo peor de que de la manera más egoísta e inhumana (guerra, consumismo, explotación, etc.). Decir a EEUU que no busque la hegemonía es como decirle a un argentino que no hable de futbol, o a un peruano que no hable de Machu Pichu, tiene que pasar mucho tiempo (decenios) para que cambien eso, y en general a qué país no le gustaría ser potencia. Pero ahora, con esta victoria, lo que yo veo es que no ganó otro republicano, el símbolo de la incoherencia y represión, que la gente le dijo NO a lo que Bush y su política significaba, y eso de por sí ya es positivo. Es positivo porque la victoria de Obama ayudará a ahuyentar el racismo en el mundo, hecho que aplaudo y celebro (hace 50 años había apartheid en EEUU, y los negros con las justas tenían acceso a la ciudadanía), porque al ser hijo de migrantes esperemos que ese tipo de discriminación también sea reducida, porque los norteamericanos votaron por él pese a que se llama Hussein, símbolo de la tiranía y el diablo según la CNN y medios abyectos al poder (te imaginas a un peruano votando por alguien llamado Abimael). De que hay recelos, dudas y desconfianza los hay, pero tú César con ese discurso hepático y poco fundamentado convences muy poco. Si otorgaras su verdadero valor a esta elección, serías mejor recibido y bastante más escuchado. Yo te sigo porque eres valioso, pero a veces, como ahora, NO TE SOPORTO.

Rey Carlos dijo...

Excelente art{culo, señor Hildebrandt. A veces pensamos que Estados Unidos es el salvador del continete,pero cada vez nos desilucionamos más y más.

Es hora de pensar en Sudamérica y lograr la unidad y no depender de padrinos pol{iticos