viernes, 8 de febrero de 2008

Vigencia de González Prada

Las mismas voces: sé más prudente, de nada sirve que te enfrentes a los que siempre te van a ganar porque son el poder. Las voces de siempre: ¿qué has ganado sino ser un proscrito?
Pero para las mismas voces, siempre las mismas respuestas: la rebeldía será siempre mejor que el miedo, la limpieza es un aprendizaje (te la debo, Hinostroza), el cacareo es el bajo continuo del Perú, es mejor el desierto que el revolcón en algún charco, no hay peor socio que el oportunismo, no hay chancro más rebelde que el de la comodidad. Y, por último: que uno haga su trabajo, sencillamente su trabajo como es mi caso, no tiene nada de “heroico”.
Hay quienes conciben la vida como un viaje en subte y con los ojos cerrados. Hay los que la viven como una tarea hacia los demás.
Siempre pensé que el periodismo era una manera de entender la vida: la del testimonio. Cuando lo veo convertido en ese lupanar donde todo parece comprable, desechable, calumniable, doblegable y lavable, me pregunto, sin embargo: ¿me equivoqué de profesión, de oficio, de bohemia?
Ahora, a la luz de cómo están las cosas en el Perú, la respuesta tendría que ser sí.
Pero esto no puede ser indefinido, esta pesadilla tiene fin. No lo veremos los de mi edad, pero confío en que Pía Gabriela y Elia sí lo vean.
Vamos, Hildebrandt, sé sincero, no le mientas a tus lectores: ¿Confías?
Y la verdad es que no mucho.
Es que el Perú no necesita sólo chorros de dinero, como cree el doctor García, sino también diluvios de desinfectante. El Perú de hoy sigue siendo el que describió en tantos libros uno de los pocos escritores y políticos peruanos que avistaron la posteridad: don Manuel González Prada:
“Siempre hemos deseado que algún escritor de chispa y buen gusto fundara un Disparatario Semanal, donde cada sábado señalara las necedades y despropósitos almacenados en los diarios durante la semana. Ahí tendría su lugar preferente El Comercio con sus editoriales sin sentido común, sus telegramas sin gramática y sus crónicas sin gramática ni sentido común”.
“Sin embargo de todo esto, ¡qué ínfulas en los redactores de ese diario! En toda cuestión social o política, religiosa o científica, artística o literaria, El Comercio se encumbra hasta las inconmensurables alturas de su fatuidad y falla sin apelación, pontificalmente. Es el Papa del diarismo nacional, aunque no sabemos si ha sufrido la prueba de la silla gestatoria”.
“Por un rezago de pudor, El Comercio reconoce implícitamente su falta de razón para darse un título honroso y se llama “periódico serio y práctico”: tradúzcase “serio” por imaginación de topo, “práctico” por hombre que escribe con una mano y recibe con las dos. El Comercio tiene el espíritu serio del asno que no pudiendo desarmarnos con un chiste ni con una sonrisa irónica nos ensordece con un rebuzno y nos derriba de una coz; posee el genio práctico del gorrino que se instala en el mejor sitio del comedero, quiere engullir la ración ­ajena después de engullirse la propia y gruñe o muerde al primero que se le aproxima”.
“Hará unos cincuenta años que don Felipe Pardo y Aliaga llamó a El Comercio “un carretón de basuras tirado por dos mulas chilenas”. Muertos Villota y Amunátegui (las dos “mulas” de Pardo) el diario continúa siendo el mismo vehículo repleto de la misma sustancia y jalado por algunos solípedos de nacionalidad ambigua…”
“En El Comercio se ve la marcha ascendente del crimen: ayer mancharon honras con la difamación y la calumnia; hoy quieren suprimir vidas con el palo: ¿usarán mañana el veneno, el puñal y la dinamita? Son una amenaza pública. Los antiguos romanos tenían la costumbre de poner en la puerta de sus casas un letrero que decía cave canem, cuidado con el perro; los peruanos debemos escribir en todas las paredes de las calles: “Ojo al asesino”, “Cuidado con El Comercio”.
“El Comercio” es el mal caballero abrumado por la reprobación general, es el reo condenado por la opinión pública: dejémosle revolcarse en el despecho y la rabia, emponzoñarse con su propio veneno. Ya no conviene insultarle ni denigrarle, porque al cubrirle de lodo se le hace el bien de disimularle la sangre. Rojo debe quedar para infundir el horror y el desprecio en todas las gentes honradas”. (Manuel González Prada, Fragmentaria, capítulo penúltimo del libro “El tonel de Diógenes”, ediciones Tezontle –México–, primera edición de 1945, con notas y supervisión de su hijo Alfredo González Prada, muerto poco antes de la publicación, y prólogo y cuidado final de Luis Alberto Sánchez)
¡Pero si parece que fue ­ayer que se escribió todo eso! Y así pasa, en general, con los escritos de González Prada, un hombre que se enfrentó al sistema, escribió lo que quiso, fue maestro de obreros y ejemplo de ciudadanos y nunca quiso congraciarse con ese Perú hipócrita que hoy, tenazmente, sigue deslizándose entre matas haciendo sonar el cascabel. Un hombre que muchos han querido arrancar del corazón de sus lectores, convertidos en discípulos sin esfuerzo. Un hombre negado, mil veces preterido, diez mil veces vuelto a callar por los de siempre. Un hombre que hay que leer para saber qué honda es la enfermedad del país que él quiso salvar con su prédica. Un hombre rotundo en un ­país de tibios y ecuánimes conchudos. Un hombre indignado en un país de cómplices. Un hombre, en fin, que sigue siendo un faro en la tormenta y que, gracias a su coraje y lucidez, conserva una sorprendente lozanía. Hasta da ganas de decirle a don César Lévano que le pida alguna colaboración. En La Primera estaría feliz don Manuel.
Posdata: está confirmado que la fiscal Loayza, la valerosa autora de su miedo, despacha con la DEA y sirve a esa agencia yanqui que tiene en El Comercio a su vocero. Pero hay una primicia que quiero compartir con ustedes: se ha sabido, gracias a la sesión secreta del Congreso con los fiscales supremos Peñaranda, Echaíz y Peláez Bardales, que la DEA le pidió a la Fiscal de la Nación “autorización” para que en ­una de sus bases –la de Uchiza, San Martín– se fabricara ­unos 25 kilos de cocaína de alta pureza con el propósito de que la droga sirviera de “anzuelo” para realizar algunos operativos policiales. La fiscal Adelaida Bolívar se negó rotundamente a dar tamaña “autorización”. Desde allí sus relaciones con la DEA y con sus voceros ha sido muy mala. Hay una carta de Bolívar dirigida a la DEA expresando el rechazo que comento. Es un deber del Ministerio Público difundirla. Me parece.

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