Escucho por ratos y cada vez que puedo a Carmen González en RPP. Sé que es algo mandona y tiene un toque de fundamentalismo freudiano un poco pasado de moda, pero me sorprende cómo logra que acuda a su cabina tanta gente que clama por ayuda y que no se puede costear un tratamiento psicológico porque para este Estado desatento la salud mental es cosa de ricos y además, como siempre, para esas cosas no hay plata.
¡Cómo sufre la gente! ¡Cuántos padres idos, qué huellas de palizas, de qué modo atroz se cavaron las fosas comunes de las infancias muertas!
Me conmuevo escuchando esas voces que la vida ha convertido, martillo en mano, en hilos, hilos que van contando a retazos lo que tuvieron que pasar ante la madre que parecía odiarlos cuando eran pequeños, la madre del infierno que los empujó a salir de casa lo más pronto posible porque para ella esas eran bocas de más, estómagos que había que llenar, sed que costaba apagar. O ante el padre que se emborrachaba y tenía diablos azules, doctora, y se ponía muy violento y le pegaba a mi mamá y hacía que nos tapáramos los oídos debajo de la almohada porque no podíamos hacer nada, doctora, y sólo sentíamos terror. O ante el profesor que te hacía sentar en sus rodillas para que le recitaras esa pequeña poesía en inglés por el día de la madre y para que la repitieras varias veces pero sólo cuando el salón estaba vacío porque hacía que te quedaras unos minutos después de la campana de la última hora y él sabía que a ti no te recogían sino que te regresabas a pie caminando por los sardineles con tu falda a cuadros.
¡Qué compasión la que se siente escuchando el discurso neto del dolor! ¡Cuánta solidaridad nos llama! ¡Qué esfuerzos hay que hacer para no llorar con ellas y con ellos! Porque esta muchedumbre de masacrados del alma que se confiesa ante un micrófono encarna el sufrimiento pero también la posibilidad de su derrota. Y para eso está Carmen González, que analiza los daños, reconstruye la escena del crimen, da órdenes reparadoras, consuela casi cuartelariamente y exige el término de la resignación, origen de todos los males. Y trata de hacer andar a esos mecanismos estropeados con el mismo empeño que el de un mecánico de carretera polvorienta presionado por el exceso de trabajo.
Esta es la verdadera Comisión de la Verdad, la permanente –no le quito méritos a la CVR–, la que tiene que ver con los lucanamarca del olvido, con el senderismo crónico de los padres que echan a sus hijos a la calle. Porque le ganamos “la guerra” a Sendero, pero entre millones de peruanos quien preside la mesa de migajas es el gonzalismo en pijama, el iparraguismo en chancletas, el garridolequismo del tenedor que se calienta para castigar a la niña, la niña propia que rompió los pasadores de sus zapatillas: el campo de concentración del abuso infantil no tiene límites. Porque en el Perú hay millones de seres humanos que tuvieron que elegir entre un padre polpotiano y una madre colina.
¡Cómo sufre la gente! Y qué poca cosa parecen las cosas que a la prensa desamorada le parecen grandiosas cuando uno escucha este chirriar de puertas que nunca terminaron de cerrarse. Sobre todo si pensamos que si no fuera por gente como Carmen González, los tristes sin recursos no tendrían ni siquiera cómo desfogarse.
De estas cosas debiera ocuparme en estas líneas diarias. De estas cosas importantes y no de la miseria de tener que responderle a los míseros de espíritu y a los canallas de profesión. Qué fatiga mortal, qué pérdida de tiempo, qué obligación horrenda.
miércoles, 13 de febrero de 2008
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2 comentarios:
Muy cierto Sr. Hildebrandt. Lo peor es que la mayoria de los que consultan es gente pobre. Entonces no nos extrañemos despues de donde salen los taxistas psicoticos, las combis asesinas, las adolescentes que abandonan a sus recien nacidos, los Martin Rivas y compañia, etc. Es una bomba de tiempo que tarde o temprano nos va estallar en la cara.
cesar tu eliges a quien responder, no lo olvides.
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