jueves, 23 de julio de 2009

Bienvenido, Herr Lieberman

El ministro de relaciones exteriores de Israel llegará en las próximas horas al Perú.
Espero que el gobierno peruano tenga la decencia de tratarlo con la cautelosa distancia de la diplomacia y que no se atreva ni a condecorarlo ni a rendirle homenajes.
Porque Avigdor Lieberman, el canciller en cuestión, es mucho más que un halcón: es un monstruo.
Halcón era Ariel Sharon, que destruyó dos veces el sur del Líbano. Halcón fue Menahem Begin, que ordenó aquella invasión de 1982 (la de Sabra y Chatila).
Pero el señor Lieberman ha superado todas las marcas del extremismo sionista.
El 16 de marzo del 2009 el corresponsal en Jerusalén del diario español “El País”, Juan Miguel Muñoz, escribió lo siguiente a raíz del nombramiento de Lieberman como canciller del gobierno que preside Benjamín Netanyahu:
“Lieberman, que ha propuesto el empleo del arma nuclear en Gaza y lanzar a los palestinos al Mar Muerto, ha pactado con Netanyahu que uno de los objetivos será “derribar el gobierno de Hamas”. Una misión que, visto lo sucedido en la reciente guerra de Gaza, sólo sería posible perpetrando una matanza descomunal...”
Dos meses después de este despacho, el señor Lieberman autorizó a su partido, el Israel Beiteinu (Israel, nuestra casa), para que presentara ante el parlamento dos proyectos de ley cuyos destinatarios eran los ciudadanos israelíes de procedencia árabe (árabe porque allí vivían ellos o sus padres cuando Israel decidió expandirse después de ganar las guerras que tuvo que enfrentar).
El primero de los proyectos exigía a esos ciudadanos un juramento de lealtad al Estado Judío (así, con mayúsculas) y el otro prometía la cárcel (tres años de reclusión) para quien considerara en público que la creación de Israel (1948) fue una catástrofe para los derechos de sus ascendientes.
O sea que con uno se garantizaba “la unidad judía” del presente. Y con el otro se borraba de la memoria el trauma del origen del Estado de Israel, nacido del mundialmente consentido despojo de la nación palestina. Era la construcción del pretérito perfecto según el modelo Lieberman.
El señor Lieberman ya había cautivado a los ultras israelíes diciendo que Israel debía enfrentar el problema de Gaza “de la misma manera como los estadounidenses enfrentaron y terminaron con la agresión japonesa”. Era la primera vez que un líder israelí hacía clara alusión al poderío nuclear del estado judío.
También había dicho que a los israelíes de origen árabe que simpatizaran con Hamas “habría que fusilarlos, del mismo modo que fueron fusilados los colaboracionistas franceses en la posguerra”.
Por supuesto que a Lieberman le fascinó la masacre de Gaza. Pero, por lo visto, la muerte de 1,400 palestinos, trescientos de ellos niños, y la destrucción de 200 colegios y 50,000 viviendas no fueron para él suficientes. Total, ¿para qué bombardear Gaza si se la puede borrar del mapa con el arma atómica?
Ahora, como canciller israelí, Lieberman, aparte de desconocer los acuerdos de Annápolis y de decir que Israel “no está obligado a buscar la paz”, es el más firme apoyo para la continuidad de los ilegales asentamientos en la Cisjordania ocupada.
Un judío genial y decente como Noam Chomsky lo ha dicho con todas sus letras en reciente entrevista:
“A Israel no le importa mucho Gaza, estarían felices de que se pudrieran y se hundieran en el mar. Lo que sí les importa es Cisjordania, ahí hay tierra con valor, tierra arable, ahí están los placenteros suburbios de Jerusalén y Tel Aviv...Así que continúan apoderándose de los recursos, las tierras, principalmente el agua de Cisjordania, para así dividirla en cantones inviables en los cuales la población se pudra y, esencialmente, a la larga, haya un éxodo...”
Ahora llega el señor Lieberman a advertirnos de que Irán es una amenaza para el mundo porque pretende construir una bomba atómica.
Habría que preguntarle si esa bomba, en el caso de que se construyera, tendría los mismos megatones que la que él usaría en la despreciable franja de Gaza. Esa bomba que Israel ya creó y que tiene guardada para el momento en que la voz del todopoderoso le exija emplearla.

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