Laura Bozzo estaba confundida aquella noche en la que salió con el brazo derecho puesto en el flanco izquierdo y una ceja del otro lado haciendo esquina casi con la sien.
Eso le pasaba por vestir las piezas de su cuerpo puestas sobre la cama y no colocadas ya, como siempre le había recomendado Jack el Destripador, su literalmente entrañable amigo.
Pero esta vez los grititos, el farfullar excitado, el alboroto de su almita podrida se justificaban ampliamente: el mismísimo Aníbal Lecter la había invitado a cenar un policía neoyorquino en una suite del hotel Plaza. La entrada y el postre serían una sorpresa.
Hablaron, como en los viejos tiempos, de sus últimas presas, del incorregible Jack, que acababa de secuestrar la mitad de un banquero alemán y se había atrevido a pedir rescate por pieza entera, y de lo vulgar que se había puesto la cosa en el Perú con la moda esa de aserrar gente en los sótanos del Pentagonito.
-¡Cómo puedes vivir en un país así!- dijo Aníbal.
-Es por dinero, sólo por el dinero –contestó Laurita compartiendo el asco de su amigo.
Laura y Aníbal se habían conocido poco después de estallada la Revolución Francesa, con ocasión de la decapitación del conde Gobineau (dificultada por la incompetencia del verdugo, a quien Aníbal tuvo que ayudar con una sugerencia magistral).
Laurita, que había sido testigo de tan talentosa asesoría, se enamoró a primera vista.
El amor y el crimen, la puerca exquisitez y la insaciabilidad, los charcos y el infortunio vestido de mil maneras, la lascivia y el arte del malherir sin rematar, en fin, los habían visto juntos en la última gran peste de Venecia (1796), durante la batalla de Marengo –donde, infiltrados en el cuerpo médico, sellaron la suerte de los austriacos–, ante el estrangulamiento del zar Pablo (11 de marzo de 1801), y a lo largo de la diseminación de la fiebre amarilla entre las tropas del general Leclerc, enviado por Napoleón a sofocar una de las tantas rebeliones de Haití.
-Sabía mal pero era pasable. Creo que la fiebre amarilla terminó de amargarlo –diría Aníbal de Leclerc muchos años después.
El asunto es que Laurita y Aníbal tuvieron una conversación de lo más divertida, amenizada por un piqueíto de orejitas dulces y deditos de queso.
Un mayordomo, que tenía un garfio en el muñón del brazo derecho y al que Aníbal presentó con el extraño nombre de Raúl Modenesi, trajo por fin el banquete prometido.
En la mesa esperaban un consomé con tenues hilachas de novicia (la primera sorpresa), el ya anunciado adobo de policía de Manhattan, y un postre que ni siquiera el hediondo cerebro de Laurita hubiese podido imaginar: “Suspiro limeño con su procedencia”, majestuoso invento que Aníbal encontró entre las pertenencias de un inquisidor portugués a quien se había comido a la sal.
Y todo regado por un vino rumano que ardía como se debe.
Lo que sucedió después de esa cena no es dable de contarse en un periódico leído por seres humanos. Quizá lo único digno de decirse es que al día siguiente esa suite estaba tan desordenada por el odio y el placer equívoco que Laurita jamás pudo encontrar su segundo talón. Pero había sido feliz. Espantosamente feliz. Como casi siempre.
(Del libro “Biografías Apócrifas”, de pronta aparición).
jueves, 17 de julio de 2008
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3 comentarios:
Vladimiro Montesinos, el enigmático hombre fuerte del Gobierno peruano de Alberto Fujimori (1990-2000) y cerebro de la gran red de corrupción que derrumbó al régimen, mostró hoy su lado más altanero durante su testimonio en el juicio al ex presidente.
Encarcelado desde hace siete años en la Base Naval del Callao, Montesinos ha recibido una docena de sentencias condenatorias, entre ellas una de 20 años por vender armas a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
Esto significa que el “Doc”, como también se le conoce, podría pasar el resto de sus días entre rejas, ya que está prevista su puesta en libertad cuando tenga casi 80 años.
Hoy, después de ocho años, se vio cara a cara con quien fue su jefe: Alberto Fujimori, a quien exculpó de las violaciones a los derechos humanos de las que se le juzga en Lima y también justificó los delitos “por razones de Estado”.
Nacido el 20 de mayo de 1945 en la sureña ciudad de Arequipa, se inició en la vida militar en la Escuela de las Américas de Panamá.
En 1966 se graduó en la limeña Escuela Militar de Chorrillos (Lima) y entre 1968 y 1976 trabajó para el Servicio de Inteligencia bajo el Gobierno militar de Juan Velasco Alvarado.
Fue expulsado del Ejército en 1977 por falsificar un permiso para viajar a Estados Unidos y fue sentenciado a dos años de prisión.
Su nueva situación le llevó a estudiar Derecho y, como abogado, defendió a narcotraficantes peruanos y colombianos, antes de acceder al entorno de Fujimori durante la campaña electoral de 1990, cuando éste venció en las urnas al escritor Mario Vargas Llosa.
Montesinos se convirtió en la mano derecha de Fujimori y construyó en el seno del Servicio de Inteligencia Nacional (SIN) una enorme red de información, que colocó infiltrados en Sendero Luminoso y en el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru, hasta derrotarlos.
En aquellos años se cometieron, entre otros crímenes, las matanzas de Barrios Altos (1991) y La Cantuta (1992), atribuidas al grupo militar encubierto Colina, por los que se juzga a Fujimori.
Montesinos utilizó el SIN para espiar a políticos, empresarios, jueces y periodistas, y grabó sus encuentros con ellos.
La primera de una serie de cintas, que han pasado a la historia como los “vladivideos”, salió a la luz el 14 de septiembre de 2000 y en ella se vio a Montesinos sobornando a un diputado opositor.
Aquella revelación desató un gran escándalo y llevó a Fujimori, ya muy debilitado y acusado de amañar las elecciones de aquel año, a convocar nuevos comicios y a desactivar el SIN.
El “Doc” huyó a Panamá, pero regresó a Perú, aunque con paradero desconocido, mientras se sucedían denuncias y se destapaban escándalos y más videos comprometedores.
El acosado Fujimori escapó el 17 de noviembre a Japón, mientras el gobierno de transición ordenaba el arresto de Montesinos y el embargo preventivo de sus bienes.
Pero días antes, el 29 de octubre del 2000, el ex asesor se había fugado de nuevo. Fue detenido en junio del año siguiente en Venezuela, tras amasar una fortuna calculada en más de 500 millones de dólares.
Su esposa, Trinidad Becerra, y su hija mayor fueron procesadas por corrupción, así como quien fue su amante, Jacqueline Beltrán, además de su asistente Matilde Pinchi.
La presentadora de televisión Laura Bozzo, quien utilizó su programa para promocionar al entonces presidente, fue condenada por delitos asociados a la corrupción de Montesinos.
Vladimiro Montesinos tiene otros juicios pendientes por delitos también graves, como lavado de dinero proveniente del narcotráfico y violación de los derechos humanos.
Vladi no es narco, Fujimori tampoco es corrupto - según la negacion de Alan a la ampliacion
de los expedientes de extradicion - ningún general sabía nada.
Si los precios suben Alan tampoco sabe nada ni tiene la culpa de eso.
Solo la cerveza baja de precio.
Viva el Apra compañeros
La alianza aprofujimorista para salvar a los siameses está por demostrarse, finalmente se dará un desenlace como la extradición que la gran mayoría aseguraba un arreglo entre Alan - Bachelet y también puede resultar ahora una condena justa y ejemplar; sin indulto.
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