¿Hay que incendiar sedes de gobiernos regionales para que el Ejecutivo envíe una comisión de alto nivel?
Ayer, escuchando al ministro Antonio Brack, creí estar en otro país. Un hombre civilizado le decía a la gente que había trabajado duro para lograr un consenso con las autoridades de Madre de Dios.
La Comisión de Alto Nivel analizará, entre otros muchos aspectos, el asunto de las restingas –las islas que aparecen cuando los ríos decrecen su caudal–, la titulación de las parcelas de bosques que están en predios privados, el manejo de la explotación forestal y las medidas que habría que tomar en relación a las zonas agrícolas inundables.
Lo que más llama la atención es que la solución a buena parte de esos problemas yace en el Congreso, engavetada por comisiones remolonas o ineptas, o en el entorno presidencial, generalmente sordo cuando de los “chillidos” populares se trata.
Lo que significa que el vandalismo de Madre de Dios, condenable desde cualquier punto de vista, se pudo evitar. Se pudo y se debió evitar.
En todo caso, a lo que iba es a la diferencia que plantea Brack en un gobierno presidido por la autocomplacencia y los desmanes autoritarios.
Escuchar a Brack es, por ahora y más allá de las dudas que pueda haber en torno a decisiones futuras, reencontrarse con la serenidad. Es volver a ver a la buena fe sirviendo al interés público. Ojalá que no se harte y ojalá que no lo embosque algún celo minúsculo de algún ínfimo sin escrúpulo pero con carnet partidario.
En las antípodas de Brack, el resurrecto Alan García de siempre volvió por sus fueros. Ha llamado conspiración a lo que 24 horas antes había calificado de “descontento entendible” y ha defendido a la chusma que ha usado a un delincuente como cita citable de la vieja “Selecciones”.
En vez de alejarse del basurero de la petite histoire, García se asoma al cubo y aspira con placer. Y parece ignorar el daño que se hace (y el que le causa a la figura presidencial) respaldando al dúo Mulder-Alva Castro, responsable de haber puesto a Montesinos como ejemplo de memoria histórica y veracidad.
No exagero si digo que ensuciar la política con Montesinos ha sido el peor error moral de esta administración. Peor que rescatar a Giampietri del expediente ensangrentado donde se debatía. Peor que aliarse con el fujimorismo para perseguir a las ONG defensoras de los derechos humanos. Peor aún que el delito de lesa democracia de permitir que la derecha gobierne sin haber ganado las elecciones.
¿Qué provocación al país es esta? ¿No sabe García que mientras él vivía en París, en aquel departamento inexplicable, hubo aquí mucha gente que se jugó el pellejo –sin corretear por las azoteas– frente a esa concentración de inmundicia que fue el régimen operado a diario por Montesinos?
García no es presidente de la República cuando dice que está muy bien emplear a Montesinos como fuente de verdad. No, en ese momento no encarna a la nación. En ese momento expresa al ala del partido que produjo a Langberg, que crió a Pacheco, que cobijó a Neyra y Figueroa y que permitió el asalto general a las arcas públicas del quinquenio 85-90.
Respetos guardan respetos. Se entiende que dos apristas feroces como Alva Castro y Mulder puedan recurrir a Montesinos. Total, eso hizo Agustín Mantilla, el cajero automático. Lo que no puede tolerarse es que el presidente de la República cruce la delgada línea roja que a veces separa a la política de los bajos fondos.
Montesinos infectó la política peruana como nadie lo ha hecho y, posiblemente, como nadie lo pueda hacer. Para eso, por supuesto, requirió de alguien como Fujimori, su gemelo. ¿Para su reivindicación inverosímil requiere de García? ¿O es que García tiene algo secreto que agradecerle y por eso lo eleva al rango de cronista de los últimos años?
Ya el Sutep ha demostrado que hizo tres huelgas importantes durante el fujimorismo. ¿Cuántas hizo la CTP, central de trabajadores apristas? ¡Ninguna! Cuando Fujimori mandaba y Montesinos robaba y Hermoza Ríos ensuciaba el uniforme de Bolognesi, la señora Cabanillas hablaba en la tele de un Apra sin García y el señor Garrido Lecca condenaba su cómoda lejanía parisina.
La batalla en contra de Montesinos fue por la supervivencia institucional del país. Con él y Fujimori al mando el Perú corría el riesgo de transformarse en una inmensa hediondez donde se masacraran todas las decencias. Y estuvo a punto de serlo. Basta oír algunas audiencias del llamado “mega-juicio” para entender la profundidad de esa sepsis que convirtió al jefe del Estado en el cabecilla de una banda.
¿Quiere alguien hablar de cobardías cívicas?
Pues bien. No he hallado mejor ejemplo que prometer solemnemente la modificación de la Constitución de 1979 y luego, tras el engatusamiento, no hacerlo. Y no hacerlo a sabiendas de que esa Constitución espúrea es, además, nula. No sólo porque fue redactada por un congreso elegido con surtidos fraudes (la votación de Ayacucho se anuló, los votos del extranjero se extirparon del conteo final) sino porque el referendo que la “consagró” fue leído al revés por la dictadura mientras la prensa de todos los miedos hocicaba en grandes columnajes.
En efecto, como lo demostró en su momento José María Rodríguez, si consideramos los votos realmente emitidos tenemos que la mayoría del pueblo peruano rechazó el texto constitucional. El “Sí” obtuvo, desde esa perspectiva, sólo el 48 por ciento de los votos y salió triunfante en sólo diez departamentos. El “No”, en cambio, ganó en 14 departamentos, en diez de los cuales superó el 50% de los votos.
Y si consideramos que hubo un 30% de abstención reconocida y que el 10% de los que votaron lo hicieron blanqueando o anulando su boleta tendremos que la Constitución a la que se aferra el doctor García fue aprobada por el 32,9 por ciento de los peruanos en edad de votar.
¿No sería valiente enfrentar este problema, que deslegitima la Constitución que la mafia y las Cepris, el inversionismo como chantaje y las transnacionales como grandes favorecidas, que Joy Way y Yoshiyama, en suma, redactaron? ¿O es que sacralizar ese texto manchado es otro homenaje al montesinismo?
sábado, 12 de julio de 2008
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1 comentario:
Alberto Fujimori Fujimori, ex presidente del Perú que huyó al Japón para escapar de la acción de la justicia será recordado por un acto de cobardía incalificable. Renunció a la presidencia por fax, en un hecho que debía haber llenado de verguenza a sus partidarios. A nadie le preocupó el despropósito y el fugitivo, seguía sin responder por los múltiples delitos que se le acusaba.
Fujimori Fujimori que se encontraba refugiado en el Japón, aprovechando de la protección que le brindaban las autoridades niponas que le proporcionaban un blindaje que lo protegía de las acciones de la justicia peruana, en un acto de soberbia y de increible ceguera política, cometió el error de huir a Chile, pensando que en ese país iba a gozar de impunidad por los delitos que había cometido, inclusive los que correspondían a crimenes de lesa humanidad.
Sin embargo, sus cálculos resultaron errados y a la justicia chilena, no le quedó más remedio, que acceder a los requerimientos de las autoridades peruanas y entregarlo a la policía para ser sometido a la acción de la justicia.
Uno de los secuaces de Fujimori Fujimori, fue Vladimiro Montesinos Torres, ex capitán del ejército que fue expulsado de su institución por haber vendido secretos militares al Ecuador y a Estados Unidos a mediados de la década del setenta.
Después de la elección de Fujimori Fujimori, Vladimiro Montesinos Torres, que se había conectado providencialmente al presidente, aprovechó de la ignorancia de éste, en temas militares, para convertirse en un super asesor al que se le confiaban los temas de esa naturaleza y aprovechaba esa situación, para convertirse en el verdadero poder en el área militar y ejercer toda suerte de venganzas contra los enemigos que tenía en las fuerzas armadas, descabezando la cúpula militar e imponiendo a sus allegados en los puestos claves, para de esa manera tener bajo su control a las instituciones castrenses.
El paso de Vladimiro Montesinos Torres por los escenarios políticos peruanos es una muestra de indecencia y corrupción que supera todo lo imaginable. Los llamados vladivideos, que lo han registrado en el momento que repartía dinero para sobornar, para la compra de voluntades, para hacer que congresistas cambiasen de partido o votaran de manera determinada de acuerdo a los intereses del gobierno, o cuando compraba periodistas para que defendieran lo indefendible, constituyen un testimonio histórico irrebatible, que averguenza la conciencia del país y que nunca más debería permitirse.
Por eso, llama la atención hasta el asombro, que el presidente García defienda el vladivideo que muestra la figura del delincuente político Vladimiro Montesinos, oponiéndose al paro laboral que la CGTP y otras entidades habían convocado para el 9 de julio que ha pasado.
Creo que la defensa del spot televisivo, constituye un gravísimo error político en que ha incurrido el presidente García y cuyas consecuencias no se pueden apreciar ahora, pero con toda seguridad serán desvastadoras y en algún momento le pasarán su factura.
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