Un tribunal español ha resuelto ayer que la viuda del escritor gallego Camilo José Cela, premio Nobel de literatura, tendrá que desprenderse de unos cinco millones de euros y entregárselos al hijo del escritor.
La viuda se llama Marina Castaño y se casó con el Nobel en 1991, cuando él tenía 75 y ella 34 años.
La señorita Castaño no se casó con Cela, desde luego. Cela, como todos lo saben, aparte de escritor mediano y sobreestimado, siempre fue odioso y mal bicho y lo más sincero que hizo en su vida fue oficiar de delator fascista en la época de Franco y de censor de la soplonería falangista –con sueldo y número de serie- cuando España tenía cara de pasodoble, cara al sol y brazo alzado.
La señorita Castaño, una coruñesa con alma de montañista invencible, no se casó con ese viejo soez al que Francisco Umbral adulaba para ver si le caía alguito de Estocolmo. Como que el estómago no le daba para tanto a la señorita Castaño.
La señorita Castaño se casó con una Reputación, una Chequera, un Futuro Asegurado. Desposó una herencia y hubo de aguantar las pompas matrimoniales, en 1991, (las religiosas ocurrieron en 1998), y las pompas fúnebres en el 2002.
Y cuando el autor de “La Colmena” estiró la pata, la señorita Castaño, más rubia química que nunca y más fashion que en el papel cuché, apareció de lo más compungida en su nueva condición de viuda y casi huérfana y con el título, adquirido por contagio matrimonial, de marquesa de Iria Flavia, parroquia de Padrón, el hermoso pueblo coruñés donde nació Cela y donde funcionaría la Fundación que adoptó su nombre.
No sólo eso: la flamante viuda blindó la herencia con unos abogados que parecían salidos de las cuevas suizas de la FIFA y dejó al hijo del escritor en la mera calle.
Este hijo del Nobel se llama Camilo José Cela Conde y fue el único que tuvo Cela en su matrimonio de 47 años con María del Rosario Conde Picavez, a quien dejó cuando la señorita Castaño, periodista de grandes miras, empezó a entrevistarlo con cautivante asiduidad (circa 1985).
La señorita Castaño logró, con la maestría que ya le era reconocida en las revistas del corazón, que el Nobel y el hijo único del Nobel se convirtieran en enemigos íntimos y no se hablaran ni en los días de los cumpleaños o en las fiestas de guardar.
Y hasta obtuvo que Cela declarara en público que la herencia para su hijo sería el lienzo de Joan Miró “El cuadro rasgado”.
Empujado por la señorita Castaño, el pobre Cela llegó a decir, para darle de comer a los peores buitres del escandalete, que con ese legado “bastaba y sobraba porque esa obra vale millones”.
Pero no era cierto, por supuesto. “El cuadro rasgado” fue tasado por varias galerías en sólo cien mil euros y, frente a eso, el abogado de Camilo José Cela junior tuvo un argumento adicional en la extensa y compleja querella planteada en contra de la viuda.
Ayer, un tribunal de Madrid ha determinado que el Nobel Cela fue manipulado, que sus bienes se ocultaron, que fundaciones sucesivas encubrieron la magnitud de esa fortuna y que todo se hizo para usufructo y placer semisolitario de la señorita Castaño.
La sentencia es apelable, pero todo indica que la próxima y decisiva instancia tendrá en cuenta los considerandos de esta primera resolución.
Mientras tanto, la señorita Castaño ya ha dado un paso firme frente al desafío que el destino pretende lanzarle: está saliendo, a tranco largo, con un empresario rico, famoso y gourmet: Patxi Egui.
Que la calle está dura, como quien dice.
sábado, 16 de enero de 2010
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